Marina A. Sitrin

Everyday Revolutions. Horizontalism and Autonomy in Argentina

London & New York: Zed Books, 2012, 261 p.

 

Reviewed by Markus Rauchecker

desiguALdades.net, Freie Universität Berlin

 

 

"En los días de la rebelión popular la gente que estaba afuera en las calles caceroleando (dando golpes en ollas) se describe encontrándose a sí mismos, encontrándose unos a otros, mirándose alrededor unos a otros, conociéndose, preguntándose qué pasa ahora y empezando a hacer preguntas juntos. Hablaron también de este nuevo lugar donde se reunían, un lugar sin las formas de poder institucional que existían antes. Cinco gobiernos habían renunciado y la legitimidad del Estado fue una cuestión. El ‘que se vayan todos’ ocurría, muchos en el poder se fueron y ahora la cuestión era qué hacer ante esta oportunidad" (4-5).

 

La autora, Marina Sitrin, muestra en esta cita una imagen de la ruptura generada por el colapso de la economía, la crisis de la deuda del Estado y el corralito (restricción del acceso al dinero depositado en cuentas bancarias) en la Argentina del 2001. En aquel momento, la gente no se quedó en sus casas, salió a la calle bajo el declarado estado de emergencia y la represión del Estado, y quebró con el miedo, con el ‘no te metas’ que se grabó en la sociedad argentina durante la última dictadura (1976-1983).

 

El libro trata sobre lo que surgió en esta nueva coyuntura: asambleas barriales e interbarriales, lugares de trabajo recuperados, piqueteros (movimientos de trabajadores y trabajadoras desempleados); en definitiva, los nuevos movimientos sociales en Argentina. El análisis se focaliza en las características y lo novedoso de estos movimientos sociales: horizontalidad, autonomía y autogestión; postulando un nuevo concepto de poder, de la revolución de cada día y de la producción de valor. Marina Sitrin es abogada, doctora en Sociología Global y actualmente profesora postdoctoral de la City University of New York. Su área de investigación abarca los movimientos sociales, focalizándose en nuevas formas de organización social. Marina Sitrin se auto-describe como activista de otro lugar (Estados Unidos) militando en Argentina, trabajando junto con los movimientos y no haciendo trabajo de campo como un académico sobre un otro (XV), sino como investigación ‘desde abajo’. Para realizar esta forma de investigación usa para el análisis la metodología de la Storytelling Sociology (Berger y Quinney, Selbin) (224). Sitrin escribió el libro en el marco de las recientes protestas masivas surgidas en varios países del mundo, como la primavera árabe, Occupy Wall Street, los indignados en España, entre otros; preguntándose por las lecciones y desafíos de los movimientos autónomos en Argentina. El libro es, en gran parte, una actualización del libro «Horizontalidad: Voces de Poder Popular en Argentina» (2006, también traducido al inglés), con un cambio de foco hacia la relación entre los movimientos y el Estado. El libro reseñado se basa también en partes de la tesis doctoral de la autora. El análisis se funda en la teoría de los movimientos sociales, específicamente en el enfoque de Contentious Politics (Tarrow y Tilly), y en los debates sobre revolución (Holloway) y poder (Dahl, Fox Piven, Lukes, Weber).

 

En los siguientes párrafos describo el contenido del libro a través del uso que hace la autora de los conceptos de horizontalidad, autonomía y autogestión, y la relación entre los nuevos movimientos y el Estado que, según Sitrin, destacarían lo nuevo de los movimientos sociales desde 2001. Estos movimientos rompen con el miedo y el ‘no te metas’ de la dictadura, el clientelismo y el tratamiento paternalista del Peronismo, con el poder jerárquico del Estado y de las guerillas de los años 60 y 70, y con las lógicas de la producción capitalista, como la del valor. Forman nuevas relaciones entre diferentes grupos de la sociedad. En este sentido, se basan en los movimientos anarquistas y sindicalistas (1870-1920), HIJOS, la Mesa de Escrache y GAC (años 1990, después de 2001 se suman a los nuevos movimientos); especialmente en sus formas de organización no jerárquica, horizontal y autónoma.

 

La horizontalidad no es sólo falta de jerarquía, Sitrin la describe como un proceso dinámico cuyos métodos, formas, preguntas y metas se desarrollan en la práctica. La horizontalidad es al mismo tiempo meta y herramienta: la meta es la creación de nuevas relaciones sociales más allá de las relaciones de poder bajo el capitalismo; como herramienta sirve para visibilizar el peligro de que el proceso se vuelva jerárquico, por ej., a través del lenguaje. Las nuevas relaciones sociales se basan en la confianza y el amor, es decir, no son sólo prácticas, sino también emociones. La gente se convierte en protagonista, sujetos sociales con una dignidad que surge en la gente misma.

El concepto de autonomía está interconectado con el entendimiento del poder y la relación con el Estado.

 

"[Los y las manifestantes] saltaron sobre la cerca a la Casa Rosada y llegan a las puertas. No hay nadie que bloquee las puertas. El presidente huyó. ¿Quién es el gobierno? ¿Qué es el gobierno? ¿Deben entrar? ¿Deben tomar el control? ¿Es el lugar donde está el poder? …Paran. Dan la vuelta. Regresan a los barrios, se miran unos a otros y empiezan..." (101).

El 21 de diciembre del año 2001, los y las manifestantes rechazan tomar el poder del Estado, porque buscan otra forma de poder fuera del Estado, de forma autónoma. La autonomía es una herramienta para alcanzar la libertad, que significa que la gente decide y actúa en base a lo que desea. Basados en la creación de nuevas relaciones sociales, el poder se construye juntos, como poder con alguien y no poder sobre alguien.

 

La autogestión se entrecruza con las otras características: se basa en nuevas relaciones sociales horizontales y el poder de producir/construir juntos lo que desean los y las protagonistas. La autogestión, en este sentido, rompe con la lógica de la producción capitalista; es más, construye una nueva relación del trabajador y trabajadora con la producción basada en nuevos valores. El valor no es acumulación de superávit o de capital, sino redes de solidaridad y amistad. Se expresa en las interrelaciones dentro y entre lugares de trabajo recuperados, con el barrio donde se localizan y con proyectos de trabajadoras y trabajadores desocupados. La manifestación de la autogestión es la asamblea.

 

Sitrin se enfrenta a la pregunta: ¿Cómo reacciona el Estado si la población se aparta? La respuesta del Estado consiste en intentos de cooptación, de división de los movimientos, criminalización de sus actividades y represión. Según Sitrin, las claves para la reconquista de la legitimidad por parte del Estado fueron la política de derechos humanos – que terminó con la impunidad y castigó a los represores de la última dictadura – y la política económica, y el crecimiento económico. En este contexto, hay posturas contradictorias entre diferentes movimientos ante la aceptación de subsidios estatales. Mientras unos argumentan que los recursos del Estado son de todos y todas, otros rechazan el apoyo del Estado y destacan que recibir beneficios, como dinero, impone la lógica de relaciones del Estado.

 

El aporte importante del libro es la siguiente crítica a la teoría de movimientos sociales, especialmente a las Contentious Politics, desde su rico material empírico – consistente en entrevistas y observaciones participativas: Los movimientos autónomos no entran en el esquema teórico de las Contentious Politics, porque no reclaman algo del Estado y quiebran con el concepto del poder sobre alguien. Sitrin rechaza la suposición de que una revolución significa tomar el control sobre el Estado – y el fracaso de los movimientos autónomos en Argentina en este sentido – sino que enfatiza la revolución a través de prácticas cotidianas.

 

Ahora bien, en el análisis falta una perspectiva crítica a los movimientos. Por ejemplo, porqué no critica que algunos de los movimientos – supuestamente autónomos del Estado – sobreviven con el dinero del Estado. Cuando Sitrin habla sobre los desacuerdos entre dos grupos de fábricas recuperadas en Buenos Aires, destaca que éstos son una característica del paisaje político de Argentina y por eso irrelevante (138). En mi opinión, esto es contradictorio, porque los movimientos buscan superar las relaciones de este tipo. Aquí hubiera sido útil profundizar el análisis del rol del Estado en la generación de estos desacuerdos (como en el Capítulo 7).

 

En lo que respecta a los conceptos usados – como autonomía y autogestión – sería necesaria una definición más exacta que los distinga. La presentación del libro tiene, en mi opinión, dos problemas: en primer lugar, las partes en que la autora habla de la dictadura y los movimientos de derechos humanos de los 90, como HIJOS, están desvinculadas de las partes en las que habla sobre los nuevos movimientos sociales que aparecen desde 2001 y su interrelación no queda clara. En segundo lugar, la gran cantidad de títulos y subtítulos no guían al lector. Sin embargo, recomiendo el libro especialmente para investigadores e investigadoras sobre movimientos sociales y/o de la historia argentina, ya que trata sobre una parte de la sociedad argentina que es clave para entenderla en su conjunto.