María Moreno

La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001

Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011, 384 p.

 

Reseñado por Jorge J. Locane

Lateinamerika-Institut, Freie Universität Berlin

 

 

La cronista, escritora y activista feminista, reconocida con la Beca Guggenheim en el 2002, María Moreno –pseudónimo de Cristina Forero–, sabe recoger el vértigo de voces que narran atropelladas al filo de los hechos. Con sus treinta y cinco textos, en su mayoría entrevistas, y un escueto prefacio, “La comuna de Buenos Aires” revitaliza, a diez años de distancia, la conmoción económica, política y social con que terminó por derrumbarse el modelo neoliberal argentino –“la dictadura del peronismo menemista” (255)– y que a continuación sumió al país en densos años de especulación y desconcierto. Entrevistas y algunas pocas crónicas fugaces y dispersas, extractos de una “libreta de apuntes”, con las que María Moreno busca mantener el nervio vivo de las inquietudes y debates de aquel diciembre del 2001 en el que la nación parecía en vísperas de refundación. Entrevistas, porque lo que también había perdido toda legitimidad era el modelo de representación occidental, la razón de ser del político –el consenso aquí parecía irreductible: al unísono clamaba “que se vayan todos”– y la frecuente debilidad del intelectual de asignarse la facultad de “hablar en lugar de”. Y crónicas brevísimas, chispas de reflexión vacilante, donde el sujeto de la enunciación termina siendo absorbido y narrado por la vorágine de imágenes formuladas por una multitud –el término de Paolo Virno es frecuentemente invocado– asaltada por la urgencia.

 

Una de las virtudes de “La comuna de Buenos Aires” es la de volver a llamar la atención e instalar en un régimen de significados –el título no es inocente– unos hechos que, al menos en la experiencia de los actores involucrados, fueron experimentados en una dimensión mayor de la que muchas veces se le quiere conceder. Porque si el 19 y 20 de diciembre los argentinos hubieran tenido como escenario París, hoy hablaríamos, independientemente de los posteriores derroteros históricos, de la “revolución de diciembre”. Por eso, no deberían pasar desapercibidas afirmaciones como la de Lohana Berkins, militante de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual y de la Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas, cuando, acaso desde una evaluación algo precipitada, pero no por eso menos legitima en tanto que testimonia el nivel de efervescencia subjetiva, comenta: “Para mí el 19 y 20 de diciembre tuvieron mucho peso histórico. […] En mí casa era como que no me quería dormir. Sentía que había visto una mini revolución” (150). Es que la experiencia de haber vivido sucesos históricos donde un rumbo alternativo –al menos receloso de la ortodoxia neoliberal noventista – para Latinoamérica comenzaba a delinearse no debería ser menospreciada o ninguneada. En contra de estos borramientos suspicaces, precisamente, hace uno de sus aportes “La comuna”.

 

Considerable es también que, fiel a una coyuntura que se resistió a los disciplinamientos –al estado de sitio del cuerpo, pero también de la palabra–, a las racionalizaciones infecundas y a los escalonamientos jerárquicos, el libro de Moreno convoca a intelectuales y académicos_as no como redactores de sesudos papers, sino como actores desconcertados en medio de una avalancha de significantes que los supera o, en el mejor de los casos, invita a un debate directo y desprejuiciado. De este modo, si bien muchas de las figuras más reconocidas del ambiente universitario poseen su espacio, la operación del libro consiste en insertar esas voces en el maremágnum de opiniones, posicionamientos y repolitizaciones que activaron los hechos del 2001. En ese sentido, “La comuna” ofrece una estructuración horizontal –sin mayores lineamientos teóricos ni articulación metodológica– en la que entrevistas con cartoneros_as, activistas queer y académicos_as, entre otros, se suceden sin ajustarse a categorizaciones o prolegómenos.

 

Justamente porque la gran apuesta del libro consiste en revelar la tensión de la fibra discursiva –ciertamente, poblada de contradicciones y también múltiples (in)compatibles aciertos– a la que dio lugar la debacle neoliberal. En este sentido, los_as entrevistados_as representan, en su conjunto, la esgrima entre voces vivas que pugnaban por acentuar de acuerdo con intereses descentrados significantes que, como “pueblo” o “democracia”, habían quedado a la deriva. Por esta razón, quien quiera asumir el desafío de escuchar la enorme riqueza de un coro desafinado donde conviven militantes trotzkistas, peronistas de izquierda, cartoneros_as, transexuales, trabajadores_as de fábricas recuperadas, desocupados_as, académicos_as queer, pibes chorros y verdes combativos_as, entre otros, y no un chato relato gestado en la sombra de un gabinete profesoral, tiene a su disposición “La comuna”.

 

Y en el marco de esa emergente polifonía, replanteos de profundo calado. Crisis subjetivas y regeneraciones identitarias. Activistas feministas que como Mabel Bellucci reflexionan: “[…] yo no puedo plantear tan sueltamente que sufro por ser mujer y estoy en una situación de mayor opresión cuando al lado mío, en una asamblea, de pronto hay alguien que está desocupado hace dos o tres años” (115). U Horacio González, el actual director de la Biblioteca Nacional, cuando, desde el peronismo de izquierda, anuncia: “[…] la Argentina está en las vísperas de una nueva composición y amalgama social popular, para decirlo con nombres territoriales, entre La Matanza y Floresta […]” (40). O Lohana Belkins y su llamado de atención clasista:

 

"También hay en la calle muchos gays y lesbianas. Esa es la parte que los gays de la calle Santa Fe no quieren ver. En el único momento en que nos vimos por primera vez las caras fue en el cacerolazo de Plaza de Mayo. Ahí vi gays a los que se les había expropiado su dinero y no se podían ir a pagar chongos en Punta del Este o Mar Azul. Entonces se los veía ahí caceroleando –con cacerolas muy finas, por supuesto– y acompañados por unos especímenes muy finos y esbeltos, sus partenaires" (147).

 

En breve, lo que pone al descubierto “La comuna” es cómo la coyuntura crítica condujo a una reflexión insólita sobre los límites identitarios y los posicionamientos politizados de género, clase o “raza”. El libro de Moreno advierte y convoca. Porque los solapamientos abundan y se ramifican. Se trata, pues, de pensar desde los desafíos de la diversidad, en definitiva, desde y sobre las intersecciones evidenciadas por la catástrofe, puesto que, como observa la docente e investigadora en el área de Estudios Queer de la Universidad de Buenos Aires, Silvia Delfino, “no es la diferencia como una distinción particular o una elección individual lo que está en juego aquí sino un modo de desigualdad que construye relaciones sociales y políticas concretas en articulación con la edad, el color de piel y la sexualidad” (231).

 

Pero “La comuna” no es un libro sugerente únicamente para trabajadoras y trabajadores de la investigación sobre temas argentinos, para quienes quieran revivir el instante del cara a cara con la policía montada, las balas de goma y los gases lacrimógenos –“Yo tenía miedo de que me tiraran gas a las tetas, que son inflamables” (149), declara Lohana– o los desafíos de raigambre libertaria que ofrecieron las asambleas barriales, la recuperación de fábricas o las dinámicas económicas alternativas como el trueque. “La comuna” no es sólo un archivo de la “historia de provincias”. Es también un documento que hoy, a los primeros meses del 2013, se proyecta hacia el futuro al poner en escena varios de los desafíos potenciales que las poblaciones de muchos países árabes están evaluando en la actualidad y que probablemente también deban asumir en su momento aquellas de países europeos todavía sometidas a la extorsión de los entes y capitales transnacionales que no han renunciado el sermón de la Escuela de Chicago.