Notas críticas

Escribir es restituir una huella

Liliana Weinberg

UNAM, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe

Resumen

Se propone una lectura interpretativa de la Autobiografía del algodón, publicada por Cristina Rivera Garza en 2020, y se la pone en diálogo con algunas ideas de Auerbach en torno a la relación entre representación y realidad. Se plantea que la escritora ha abierto un notable camino que ofrece una mirada original en cuanto a la integración de diversas modalidades discursivas, lo que no implica necesariamente desembocar en una hibridez genérica ni tampoco en la disolución de las fronteras entre ficción y no ficción. Rivera Garza apela a diversas herramientas para construir un relato en que concurren el oficio de la historiadora y el de la narradora, en una permanente retroalimentación de regímenes discursivos que, sin embargo, no pierden su especificidad ni conducen a descreer de las nociones de ‘realidad’ y de ‘verdad’. La preocupación por las distintas formas de dar cuenta de la realidad que evidencia la Mimesis de Auerbach no queda derrotada por una obra como la de Rivera Garza sino que, muy por el contrario, queda fortalecida desde un nuevo lugar, un nuevo tiempo, un nuevo desafío al quehacer del escritor. La obra de Rivera Garza contribuye a su vez a complejizar el fenómeno de la violencia como tema de la literatura contemporánea.

Palabras clave: Cristina Rivera Garza, México, narrativa, ensayo, huella, representación, José Revueltas, género.


La pandemia significó la irrupción de un tiempo otro e inexplicable en nuestro cotidiano. El tiempo largo de la vida de los virus, sus estrategias de supervivencia y multiplicación, ingresó sin permiso en nuestro breve y atareado tiempo humano, al acecho de nuestra habitación y nuestro cuerpo individual y social, en el presente y el corto plazo en que estamos instalados. Las plagas concurren en el instante destrozado del cuerpo infectado o de la normalidad precaria invadida por los tiempos incalculables del cosmos y los ritmos de la vida. En todo momento, quien se sienta a escribir busca, honradamente, volver a habitar, re-habitar las huellas, construir su derecho a habitar la huella de los otros:

Si como habitantes de la tierra solo nos queda estar con otros o volver a estar donde estuvieron otros, entonces la tarea más básica, la más honesta, la más difícil, consiste en identificar las huellas que nos acogen. Este es el momento ético de toda escritura, y, aún más, de toda experiencia. La huella, sí, nos altera, obligándonos a reconocer la raíz plural de nuestros pasos y obligándonos también a cuestionar la ausencia, que hace posibles a los nuestros en primera instancia. La huella nos recuerda nuestra calidad de huéspedes y, con toda probabilidad, con aparatosa frecuencia nuestra calidad de usurpadores. De nuestra mera presencia, es decir, del hecho de que nuestra presencia es presencia en el lugar alguna vez ocupado por otro, o concomitantemente ocupado por otro, surge la pregunta sobre la ausencia. ¿El destierro de quién o de qué huida abrió el terreno que piso? ¿Qué fuerzas o qué desatino lo conminó a alejarse de aquí y a fundar el allá? ¿Qué injusticia o qué crueldad o qué invitación estelar? Pertenecer es el mecanismo que utilizamos para volver palpable al tiempo. La escritura, que convoca al pasado, que lo requiere, también nos lo convida.

Usurpar es otro verbo […] sin clemencia. Usurpar es apoderarse de una propiedad y de un derecho que le pertenece legítimamente a otro. Por lo general con violencia. Arrogarse la dignidad, empleo y oficio de otro y usarlos como si fueran propios. El usurpador es el que no puede ver la vecindad que nos instaura desde dentro y desde el inicio. El que opta por la ceguera de ver el mundo sin microscopio y sin telescopio.

Usurpar es lo contrario a escribir (Rivera Garza 2020: 91).

Este pasaje corresponde al segundo capítulo de la Autobiografía del algodón, de Cristina Rivera Garza. Su búsqueda se puede enlazar con la misma gran pregunta por la posibilidad de representación de la realidad en la literatura –ya no solo occidental— que preocupó a Erich Auerbach. En este caso, Rivera Garza, novelista, poeta, ensayista, historiadora, conocedora de la teoría y la crítica literaria contemporáneas y lectora sagaz, se aplica a recuperar a través de la investigación y la imaginación las huellas de su familia. Se trata de una narrativa tramada a partir de distintas hiladas que dan cuenta de la larga búsqueda de las huellas de la vida de los abuelos. Esta saga familiar, en gran parte borrada o sumergida, se fue a su vez trenzando o entrelazando con la vida, fulgor y muerte del cultivo del algodón, y con la inclemencia, la miseria, la precariedad y el olvido a que se vieron arrojadas varias generaciones que habitaron la zona fronteriza de México, entre Nuevo León y Tamaulipas, cuyas vidas fueron atravesadas por los avatares de la falta de trabajo, de casa y de comida, salvadas temporalmente por el milagro del agua y el riego con que se logró impulsar el cultivo del algodón, ligados estos a su vez a las posibilidades de compartir las corrientes del Río Bravo.

A través de las siete partes que componen el texto, Rivera Garza nos ofrece un relato construido a partir de la búsqueda de huellas dispersas y extraviadas en los documentos y testimonios que logró recuperar, a la vez que se pregunta por los indicios que yacen bajo las ruinas, las fotografías, las actas de nacimiento, de matrimonio y defunción, los papeles migratorios, los restos de lugares que alguna vez tuvieron vida y hoy han quedado prácticamente borrados de la faz de la tierra. Traza los primeros esquemas y recorridos textuales a través de la persecución de esas huellas, del descubrimiento de claves impensadas (la obra de José Revueltas, los árboles plantados por el abuelo, el recuerdo de una niña que se pierde y es rescatada en los campos de algodón, los secretos y los silencios de familia) al tiempo que narra su propia búsqueda de esas huellas. La autora salva momentos luminosos de la vida de distintos seres humanos que lucharon contra el olvido y el desprecio a los que los sometieron las políticas de gobierno, cuyas presencias vuelven a florecer, como el algodón, cuando el Estado (y particularmente la política cardenista) se acuerda de ellos, pero quedan abandonados y librados una vez más a la intemperie, la precariedad y la desolación cuando las políticas de gobierno se olvidan de ellos. La novela nos ofrece también amplias posibilidades de reflexión sobre un sistema que ya no asume su responsabilidad por la gente ni sus obligaciones para con la vida: un sistema ciego y sordo, que avanza o se repliega a partir del desprecio, el autoritarismo y el olvido.

La autobiografía del algodón puede leerse como una obra independiente o en diálogo con otras de la misma autora, tal como la dedicada a narrar la vida y el feminicidio de Liliana Rivera Garza, que acaba de ser publicada en 2021, en cuanto partes de un amplio programa destinado a nombrar y rescatar la vida y el sentido secuestrados por condiciones de violencia, injusticia, autoritarismo y desaparición. Un vasto proyecto que implica sacar a la luz y nombrar las fuerzas oscuras que siembran la muerte y agostan las esperanzas bajo todas las formas de la violencia. Llama la atención que una de las fuerzas actuantes señaladas en este libro sea el propio poder, ciego a las necesidades de la gente y siempre complaciente con los intereses privados, con una sutil pero al mismo tiempo sostenida atención a la responsabilidad del Estado: responsabilidad en retirada, que trae aparejados el avance de la precariedad de la vida, la indefensión de los habitantes, la violencia en grados que superan día a día lo imaginado, las infecciones “oportunistas” del extractivismo (desde las industrias cerveceras hasta las nuevas modalidades de explotación minera que se apoderan, privatizan y hacen un uso abusivo del agua). Insisto: la mayor violencia queda evidenciada en la obra de Rivera Garza a partir del repliegue de los gobiernos y del Estado en cuanto a sus deberes para con la sociedad, y la propia genealogía que busca la autora no hace sino recuperar a innumerables seres humillados, ofendidos, olvidados, que en la fortaleza de su lucha por la vida y en la fragilidad a que los tiene condenados el poder, se acercan en muchos sentidos a los personajes de Rulfo y de Revueltas.

La obra se divide en siete grandes capítulos: I. Estación Camarón; II. La pluralidad de los mundos habitados; III. Los que llevan a los muertos en bolsas de gamuza fajadas a la cintura; IV. Bordos; V. Somos apariciones, no fantasmas; VI. Arqueología doméstica de la repatriación; VII. Terricidio. Incluye además una breve sección dedicada a los reconocimientos y otra a las fuentes, donde se da cuenta de los documentos, materiales de consulta, noticias históricas y obras literarias que nutren su trabajo, tales como la obra Let us now praise famous men (1941), con texto de James Agee y fotografías de Walter Evans, que registra la vida de distintas familias dedicadas al cultivo del algodón en el sur de los Estados Unidos durante la Gran Depresión.

La obra de Rivera Garza pone sobre la mesa muchas claves de su propia organización y esto, sin embargo, no la hace desdibujar su especificidad, sino que permite examinarla desde un nuevo mirador que apunta a los secretos revelados de su construcción. Se evidencia también el primoroso sondeo de las palabras, la salvación de elementos de la materialidad y de la vida social. He aquí, por ejemplo, la omnipresencia de un diccionario, el Velázquez, que servía a los migrantes para encontrar los términos en traducción:

Esta historia, la historia del algodón en la esquina noreste de la frontera entre México y los Estados Unidos, no habría sido posible sin la presencia cercana, voluminosa, de ese diccionario. Se necesitan palabras extrañas, palabras de otros, palabras con definición y traducción, palabras que vienen desde lejos, para contar esta historia de otros como mía o mía como de otros. Todo lo que nos ha antecedido nos marca. Toda marca de apariencia personal tiene una genealogía que les pertenece a grupos enteros. Esta es la historia de mis abuelos, abriéndose paso entre matorrales y huizaches, lodo, culebrillas. Tiempo. La historia de cómo una planta humilde y poderosa transformó las vidas de tantos, comunidades enteras, hasta el clima mismo. La historia de cómo, aun antes de nacer, el algodón me formó (Rivera Garza 2020: 292).

En la obra se tejen componentes provenientes del trabajo de la historiadora y la cronista que va en busca de documentos y de hechos que contribuyan a la construcción de una historia fehaciente, junto con los de la narradora que procura salvar las ausencias de datos y recrearlas a través de la ficción. Se dan también reflexiones sobre el oficio de escribir y el diálogo con varias de las principales corrientes de pensamiento contemporáneas que confirman el lugar de alta densidad de debate teórico desde donde escribe Rivera Garza. Difícil resulta pues seguir ateniéndonos a la distinción de Bühler entre los verbos orientados predominantemente al narrar y aquellos orientados sobre todo al explicar, los primeros tranquilizadores y volcados al tiempo pasado y los segundos siempre inquietantes e inscritos predominantemente en el tiempo presente. Insistiremos en que la coexistencia de distintas estrategias, distintos registros y discursos no desemboca en mezcla e hibridez, sino en un fluir de la escritura capaz de articular la heterogeneidad sin disolverla, sino siempre salvándola. Y ello se logra a pesar de este carrefour de discursos que incluyen la historia y la crónica, la narrativa, el ensayo y la lírica, así como se ponen en relación con algunas imágenes también reproducidas en el libro, y a pesar de esta confluencia de distintas estrategias que no se agotan en las arriba mencionadas sino que comprenden, por ejemplo, la construcción viva de la memoria, la restauración de los recuerdos, la crítica y el diálogo con otros autores —Revueltas, Anzaldúa o los periodistas y fotógrafos del algodón—, al tiempo que dan lugar a zonas de concurrencia entre la interpretación y la iluminación poética.

La segunda parte de la obra, “La pluralidad de los mundos habitados”, está organizada a partir de varias secciones cuyo título se indica entre corchetes: [ojos desde Urano], [el punto de vista externo], [un eslabón], [pertenecer es una palabra ardiente], [un método], [Venus parecía exactamente Venus]. En ella asistimos a la puesta en escritura de distintos planos y niveles de la experiencia y la existencia. En la primera sección, [ojos desde Urano], se evoca la figura del escritor mexicano José Revueltas, con cuya novela El luto humano se enlaza la Autobiografía del algodón, pero en este caso se trata de la reconstrucción del momento en que Revueltas escribe una carta a su hija Andrea desde Ciudad Alemán en 1952. En esa carta, redactada en condiciones precarias (una máquina de escribir en equilibrio inestable, ruido, calor, mosquitos), Revueltas habla a su hija “sobre Copérnico y Darwin, sobre la posibilidad de vida en otros mundos y, finalmente, sobre su proyecto de elaborar una historia general del materialismo. Seguir estudiando, escribía. Ordenar algunas fichas. Leer más. Leerlo todo” (Rivera Garza 2020: 83).

Aun en las condiciones más difíciles y oscuras, el luminoso ser humano, representado en este caso por Revueltas, se anima a pensar el infinito. Habla a su hija de un libro que a su vez contiene la multiplicación: La pluralidad de mundos habitados, de Camilo Flammarion (2020: 83). Rivera Garza cita textualmente la carta donde Revueltas conversa con la hija que extraña y a quien le participa su visión: “la tierra no es el único planeta en donde existen seres humanos, sino que, dentro del ámbito infinito del universo es posible (es segura) la existencia de otros mundos donde, cuando menos, debe existir vida orgánica” (2020: 84). E interviene ahora la voz que representa a la narradora-historiadora-lectora Rivera Garza para comentar: “Es del todo posible que fue desde entonces, desde esos 12 o 13 años, que Revueltas empezó a preguntarse quiénes nos miraban desde Urano” (2020: 84).

¿Es posible pensar en un punto de vista exterior a las cosas humanas, como el de un hipotético observador de Urano, a quien interese la miseria en la tierra? Es esa también la pregunta que se hace el narrador de El luto humano evocado por la autora: “tendría algún significado si no hubiese ojos para mirarla, ojos, simplemente ojos de animal o de hombre, desde cualquier punto, desde aquí, o desde Urano?” (Rivera Garza 2020: 84).

Rivera Garza reconstruye, como crítica y narradora, el marco de enunciación de las palabras de Revueltas, la posibilidad y el sentido de su pregunta. Acto seguido, la autora reflexiona sobre los distintos movimientos revolucionarios que, animados por una misma inquietud, pensaron “la posibilidad de otras vidas, de otros mundos dentro de este mundo, de otras maneras de estar en y convivir con el planeta” (2020: 84).

Pasa luego, en su dimensión crítica, a enlazar la pregunta materialista de Revueltas, “que descentra la posición del ser humano sobre la tierra, equiparándolo a la planta o la roca, el mar o la nebulosa, y ligándolo a otras formas de vida, orgánica o inorgánica, en otros sistemas planetarios o en otras galaxias” (Rivera Garza 2020: 85), a la preocupación que es hoy central en “los nuevos materialismos” y —agreguemos— en los nuevos realismos “que hoy atraviesan una buena parte de las discusiones en las humanidades” (2020: 85). Rivera Garza, aguda observadora y conocedora de las discusiones que tienen actualmente lugar en la academia y en el campo de las humanidades, enlaza su propia obra y la del autor de El luto humano a esta discusión, traza nuevas tradiciones de pensamiento que a su vez nos conducen a reinterpretar desde otro lugar y en el marco de renovadas discusiones la obra de Revueltas.

Lo que sigue nos conduce a una de las estrategias fundamentales empleadas por Auerbach para explorar los modos de confluencia entre la obra artística y el mundo, y recupera toda su fuerza, todo su interés:

[el punto de vista externo]

La imagen de un adolescente que, una noche tupida de estrellas detiene en seco su carrera para observar así, todavía con la respiración entrecortada, la bóveda del universo.

¿Qué mar de oscuros reflejos, de abismos luminosos, de espumas cósmicas habrá del otro lado del horizonte, en los crepúsculos?

La imagen del adolescente que levanta el rostro para toparse con los ojos que lo ven, que le dan sentido a su existencia, desde otro planeta. El punto de vista externo […] (Rivera Garza 2020: 84).

La adolescencia es la gran etapa de los descubrimientos, de la valentía de quien se atreve a mirar más allá de sí mismo, de quien se atreve a emplear las palabras de la tribu para explorar y dar nombre a nuevas realidades, a buscar nuevos significados.

El acto de narrar y la propia reflexión de la autora se enlazan claramente con el acto de narrar y preguntarse del propio Revueltas: “No está solo el mundo”: “lo ocupa el hombre”. “aquella constelación, aquel planeta solitario, toda esa materia sinfónica que vibra, ordenada y rigurosa, ¿tendría algún significado si no hubiesen ojos para mirarla, ojos, simplemente ojos de animal o de hombre, desde cualquier punto, desde aquí o desde Urano?” (Rivera Garza 2020: 86). Nótese que lejos, muy lejos, de simplemente apelar a una cita de Revueltas o sacarla de contexto de manera extractivista, Rivera Garza honra aquel momento de reflexión y de escritura que le dieron nacimiento, lo subraya, lo vuelve a dotar de toda la relevancia, de toda la perentoria y vital importancia con que fue formulado, para a su vez entrar en diálogo existencial con él. Cuando escribía su propia novela, Rivera Garza descubrió asombrada su genealogía con El luto humano: el lugar central del agua, sí, pero también la cercanía de ciertos temas y la preocupación de los primeros años de militancia de Revueltas, que giraron en torno a una realidad que es también la del pasado familiar y las genealogías de los Rivera y los Garza que la autora andaba buscando. En efecto, como ella misma lo recuerda, el propio Revueltas había visitado, muy joven aún, Estación Camarón, lugar que habitaron los propios antepasados de la autora. Por otra parte, ella nos recordará también que ese lugar extremo, marginal, extraviado en la geografía y la memoria histórica de México, fue nada menos que el escenario de la primera revuelta agrícola postrevolucionaria y, en cuanto tal, laboratorio de uno de los procesos sociales más interesantes de la primera parte del siglo XX. Una vez más, las posiciones de marginalidad y centralidad, los valores de excepcionalidad y relevancia alimentan la visión de Rivera Garza y se enlazan con la misma preocupación de Revueltas y del propio ser humano a la hora de aceptar con cada vez mayor modestia nuestro lugar en el cosmos y de reconocer con un voto de esperanza nuestra posibilidad de observarlo y observarnos. El punto de vista laboriosamente construido por la larga tradición de la literatura occidental se descentra, se reformula, se complejiza hoy al infinito desde la experiencia y la mirada de los autores provenientes de distintas partes del mundo y se enriquece con la concurrencia de diversas tradiciones y formas de contar la historia.

Además de todo ello, registra la obra de Rivera Garza otra preocupación contem-poránea que atraviesa nuestra conciencia y desestabiliza nuestros hábitos de pensa-miento: “la descentralización de la presencia humana sobre la tierra” (2020: 86). Una vez planteado el tema, la autora abre la trama de esta novela-ensayo a las reflexiones de otros pensadores. En las pocas páginas que hemos decidido comentar son llamadas a comparecer con este propósito las reflexiones de Deleuze, Ortega y Gasset, Heidegger, Jussi Parikka. Nos maravilla el modo en que Rivera Garza teje estas inquietudes, que pueden a su vez abordarse, como lo hace en [un eslabón], con un sentido abstracto que se toca con la pregunta poética por la raíz misma de nuestra existencia:

La descentralización de la presencia humana sobre la tierra: apenas un punto en un universo definitivamente más extenso, más maravilloso, más fulminante. Un eslabón, quiero decir. Algo que, deleuzianamente, conecta. Los pies con la tierra, la mano con otras manos, los ojos con la mirada ignota del animal o de la planta o de la piedra o de ese otro que todavía no alcanzamos a distinguir en la orilla de las esferas. Yo soy yo y mi galaxia. Yo soy yo y mi sitio sobre la tierra. Yo soy yo y mi sitio junto con otros sobre la tierra, en este lugar del sistema solar, dentro de un universo plagado de estrellas (Rivera Garza 2020: 86).

Este tan breve como intenso capítulo, esta isla preponderantemente ensayística y poética en el fluir narrativo, se cierra con dos secciones de enorme densidad que enlazan a su vez la experiencia particular de la escritura con una reflexión general sobre la condición humana: En [pertenecer es una palabra ardiente] aborda la gran cuestión del habitar, el pertenecer como la “condición primordial e ineludible” del ser humano y de todos los seres (2020: 87); el “reconocer la consistencia misma de nuestras múltiples habitaciones y responder a sus requerimientos” (2020: 88). Reconocer con modestia nuestro lugar como habitantes de la tierra, como cuerpo entre otros cuerpos, “nuestra condición de huéspedes” (2020: 89). Y aun otro elemento de no pocas consecuencias: la posibilidad de llegar a un nivel fundamental y fundante de verdad:

La verdad cruel, la verdad simple, la verdad de la que parten todas las otras verdades: estamos alojados en una casa ajena. Somos huéspedes en un lugar que es también la ubicación de otros seres humanos y otras especies y otros seres orgánicos e inorgánicos. Reconocer la raíz plural de nuestra habitación, asumir nuestra condición de huéspedes en un mundo radicalmente compartido […]. Habitar es devenir, ciertamente. No se trata de una conexión abstracta y ni siquiera sagrada, sino de una interrelación material (Rivera Garza 2020: 89).

Regresar a Revueltas y a la cuestión del materialismo es a la vez acceder a cuestiones mayores como el sentido de nuestro habitar en la tierra y a la posibilidad de seguir afirmando la existencia de la verdad.

Reencontrarse una vez más, en este nuevo giro de la espiral, con Revueltas, permite a Rivera Garza preguntarse, con él, tanto por la materia del mundo y de la escritura como por el sentido de ser escritor. Con ello logra, a su vez, rescatar y restaurar tanto la presencia de Revueltas, ese “escritor que muere por la vida” (2020: 89), en la historia que se está contando, como dialogar con él en torno al “trabajo de creación”, que debe pasar ineludiblemente por el cuerpo, así como por la responsabilidad del escritor:

A la manera de los pensadores del giro no-humano, aunque mucho antes que ellos, Revueltas entiende la ardiente palabra pertenecer como parte de o sinónimo de otro verbo encarnado: producir. De la mano al cerebro y viceversa, con la dignidad de las yemas encallecidas, la producción del planeta, de la vida humana y no-humana sobre el planeta tierra, es la condición de la que no podemos, ni queremos, escapar. Habitar, que es también producir una habitación, es lo que nos conmina a reconocernos (Rivera Garza 2020: 90).

No dejaremos de mencionar otro quehacer de algún modo cercano a la filología, que acompañará toda la obra de Rivera Garza: su apropiación y toma de distancia crítica, su escuchar, su dotar de calidad y saborear el sentido individual y colectivo, el carácter dulce o amargo de las palabras: “pertenecer es una palabra ardiente” (2020: 87), “cumplir es un verbo sin misericordia”, “usurpar es otro verbo que viene del latín y es otro verbo sin clemencia” (2020: 91).

En este momento de tránsitos y migracio-nes, en este momento en que a la certeza de los pocos que tienen una habitación y un trabajo se contrapone la incertidumbre de la intemperie, Rivera Garza retoma estas re-flexiones que son las de quien busca trazar su genealogía persiguiendo ella misma, en tránsito por tierras peligrosas y desoladas, la huella de una familia en permanente mo-vimiento y precariedad laboral y existencial:

[un método]

Pero pertenecer es siempre ir de vuelta. No hay tábula rasa […]. Nadie pertenece por primera vez. Compartimos estancia de entrada, en el origen mismo de toda materia […]. Ojos en el microscopio: Ojos en el telescopio. La tecnología nos lo recuerda o lo hace patente: no hay lugar vacío. Más que un mito, la des-habitación es un crimen. Pertenecer es re-habitar. Negar el origen abstracto o puro del universo y abrazar su materialidad: eso es pertenecer. La primera habitación, por lo tanto, es la huella (Rivera Garza 2020: 90-91).

Tras este pasaje de aliento poético sigue la reflexión sobre la responsabilidad del escritor, que se enlaza tanto con las exigencias de la propia novela que se está escribiendo como con las demandas del ser humano y de la vida. La moral de la forma se entrelaza en lo profundo con la forma de la moral. Regresemos a las palabras mencionadas en el comienzo de este artículo:

Si como habitantes de la tierra solo nos queda estar con otros o volver a estar donde estuvieron otros, entonces la tarea más básica, la más honesta, la más difícil, consiste en identificar las huellas que nos acogen. Este es el momento ético de toda escritura, y, aún más, de toda experiencia (Rivera Garza 2020: 91).

Aun cuando nos espera una última página para cerrar esta sección, página de retorno y homenaje a la obra de Revueltas, prefiero quedarme aquí, por los alcances a la vez éticos, estéticos y epistémicos de esta afirmación que está en la base del programa escritural, vital y político de Rivera Garza: volver a habitar la huella, restituirla con un trabajo de búsqueda y escritura, hasta lograr encontrar en ella una primera habitación que nos dé sentido de pertenencia, que nos permita rehabitarla. Añado que rehabitar es también encontrar las condiciones para rehabilitar nuestra vida en la vida, la vida en nuestra vida.

Cuando Erich Auerbach, perseguido por el nazismo, se refugia en Estambul, decide escribir Mimesis, este libro de alta crítica que es a la vez un canto de amor a la tradición cultural que lo acunó en su infancia, a la “civi-lización” que alguna vez lo convidó a creerse parte de ella y que más tarde bárbaramente lo expulsó y lo obligó a buscar nuevos sentidos de pertenencia. En 1942 y en pleno avance de los horrores del nazismo, Auerbach propone un método de lectura de los textos que busca a su vez indagar “la interpretación de lo real por la representación literaria” (1988: 522). Muestra allí los distintos momentos de una larga historia que tiene uno de sus hitos en la tradición figural, y afir-ma que “el realismo moderno, en la forma que se presentó en Francia a principios del siglo XIX […] hace de sus personajes obje-tos de representación seria, problemática y hasta trágica” (1988: 522). Recordemos que existen en alemán dos términos diferentes, Realität y Wirklichkeit, que suelen traducirse al español con el mismo vocablo, ‘realidad’, aunque debe distinguirse entre Realität como soporte material de todo lo dado y Wirklichkeit como realidad construida o configurada por el sujeto (Galcerat 1995: 72). Considero que en el caso de Rivera Garza estos dos sentidos se hacen presentes: tanto la realidad material que es trasfondo de los acontecimientos y es una y otra vez evocada a través de la obra, y la realidad construida por un sujeto que obedece a la tarea de historiar, relatar, imaginar.

Regresar a Auerbach después de leer a Cristina Rivera Garza es tender puentes entre dos autores que combaten desde la crítica y la creación literaria el avance de la intemperie y proponen diversas formas para identificar las huellas que nos acogen. Es redescubrir a dos figuras que no se rinden e insisten en la necesidad de defender la dignidad de lo humano a la hora de entablar el diálogo con la literatura. Es asomarse al punto cero donde la representación de la realidad se pregunta por sus propias condiciones de posibilidad y se descubre parte de la larga exigencia de pensar lo humano sin hacer concesiones a la usurpación de la mentira. Es reemprender la marcha en busca empecinada de los indicios de la vida, la verdad, el valor de lo existente. Es afirmar nuestro derecho a transitar y hacer habitable el mundo, nuestro derecho a recuperar las huellas de la memoria e indagar el horizonte del sentido.

Referencias

Auerbach, Erich (1988): Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, México: FCE.

Galcerat Huguet, Montserrat (1995): “Realidad y actualidad o efectividad o bien la concepción hegeliana del ser como existencia devenida”, en: Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, 12, 57-78, en: https://revistas.ucm.es/index.php/ASHF/article/view/ASHF9595110057A (Acceso en 13/01/2022).

Revueltas, José (2014): El luto humano, México: Ediciones Era.

Rivera Garza, Cristina (2020): Autobiografía del algodón, México: Random House Mondadori.

Rivera Garza, Cristina (2021): El invencible verano de Liliana, México: Random House Mondadori.