Maternidad y trauma en la posguerra peruana. Un estudio de La hora azul, de Alonso Cueto.

Brenda Morales Muñoz

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Resumen

Durante el conflicto armado peruano muchas mujeres, en su mayoría campesinas quechuaparlantes, sufrieron distintos tipos de agresiones sexuales. Una de sus consecuencias fue la maternidad forzada. Este trabajo se enfocará en el análisis de dicha temática en la novela La hora azul, de Alonso Cueto. Se ofrecerá una mirada con perspectiva de género y se apoyará en las ideas de basurización, de Rocío Silva Santisteban, y de posverdad, de Marianne Hirsch, para analizar la manera en que se representó ficcionalmente la maternidad forzada y el trauma que generó la violencia en contra de las mujeres en un contexto de guerra.

Palabras clave: Literatura peruana; crímenes contra las mujeres; violencia de género; violencia sexual; cuerpo femenino; maternidad, trauma.

Cuando se reconoció oficialmente el final del conflicto armado interno peruano (1980-2000) se creó una Comisión de Verdad y Reconciliación con el objetivo de tratar de entender lo que había sucedido en el pasado inmediato. En 2003 se publicó su informe final que, en cuanto a la violencia contra las mujeres, daba a conocer datos escalofriantes: las víctimas de violaciones fueron mujeres de entre 10 y 29 años de edad, aunque también hubo niñas más pequeñas y ancianas, y las agresiones fueron cometidas en su mayoría (83%) por agentes estatales. La violencia de género también incluyó esclavitud sexual, prostitución, unión, abortos, esterilizaciones y embarazos forzados. Es importante subrayar que la mayoría de estas mujeres eran indígenas de la zona andina, por lo que no puede obviarse el componente racista de la violencia durante el conflicto armado. A este respecto, el informe de la CVR (2003, tomo VI, capítulo I, apartado 1.5) señala que:

En cuanto al perfil sociodemográfico de las víctimas de violencia sexual, se puede afirmar que estas provenían de las fracciones sociales menos integradas a los centros de poder económico y político de la sociedad peruana. Así como sucedió en general con todas las víctimas del conflicto armado, las que sufrieron algún tipo de violencia sexual formaban parte de sectores especialmente vulnerables por su marginalidad. La gran mayoría eran analfabetas o sólo habían llegado a cursar la primaria. Asimismo, las víctimas eran mayormente mujeres quechuablantes (75% de los casos), de origen rural (83%), campesinas (36%) o amas de casa (30%). Dicho de otro modo, fueron las peruanas más excluidas, y por lo tanto desprotegidas, las que sufrieron con mayor intensidad la práctica de la violación sexual. (CVR 2003: 278)

La experiencia peruana muestra que las mujeres no eran consideradas sujetos, sino objetos o basura. Como lo señala la crítica peruana Rocío Silva Santisteban, que utiliza el término “basurización” del cuerpo femenino pensando en que la basura es lo que se expulsa, algo inútil: “Los sujetos se permiten a sí mismos no percibir sentimiento alguno por el otro […] sino sólo la necesidad utilitaria de sacarlo del sistema: evacuarlo, someterlo o humillarlo para permitirse una victoria” (2008: 70).

Quisiera detenerme en las uniones forzadas por ser un tema esencial en la novela La hora azul que se analizará más adelante. Tanto Jelke Boesten como Francesca Denegri (2015) refieren que, durante la guerra, las mujeres de las comunidades indígenas eran hechas prisioneras injustificadamente y la mayoría de ellas eran “dadas a las tropas”, es decir, violadas en forma colectiva. Pero en ciertas ocasiones, si un alto mando “reclamaba” a alguna prisionera para él, nadie más podía violarla, así que muchas mujeres fueron obligadas a unirse a ellos, a ser las “mujeres” de sus violadores, a llevar una “vida de casadas” en las bases militares. Si el alto mando la convertía en su “protegida” en vez de ser violada por muchos soldados, solo era violada por uno, en eso constaba la protección. Cuando esto sucedía, los soldados decían que el jefe se había “enamorado”, incluso pensaban que eran “cuidadas”, como si la violación fuera una expresión del amor romántico (Denegri 2015: 69). En diversos testimonios recogidos por Denegri, los militares que “se quedaban” con las prisioneras señalaban que no creían ser culpables, al contrario, estaban convencidos de que habían “protegido” y “salvado” a las mujeres. Incluso confesaban que les hablaban cariñosamente porque eran “pareja”, aunque evidentemente no era una relación consensuada: “el cariño que les pedían sus captores era su disposición al sexo y eso en el imaginario del agresor no era considerado una forma real de agresión contra la detenida” (2015: 67). Así, muchos de estos militares no se consideraban violadores porque “trataban con cariño” a sus prisioneras, mujeres que no tenían derecho a resistirse.

En estas uniones, muchas mujeres quedaron embarazadas. El tema de los infantes que nacieron como consecuencia de violaciones sexuales durante la guerra es poco estudiado y también es esencial en la novela de Alonso Cueto. Las mujeres que habían sido abusadas por militares tenían pocas opciones: algunas intentaban abortar con hierbas; otras recurrían al “aborto posparto”, una práctica de larga data en el campo que consiste en “dejar morir” a los bebés no deseados acostándolos boca abajo hasta que dejan de respirar; y otras daban a luz y criaban solas a niños o niñas producto de una violación. Así, el trauma de la guerra no se quedaba solamente en ellas, pues nacieron bebés que llevaban encima el estigma de ser hijo o hija de un militar: “Algunas madres criaron a estos niños en sus estancias, aislándolos de los insultos que circulaban en sus comunidades. Algunas los enviaron a familiares en la costa. Otros, ya adolescentes, han crecido en sus pueblos, aguantando las habladurías” (Theidon 2004: 127).

La hora azul, séptima novela del escritor Alonso Cueto (Lima, 1954), aborda diversos aspectos del conflicto armado interno, pero este trabajo solo se enfocará en la manera en que se presenta el trauma de la violencia sexual1 y la maternidad forzada en su protagonista, Miriam. En este artículo se hablará concretamente de maternidad y no de procreación porque el segundo término designa solamente el proceso biológico de la reproducción (concepción y embarazo) y en esta novela lo que se observa es, además de la procreación, los trabajos de cuidados y crianza asociados a la maternidad; es decir, que esta no solo se refiere al momento de dar a luz, sino que conlleva la construcción de lazos materno-filiales.

La historia se ubica temporalmente cuando la guerra ha terminado. El narrador, Adrián Ormache, es un prestigioso abogado de clase alta que descubre parte del pasado de su padre, un exmilitar que él consideraba un héroe de guerra:

El viejo tenía que matar a los terrucos a veces. Pero no los mataba así nomás. A los hombres los mandaba trabajar… para que hablaran pues…, y a las mujeres, ya pues, a las mujeres a veces se las tiraba y ya después a veces se las daba a la tropa para que se las tiraran y después les metieran bala, esas cosas hacía. (Cueto 2005: 37)

Con esta revelación, Adrián no solo descubre que su padre tiene un trato “basurizante” con las prisioneras, lo cual es notable en su práctica habitual de violarlas y asesinarlas, sino que había forzado a una de ellas a tener una relación con él, era: “una chola que le gustó al viejo y no se la dio a la tropa, se la quedó para él nomás” (Cueto 2005: 43). El narrador se obsesiona con encontrar a esa mujer, para ello se entrevista con dos ex militares que habían sido subordinados de su padre en Huanta durante la guerra: Chacho y Guayo. Ambos le confirman sin el menor asomo de remordimiento que, para ellos, las mujeres no valían, que eran basura, pues las secuestraban en los pueblos, las acusaban falsamente y se las llevaban a su padre. Él las violaba y luego se las daba a la tropa para que hicieran lo mismo y, por último, las mataban. Ninguno de ellos siente arrepentimiento o empatía hacia las prisioneras, lo cual muestra el proceso de basurización anteriormente descrito por Rocío Silva Santisteban. Las mujeres no eran tomadas como iguales, no eran sujetos, eran objetos que podían desecharse. El comandante Ormache, acostumbrado a violar sistemáticamente a las prisioneras para después asesinarlas, cambia con Miriam:

Un día encontramos a una chica linda. Una chica muy bonita, muy joven. Era delgada de pelo largo y unos ojos grandes. La encontramos en el pueblo junto a Huanta […] Tu papá se quedó con ella esa noche pero al día siguiente cuando esperábamos que nos la diera, que nos la entregara a la chica, su puerta de tu papá no se abrió. No se abrió, oye. Tu papá no quería que la tuviéramos. No sé qué le pasó. No se la mandó a la tropa… A tu viejo le encantó esa chica y no quiso que se la agarrara la tropa. No quiso que la ejecutaran […] Y allí nomás no sé cómo de repente se reblandeció tu padre, se puso contento esos días […] estaba loquito por ella. (Cueto 2005: 77)

La novela describe así la unión forzada a la que algunas mujeres fueron sometidas. Miriam fue obligada a convivir con el comandante Ormache, a tener relaciones sexuales con él, a jugar el papel de su esposa. Ella pudo sobrevivir porque destacó entre las otras prisioneras y tuvo la “suerte” de que quien daba las órdenes “se enamorara” de ella. Pero también pudo sobrevivir gracias a su habilidad para distraer a sus captores y escapar de aquel cuartel en el que era retenida contra su voluntad y sin ninguna justificación. Después de un largo periplo, Adrián logra ubicar a Miriam y ella le relata su cautiverio. Él escucha con atención la voz de una mujer que había sido basurizada: secuestrada, violada y a quien le habían asesinado a toda su familia, una sobreviviente que cuenta su historia traumática, su lamentable pasado y los rastros de la guerra que se habían quedado en ella. Además, le revela quién había sido su padre, los actos que había sido capaz de cometer:

A su papá lo odié tanto, le digo, a su padre pude haberlo matado si hubiera podido porque me engañó tanto, y abusó de mí, en ese cuartito, yo lo odié tanto, por culpa de ellos, de los soldados, de los morocos, perdí a mi familia, ya no pude ver a mi familia, ya no los alcancé, se murieron, se murieron sin mí, y yo lo odiaba tanto a su papá. (Cueto ٢٠٠٥: ٢١٩)

El peso de la narración de La hora azul está focalizado en la perspectiva de Miriam, una víctima directa que sufrió agresiones sexuales, unión forzada, resultó embarazada de su agresor y fue obligada a convertirse en madre. Como tantas otras mujeres que habían sido prisioneras injustamente, Miriam tuvo un hijo que fue producto de lo que para ella fue una violación, pero para su agresor fue una relación amorosa.

Las marcas más dolorosas que le dejó la guerra eran sus muertos, pero también su hijo Miguel, a quien aprendió a querer. La maternidad de Miriam es muy compleja porque, si bien pudo establecer un lazo amoroso con su hijo, este no se dio desde su nacimiento, como dicta el estereotipo de las maternidades, sino con el paso del tiempo y de la convivencia. Además, cabe subrayar que convertirse en madre no anuló el trauma sufrido en la guerra, por el contrario, era su huella más visible. Como muchas madres en la posguerra, Miriam no tuvo otras alternativas. Tras su fuga, la prioridad era para mantenerse con vida, en la novela nunca se plantea que la protagonista haya tenido tiempo para reflexionar lo que iba a hacer con el embarazo. Asumió la crianza en solitario de un niño producto de un abuso, un niño que le recordaría la violencia que el padre ejerció sobre ella. La maternidad de Miriam es agridulce, pero hace todo lo posible para que Miguel no sepa su pasado y su origen. Para ella lo más importante es su hijo, finalmente es el único familiar que tiene, después de una experiencia como la que había vivido, lo único que pide es que él pueda: “vivir sin tristezas, que no tenga esos silencios largos que tiene” (Cueto 2005: 251). Miriam desea que el trauma de la guerra solo sea un peso para ella, no para Miguel, a él no le correspondía ese dolor. Le preocupa que Miguel no hable con nadie y parece culparse por eso. Siente que las cicatrices que la guerra había dejado en ella le habían impedido ser feliz y, por lo tanto, le habían imposibilitado enseñarle a su hijo a serlo. En ese sentido, piensa que para el niño el olvido sería lo mejor, si hubiera sido posible borrarle todos los recuerdos de la cabeza lo habría hecho:

Yo quisiera que no se acuerde de mí, que yo no esté allí para contarle todo lo que pasó con sus abuelos. Ya él no debe pensar en eso. Él no debe pensar que a sus tíos y abuelos los mataron, que yo estuve en Huanta con la guerra y todo lo que pasó con mis papás. Tiene que estar en otro sitio. Él tiene que sentir que puede vivir, ¿no crees que eso es lo que le puede dar una madre a su hijo, no es lo único, o sea no es eso, convencerlo de que vale la pena seguir vivo, pensar que le van a pasar cosas buenas, que él piense que le pueden pasar cosas buenas? (Cueto 2005: 252)

Miriam desea algo imposible, se sabe incapaz de transmitirlo porque no lo cree para ella misma, no puede ser un modelo para Miguel, quien siempre había visto triste a su madre, aceptando y repitiendo que es difícil tener esperanza cuando hay tantas pérdidas. Después del tiempo transcurrido desde su escape —aproximadamente catorce años— Miriam acepta que no siente rencor, incluso acepta que ya ha perdonado a su captor. Lo que siente es cansancio de extrañar a su familia, de no saber dónde están. Miriam es una sobreviviente que no entiende cuál es el objetivo de volver constantemente a un recuerdo que hace daño. Pese a que en apariencia perdona a su agresor, no puede deshacerse del dolor que le causó. En cambio, Miguel sí puede dejar el pasado atrás porque no lo vivió directamente.

Por lo anterior, el manejo de la memoria que propone la novela se acerca a lo que se conoce como posmemoria. Para Marianne Hirsch este término se refiere al vínculo que guarda una generación con un hecho traumático pasado, del cual esta no fue víctima ni cómplice porque precedió a su nacimiento. Sin embargo, tal hecho se transmite a través de quienes lo experimentaron. De este modo, el pasado violento no se sufre, pero sí moldea el presente, el carácter y la vida de la persona. Hay una mediación necesaria entre el hecho histórico en sí mismo y la representación de este, llevada a cabo por el descendiente porque no la ha vivido de manera directa y solo lo conoce por las historias, los recuerdos y los comportamientos de los familiares o personas con las que ha crecido. Es una memoria afectiva porque el evento suele conocerse a través de alguien con quien hay un lazo de aprecio, aunque Hirsch (2008) precisa que no se circunscribe a lazos familiares ni a víctimas. Puede haber transmisión de una memoria traumática de un victimario o agresor a un escucha que no esté vinculado familiarmente con él:

Descendants of survivors (of victims as well as of perpetrators) of massive traumatic events connect so deeply to the previous generation’s remembrances of the past that they need to call that connection memory and thus that, in certain extreme circumstances, memory can be transmitted to those who were not actually there to live an event. (2008: 105-106)

Las huellas de ese pasado doloroso permanecen vigentes y se perpetúan gracias a lo que Hirsch llama transmisión transgeneracional del trauma, en la que los testimonios, la museología, los monumentos, la historia oral, la literatura, la fotografía y el cine desempeñan un papel fundamental. En este sentido, La hora azul comparte elementos de la posmemoria planteada por Hirsch. En la novela los representantes de la segunda generación no pueden ser más distintos entre sí, están separados por un abismo de edad y de clase: Adrián es hijo de un verdugo y Miguel de una víctima. Hirsch habla de memorias que preceden el nacimiento o la conciencia (2008: 107). Tal es el caso de Adrián Ormache, quien vivió durante la guerra siendo apenas un niño en Lima y no tuvo conciencia de ella sino años después. En ese momento no podía informarse y sus padres, que eran los encargados de hacerlo, simplemente lo ignoraron, como tantas otras personas de clase alta a quienes el conflicto no les afectaba y, por lo tanto, lo ocultaban.

El personaje en el que se ve más claramente la posmemoria es Miguel, porque su vida está totalmente influida por el trauma sufrido por su madre. La guerra sucedió antes de que él naciera, pero él mismo es una consecuencia de ella para Miriam. Pese a que no la experimentó sí moldeó su carácter y su forma de vida: el niño siente sus efectos por el comportamiento de su madre más que por lo que ella le cuenta.

La hora azul muestra que el conflicto armado marcó a casi todos los sectores de la sociedad, directa o indirectamente, incluso a quienes, como Adrián, nunca se lo habían imaginado. Asimismo, evidencia la crueldad de una guerra que se ensañó con las mujeres que fueron consideradas objetos desechables, sufrieron en su propio cuerpo agresiones inimaginables y que, además, tuvieron que hacerse cargo de criar solas a los hijos de sus agresores sexuales. Miriam, aunque desea olvidar el pasado, no puede escapar del trauma que le dejó la guerra ni de sus recuerdos dolorosos. Si bien nunca planeó ser madre, no solo acepta a Miguel, sino que lo cría amorosamente, él constituye su única familia. La maternidad forzada de Miriam, como la de tantas otras mujeres, muestra que, aunque la guerra terminara, sus efectos continuaron para las mujeres que, más que sujetos, fueron consideradas basura, como señalaba Rocío Silva Santisteban. Y, a pesar de eso, siguieron adelante porque alguien dependía de ellas.

Referencias

Boesten, Jelke (2014): Sexual Violence During War and Peace. Gender, Power, and Post-conflict Justice in Peru, Nueva York: Palgrave Macmillan.

Comisión de la Verdad y la Reconciliación (2003): Informe final. Lima: CVR. (Acceso en: www.cverdad.org.pe)

Cueto, Alonso (2005): La hora azul, Barcelona: Anagrama.

Denegri, Francesca (2015): “Cariño en tiempos de paz y guerra: lenguaje amoroso y violencia sexual en el Perú”, en Denegri, Francesca y Alexandra Hibbet (eds.), Dando cuenta. Estudios sobre el testimonio de la violencia política en el Perú (1980-2000), Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 65-78.

Hirsch, Marianne (2008): “The generation of postmemory”, en: Poetics Today, 29, 103-128.

Segato, Rita (2016): La guerra contra las mujeres, Madrid: Traficantes de sueños.

Silva Santisteban, Rocío (2008): El factor asco. Basurización simbólica y discursos autoritarios en el Perú contemporáneo, Lima: Red para el desarrollo de las ciencias sociales en el Perú.

Theidon, Kimberly (2004): Entre prójimos. El conflicto armado interno y la política de reconciliación en el Perú, Lima: Instituto de Estudios Peruanos.


1 El tema de la violencia sexual en contra de las mujeres en contextos bélicos ha sido ampliamente estudiado por Rita Segato. Para más información véase Segato, Rita (2016): La guerra contra las mujeres, Madrid: Traficantes de sueños.