Lo
antisocial de la disidencia. Presentación del libro Inflamadas de retórica.
Escrituras promiscuas para una tecno-decolonialidad (Jorge Díaz y Johan
Mijail, 2016)
Presentado
por Alejandra Castillo
Universidad
Metropolitana de Ciencias de la Educación, Chile
“Un
nosotras que se desplaza de cita
en cita procurando armar un relato con fiebre morena, experimentando la
potencia de construir un texto donde aparezca un espacio y un tiempo en común,
un no-lugar reconfortante, una especie de comunidad disidente, sin miedo al
SIDA, a la enfermedad, a la vejez, al afeminamiento, al activismo, a la
pornografía y a la muerte” Jorge Díaz & Johan Mijail
Es una
particular geometría vertical la que sostiene al sujeto. Es por ello que su verdad
y su decir autónomo, siempre se dirán rectamente, adoptando un rictus, posando
un cuerpo pleno y erguido. La rectitud de la pose tiene en la figura de la inclinación
su anverso repudiado. Es en esta relación conflictiva entre la rectitud del
sujeto y su inclinación donde se sitúa el nombre y su disidencia.
Es por ello,
por esa geometría, que la firma con la que nos sostenemos se suele decir en un
trazo, una línea que habitualmente, tal vez por costumbre, llamamos nombre. Nos
sostenemos en la rectitud de un nombre que nos antecede y muchas veces nos
detiene, nos limita. Esta breve línea recta que, de modo veloz, casi automático,
va uniendo letra a letra a un cuerpo, no busca otra cosa que escribir con
insistencia, una y otra vez, un cuerpo en la rectitud.
El orden de
la línea que tensa y cansa a un cuerpo en el rigor de las cosas y sentidos de
común compartidos se dice en la obediencia, la belleza y en la productividad ¿Qué
sería de un cuerpo que no produce? ¿Un cuerpo que no funciona siguiendo la línea
recta del orden paterno? No sería distinto a un cuerpo que pesa, que cansa. Un
cuerpo que nos va creciendo, sin mucho darnos cuenta.
Carne, huesos
y nervios tensados en la principal función de ascender, días tras día, la recta
de un nombre que cargamos de un lugar a otro como una valija con sobrepeso. A
veces nos acostumbramos a la fatiga, casi no notamos el dolor de la espalda.
Hasta que la máquina se descarrila, sacando del riel una o varias ruedas haciéndonos
inclinar hasta caer y quedar con las ruedas girando en banda (Ponge 1991, p.
57).
Es en esa
caída, en la impostura de la voltereta que nos tira al suelo y que nos expone desbaratando
la línea recta cuando se aflojan las letras que han mantenido unido al cuerpo.
En el movimiento de descenso, en la caída que con fuerza atrae el cuerpo hacia
abajo lo que se tenía por cierto comienza a tambalear, el nombre que sujeta a
la línea recta se desanuda. En el descorrimiento del nudo que mantiene unido
nombre y cuerpo es cuando es posible desorganizar funciones, alterar órdenes e
inventar otros cuerpos. Es precisamente, ahí, cuando la inclinación termina en
caída, golpe y herida donde comienza Inflamadas de retórica. Escrituras promiscuas
para una tecno-decolonialidad de Jorge Díaz y Johan Mijail.
Un
cuerpo-nombre que no demora en narrar su disolución en la propia suspensión de
la firma que no es otra cosa que poner en suspenso la ley paterna de la
filiación. Una escritura sin firma como otro modo de decir una escritura sin
cuerpo. Al menos sin la firma-individuo, al menos sin el cuerpo-erguido. Al
menos sin ese nombre- firma que mantiene de pie al hombre, aquí el masculino es
obligatorio. El hombre cuya firma lo hace mirar de frente y hablar de libertad
y autonomía.
El cuerpo que
se firma en Inflamadas de retórica es necesariamente otro que descree de
lo que el nombre porta, identidad, nación y sexualidad. Por todo índice de
presentación se nos dice que son “dos cholitas, pero siempre somos más que dos
[…] cholitas sin patria, cholitas expatriadas, apátridas, malagradecidas […] Cholitas
limeñas o dominicanas, cholitas negras, cholitas con una deuda, somos las cholitas
que nacieron con una deuda marcada en su constitución” (p. 23).
No un cuerpo,
sino dos. Dos, ni hombre, ni mujer, dos, ni de aquí, ni de allá, dos ni sanas,
ni enfermas. Una presentación que evita la claridad y la rapidez de la línea
instalándose en la sospecha del futuro y su progresión ¿cómo pensar aquí la
promesa? ¿Deberíamos todavía esperar por ese logro desplazado hacia el tiempo
del más allá, tiempo de lo provenir?
Contrario a
ello, contraria a esa esperanza, contraria a la celeridad de la línea recta que
la idea de futuro despliega, Jorge Díaz y Johan Mijail se detienen, se narran
en una nominación de sí que no es sino un salto fuera de la línea que el nombre
ostenta a pesar de que esto implique la caída, situando el cuerpo,
precisamente, en la zona gris de lo indeterminado. Un cuerpo que se dice en el
ambiguo “dos” de la inflamación. Esto es, por un lado, la inflamación como
síntoma de un orden de escritura que ordena, obliga y constriñe; y por otro, la
escritura inflamada que es puro exceso, subversión y pasión. Un cuerpo que en
la escritura es creado, pero también en ella desfallece: “Es demasiada
intensidad para un solo cuerpo. Espero que valga la pena estar viviendo con tanta
pasión” (p. 63).
Inflamadas de
enfermedad y vida. La oscilación parece ser el movimiento que este libro
describe. Es por tal peculiar movimiento que la escritura siempre parece estar
en otro lugar, la desubicación sería lo más propio del cuerpo de Inflamadas
de retóricas. Este movimiento de un ir y venir desde la rectitud a la
inclinación provoca la siguiente declaración: “Tenemos algo claro, se enuncia,
somos unas desubicadas tanto en el plano geográfico como en el plano
identitario. No podemos ubicarnos en la forma en que ha sido narrada la
historia de la modernidad occidental. Estamos en descontento y eso también lo
tenemos claro, debido a que nuestras prácticas políticas y de reflexión están siempre
en camino hacia el fracaso. Somos fronterizas, escandalosas, intrusas y
extranjeras dentro de la ficción sexual masculina. Lo queremos todo, pero el
cuerpo no nos alcanza para tanto” (p. 40). Escritura del cuerpo, entonces, que
no deja de evocar un malestar con los modos con los que se dice lo humano, el
sujeto y sus derechos. Aun hoy, a ya años de la declaración de los derechos del
hombre, la igualdad y la libertad, vemos con agobio como la pretendida
“promesa” con la que se iniciaba la política moderna no termina por cumplirse.
Es por ello
que este cuerpo desiste de la nominación unívoca de la traza lineal de la
promesa de la unicidad y la individualidad y opta, sin embargo, por un
ilimitado y excesivo entre-dos. Una escritura que se sitúa en un más allá o más
acá de la funcionalidad de un cuerpo, toda vez, su origen se sitúa en la
descomposición. “A veces nos faltan cicatrices para darnos cuenta que nos
estamos pudriendo por dentro” (p. 33), indica este cuerpo-escritura que no olvidemos
nunca es uno.
¿Cómo
entender esta afirmación? Quizás, como un cuerpo que no llega a tener noticia de
su caída debido a que la imagen que refleja no da índice de su descomposición. O,
por el contrario, quizás la debiésemos entender como la descripción de un
cuerpo que se sabe desfalleciendo, pero que no terminan de aparecer sobre él
todos los signos visibles de su enfermedad. Es a esta última variación la que
me gustaría llamar disidente y anti-social. Una disidencia que se dice en una
mirada desviada “con un ojo bizco, chueco, estrábico, kuir, al que le
cuesta enfocar y ver nítidamente” (p. 89).
La
disidencia, en este sentido, no implicaría sólo el marginarse de los modos y procedimientos
que un orden propone como necesarios, sino que toda propuesta de vuelta no es
otra que la simple resta de lo común de la comunidad, cada vez que ésta se
plantea en la rectitud del nombre, la respuesta de la disidencia será anteponer
la caída, la confusión, los tránsitos y la opacidad. Es por esta política de la
desobediencia que la disidencia sexual entiende que las demandas y peticiones al
Estado que vigila y controla no son una estrategia que fracture los órdenes de
exclusión que construye el actual sistema económico y sexual. Distinto a
aquello, la disidencia sexual apela por otro tipo de prácticas, por otro tipo
de intervenciones (ver p. 157).
Es debido a
esto que el gesto disidente que esta escritura despliega es también, y no
podría ser de otro modo, antisocial. Una escritura que narra un cuerpo “sin miedo
a la enfermedad, a la vejez, al activismo, a la pornografía y la muerte” (p.
11). El temor, como sabemos, solo surge cuando sentimos que hay algo que
perder. Si este cuerpo-escritura no tiene otro origen que el ocaso ¿cómo podría
temer la pérdida de la claridad del día, si solo ha sabido de la oscuridad de
la noche? ¿Cómo podría temer por la pérdida de la salud, si su propio nombre en
su rectitud no hace sino padecer al cuerpo? Una escritura, entonces, que se narra
en el anverso de lo deseable, un cuerpo que no se figura en el margen, sino que
en lo que queda de la comunidad cuando ésta desfallece, cuándo ésta comienza a
caer. Parece ser que, en la caída, solo ahí, es posible la subversión. Esto
bien lo saben Jorge Díaz y Johan Mijail cuando indican que la transformación social
no será, no puede serlo, en la línea recta (ver p. 182).
Lo antisocial
de la escritura disidente es una salida de marco, salir de la línea que enmarca
un cuerpo. Este desmarque -que no es otra cosa que reconocer la herida que nos
constituye- inevitablemente, pone, debe poner, en suspenso el relato del
hombre. La escritura disidente, ésta la de Jorge Díaz y la de Johan Mijail, se
presenta, entonces, a la manera de un leve movimiento, una sacudida al eje
vertical que sostiene al cuerpo.
[Las fotos
solo están incluidas en la versión en pdf]
Bibliografía
consultada
Ponge,
Francis (1991). “Del cuerpo”. En Antología, traducción y notas de Waldo
Rojas. Santiago de Chile: LAR Ediciones.