Feminismo, democracia y neoliberalismo en América Latina

Una conversación con Verónica Schild

Universidad de Western Ontario, Canadá

 

Entrevista realizada por Luna Follegati Montenegro (Universidad de Chile)

Santiago de Chile, octubre 2017

 

En contraste con años anteriores, este 8 de marzo –fecha en que se conmemora Día internacional de la Mujer– tuvo un sello especial. Diferencia que radicó en las multitudinarias marchas que abultaron las calles, teniendo un eco especial en las ciudades latinoamericanas. Hoy se vuelve imperativo preguntarse por este fenómeno, apuntando a los cruces desde la realidad latinoamericana.

Por este motivo entrevistamos a Verónica Schild, doctora en Ciencia Política y profesora emérita de la Universidad de Western Ontario, Canadá. Schild es una reconocida académica con una importante trayectoria que, a partir de una perspectiva crítica feminista, ha interpelado las distintas dimensiones de la forma actual del Estado neoliberal a partir de la realidad latinoamericana. Para Schild, el cruce entre activismo feminista y capitalismo global no sólo ha transformado las ideas feministas del movimiento de mujeres, sino que también ha propiciado un lenguaje de regularización y normalización de género –las agendas– bajo la consigna de la reestructuración neoliberal. En esta línea, sus trabajos (ver Schild 2013a, 2013b, 2015) buscan develar este cruce, cuya lectura se vuelve una referencia obligatoria y fundamental para analizar el feminismo en la actualidad. A partir de estos ejes, indagamos los vínculos que nos permiten reflexionar sobre feminismo e izquierda en la actualidad.

Luna Follegati (LF): Responder al neoliberalismo se ha tornado una necesidad en el contexto actual. Particularmente en América Latina, donde el movimiento feminista se ha posicionado desde distintas aristas y problemas, por ejemplo contra la violencia de género y por los derechos sexuales y reproductivos. En el caso de Chile, nuevos/as actores surgen a partir de un feminismo que se vincula con las demandas estudiantiles que, en el 2011, exigían educación gratuita y de calidad. Un feminismo “joven”, de clase media, con acceso a la educación, que se reconoce en la trayectoria histórica del movimiento feminista pero que también apuesta a vincular las demandas feministas con las de una izquierda emergente. En ese sentido, me gustaría preguntarte ¿qué es para ti un feminismo crítico? Pensando en un feminismo que no responda acomodaticiamente a los preceptos neoliberales, sino que pueda contraponerse a las formas de acumulación de un capitalismo abrasador.

Verónica Schild (VS): Para empezar, creo que la masiva presencia de mujeres de distintas agrupaciones y tendencias en Chile y en distintos países de la región es muy inspiradora. La experiencia del paro de las mujeres de este último 8 de marzo ilustra de modo impactante que el paso político de construir alianzas a partir de las múltiples voces que caracterizan a los nuevos feminismos ya se está dando en la calle. Pensando desde el sindicalismo en la Argentina, una activista sugiere que estas alianzas desafían a un “cierto feminismo que siempre ha sido esquivo a las cuestiones laborales”. Las problemáticas vinculadas a la autonomía de los cuerpos, nos dice Verónica Gago, “no pueden radicalizarse si no se intersectan con la discusión sobre las formas de explotación que afectan a esos cuerpos”, y esto hace alusión a las condiciones de precariedad laboral y social en que se encuentra la mayoría de las mujeres en América Latina. Entonces, a las cuestiones feministas importantes –como la lucha por los derechos sexuales y reproductivos– o por el tema de cuidado y de la brecha salarial (muchas de ellas instaladas como válidas en el debate público) ya no se les puede quitar su vínculo con “las formas de violencia económica, política y estatal con que se anudan y porque de ahí proviene su capacidad de cuestionar directamente al sistema capitalista en su conjunto” (Gago 2018). Algo parecido sucedió en Brasil, donde la Articulación Feminista para el paro del 8 de marzo integró desde indígenas, negras, lesbianas, trabajadoras informales y desempleadas, trabajadoras del campo, trabajadoras domésticas, profesoras, en fin, una agrupación “tan enorme y heterogénea como Brasil” según una activista.

Lo que estas alianzas nos sugieren es que, para poder desarrollar su potencial político de transformación social, deben partir del reconocimiento de la posición situada de distintas luchas. Aquí quisiera poner énfasis en la dimensión ambiental de las luchas feministas y movilizaciones de mujeres. En el caso chileno, las mujeres están al frente de luchas que muchas veces no son visibles en lo que llamamos los nuevos feminismos, que tú describes como de clase media, que tiene acceso a la educación y agregaría, tienen un fuerte sesgo urbano. Habría que preguntarse: ¿Por qué sucede esto? Para lograr esa transversalidad a la que aspiran los nuevos feminismos, habría que dialogar con las problemáticas situadas que están dando forma a expresiones feministas populares urbanas y rurales. En el caso chileno, por ejemplo, están vinculadas con la lucha por el derecho a la vivienda digna, a la lucha por el agua como un derecho básico en un contexto de derechos que no garantiza su acceso prioritario a personas y comunidades, y a las movilizaciones en las así llamadas “zonas de sacrificio”, donde comunidades enteras están condenadas a vivir sin las mínimas garantías de un medio ambiente limpio de contaminación: ¿Qué significa este costo a nivel cotidiano, encarnado en cuerpos y comunidades? ¿Y quién lo paga? Sorprende que sean mayoritariamente mujeres que se movilicen por el derecho al agua en Chile, o contra el uso de pesticidas en el cultivo industrial de la soja en Argentina. A esto también habría que sumar las luchas por el territorio ancestral del pueblo Mapuche y en contra del uso de la violencia del Estado como respuesta única a demandas históricas.

Asimismo, y pensando en el caso de Chile como ilustración, las consecuencias brutales de un modelo de desarrollo extractivista no sustentable, y de su brutal impacto en recursos vitales como el agua, el aire, y la tierra, se hacen sentir cada vez con mayor fuerza sobre todo en las mujeres, a quienes se las recarga de nuevas responsabilidades (pero no a todas, y no de la misma manera). Como feministas críticas, son preguntas que habría que plantearse, junto con dimensionar seriamente el impacto de un modelo extractivista para el ámbito de la reproducción social, y de las responsabilidades invisibilizadas de cuidado que siguen recayendo sobre las mujeres, pero nuevamente, no de todas.

LF.: Me parece que tu reflexión se enfoca en una doble dimensión, un posicionamiento estratégico del feminismo, y uno teórico/ crítico. Desde esta última perspectiva, ¿bajo qué influencias o ejes analíticos posicionarías esta idea de feminismo crítico?

VS.: Un feminismo crítico necesita elaborar elementos analíticos para entender la vinculación de la multiplicidad de luchas con los procesos estructurales que las afectan directamente. Existe un énfasis metodológico, y otro analítico, y ambos están basados en las contribuciones fundamentales de Marx sobre cómo entender la historia. La consideración de la dimensión estructural es una, pero como feminista, para mí la más fundamental – que además devela como lo estructural se manifiesta y vive en cuerpos localizados en el tiempo y espacio– es rescatar la metodología materialista feminista del conocimiento situado. Un punto de partida necesario es reconstruir (a través de una lectura crítica) los aportes del pensamiento socialista feminista clásico, es decir, reapropiarlos y reinterpretarlos desde una mirada sensible a los enfoques recientes que postulan otras visiones analíticas desde América Latina. Esto incluye abordajes desde la ecología política, más las diversas propuestas metodológicas que se plantean desde el Sur epistemológico, todas ellas claves para entender el modelo de acumulación capitalista desde una perspectiva feminista, y así contribuir a una política de cambio social.

Curiosamente, últimamente en nuestras lecturas hemos sido capaces de apropiarnos de las contribuciones de pensadoras como Judith Butler para dar aliento y claridad analítica a diversas voces feministas, desde los feminismos comunitarios, los feminismos indígenas, los feminismos negros, los feminismos trans o de la disidencia sexual. Pero, al mismo tiempo, descartamos aristas valiosas del conocimiento feminista, cuyas vertientes canadienses, inglesas, y alemanas, además de la propiamente latinoamericana, son poco conocidas. Lo cierto es que este descarte fue en sí mismo una movida política, en parte por el entusiasmo de algunas con la posibilidad de incidir en las “nuevas” democracias, y en parte por un desencanto generalizado con los socialismos realmente existentes.

En los debates feministas recientes, ese vacío ha sido llenado cada vez más por nuevos análisis culturalistas en desmedro de los análisis estructurales. Estos últimos, por su parte, no han logrado vincular los cambios culturales y la construcción de sujetos diferenciados a las transformaciones del modelo de acumulación capitalista a nivel local, nacional y regional, sus vínculos con los cambios en la economía global, así como con los sistemas de regulación a distintos niveles, y las relaciones cotidianas donde los sujetos están insertos. Yo creo que el 8 de marzo último hace un llamado importante, desde la multiplicidad de voces feministas a construir una política de alianzas desde las “parcialidades” o posiciones situadas que unifique a unas con otras, con capacidad de transversalidad para construir poder político de transformación social. Me parece entonces que esta inquietud política se nutriría mucho de la tradición clásica del pensamiento feminista crítico, la que fue descartada demasiado rápido.

Entonces, me parece que una tarea urgente es comprender el capitalismo arrasador en nuestros contextos, y rescatar los elementos de una larga tradición de pensamiento feminista es una dimensión central de un proyecto feminista crítico para el presente. Recordemos, por ejemplo, que este debate reconoce las especificidades – lo que tu llamas lo “simbólico cultural” (Follegati 2016) que afecta a las mujeres– de su opresión, que tiene que ver con el patriarcado. El debate también sitúa la problemática de la mujer en un análisis de las condiciones socioeconómicas estructurales imperantes, sin perder de vista la dimensión de clase como eje no único, pero sí determinante, en la subordinación de las mujeres. Sería necesario también reconocer que el enfoque de identidades complejas, y el mismo concepto de “interseccionalidad”, estuvieron presentes desde un inicio en las reflexiones metodológicas feministas del conocimiento situado (Smith 2002). Así como en los debates sobre el lugar de la mujer en la división del trabajo, en el trabajo remunerado, el trabajo informal, el trabajo no remunerado, ya sea voluntario o doméstico. Recordemos que no todas son víctimas de nuestros capitalismos neoliberales, y que, por el contrario, se han abierto nuevas posibilidades y expectativas para ciertas categorías de mujeres que les permiten avanzar económica, social y políticamente en nuestros países. Algo de esto es lo que se refleja en las inquietudes y temas de las nuevas movilizaciones feministas de mujeres con acceso a la educación superior y, como dije anteriormente, con un fuerte sesgo urbano en sus consignas y demandas. Al mismo tiempo, temas vinculados con la precarización laboral y con el no reconocimiento de las labores de “cuidado” afectan la vida de una gran mayoría de mujeres, pero no de todas y no de la misma manera.

En resumen, y volviendo a tu pregunta anterior, un feminismo joven, de clase media, con acceso a la educación, que se ampara en las demandas del movimiento feminista pero que también pretende una condición de transversalidad, necesita con urgencia encontrar direccionalidad para poder ser una fuerza política relevante. En efecto, la mayoría de las mujeres sigue en esa doble posición que la tradición de feminismo socialista analizó con claridad: responsables por todo el tema del “cuidado”, responsable por el tema de la reproducción de la sociedad en el fondo, pero como algo naturalizado que sigue siendo invisible y supuestamente sin consecuencias para su participación en el mercado del trabajo, pero que es un elemento crítico del capitalismo. Entonces, para mí una cuestión compleja es cómo reconocer esta posición estructural de las mujeres, sin ignorar el significado que tiene para muchas su participación masiva en un mercado laboral precario y con salarios de miseria, que cubren crecientemente con habilidades de endeudamiento impresionantes. Vuelvo a repetir, desde el punto de vista de una política feminista que se sume al proyecto de encontrar un desarrollo alternativo, el rescatar una tradición feminista crítica es un ejercicio urgente.

LF.: Uno de los temas que ha calado hondo en el feminismo actual es el de las identidades. ¿Cuál es tu opinión con respeto a la cuestión identitaria y su vinculación con el feminismo?

VS.: Tengo una opinión bastante impertinente a estas alturas, y de hecho en ponencias recientes en la conferencia de LASA (Latin American Studies Association) en Lima en mayo del 2017 me propuse plantear directamente el tema de cómo podemos ir más allá de una reflexión feminista basada en el tema identitario. Porque siento que aquí hubo efectivamente un quiebre, que el paso de identificar espacios y voces que fueron silenciadas por un discurso feminista dominante –que fue muy necesario– sacrificó, como ya mencioné, una visión más amplia del hacer política feminista, y por ende del necesario proyecto de formar alianzas. Quiero decir, pensando en Nancy Fraser, que nos dedicamos a hacer nuestras demandas de reconocimiento y a perfilar luchas específicas, que son importantes, pero que no nos permitieron puntos de encuentro para hacer vínculos necesarios entre distintas luchas en contextos donde queda cada vez más claro que la precarización laboral que afecta a enormes mayorías, es una forma de precarización de la existencia en general, como lo plantearon las sindicalistas argentinas recientemente. Curiosamente, lo que las movilizaciones feministas en América Latina este último 8 de marzo dejaron muy claro es que, para los feminismos en la calle, por decirlo de alguna manera, ese momento ya pasó, y surge ahora con gran energía y pasión la necesidad de unirse “desde la diversidad”, de tejer redes y contribuir a la lucha más amplia contra un modelo económico, y de vida en última instancia, que pasa una cuenta social y ecológica cada vez más brutal.

En el contexto actual de la agudización de la crisis a nivel regional y global, que se manifiesta en un viraje hacia nuevos autoritarismos, y el desmantelamiento de las así llamadas social democracias en clave de “tercera vía” –sumado a la arremetida de conservadurismos reaccionarios– se hace cada vez más insostenible la situación de grandes mayorías en condiciones precarizadas, lo que visibiliza con claridad los limites sociales y ecológicos de un modelo de desarrollo capitalista arrasador, que genera la urgente necesidad de replantear una política de alianzas feministas. Entonces, creo que ha llegado la hora de volver a pensar cómo poder encontrar un lenguaje que nos permita hacer política anticapitalista conjunta desde el feminismo, en toda su multiplicidad.

LF.: Hoy día es posible apreciar una sectorización de las demandas, vinculadas a la salud, educación, previsiones, que pueden generar distintos procesos de movilización social. En este sentido, y pensando en el problema de la articulación del feminismo, ¿Cómo pensamos el feminismo a nivel de transversalización de las demandas? ¿Cuáles serían algunas pistas al respecto? ¿Es posible pensarlo como un detonador de la movilización social?

VS.: Curiosamente, el recalcar la transversalización de las demandas feministas es algo en que he insistido desde siempre, y que en su momento me generó críticas desde sectores del feminismo que se jugaron por la institucionalización de su agenda. Hoy en día, hay una impaciencia palpable de parte de nuevas movilizaciones feministas que dicen, como la feminista sindical argentina Verónica Gago, “el movimiento feminista no es una agenda, es una revolución” y reconocen la capacidad feminista de “lectura transversal de todos los fenómenos de nuestra coyuntura desde las propias luchas”. Decir que, para tener ese tipo de injerencia, no solamente debe ser un feminismo de alianzas entre feministas, sino más allá del feminismo. Tiene que haber una presencia en todas las luchas, ‘no +AFP’[1], por ejemplo, porque todo nos muestra que son las mujeres las que mayoritariamente reciben pensiones menores de un sueldo digno; ola que está dando ahora la ANEF [Asociación Nacional de Empleados Fiscales] porque, como bien dice esta organización, el sector público “tiene cara de mujer”: más del 60% de los trabajadores públicos son mujeres, y si en otro momento ése fue un espacio de movilidad social para muchas mujeres que pudieron acceder entre los años cincuenta y setenta a mejoras de vida y a optar por una pensión digna, ya no lo es, sino que reproduce la precariedad laboral de las mujeres en el sector privado.

Entonces, creo que el feminismo también tiene que dar esa lucha –que es incansable– y que tiene que ser en estos contextos mixtos. No me imagino un feminismo que pueda tener una injerencia como detonante de procesos sociales más amplio y que no esté vinculado con estas luchas. Ahora bien, es muy fácil hablar de alianzas más allá del feminismo, porque sabemos lo difícil que es trabajar en contextos de lucha mixtos, y por ende, distintos a los espacios políticos tradicionales. Pero creo que las condiciones actuales han cambiado, como bien lo indican las luchas por ‘No +AFP’ o por condiciones laborales dignas de la ANEF, porque la estructura del trabajo ha cambiado radicalmente y por la presencia inédita de las mujeres en los espacios laborales.

LF.: Bueno, sin duda la condición actual de las mujeres bajo la precarización laboral y las formas de discriminación y violencia a la que están expuestas, nos plantean desafíos que sobre cómo reflexionar y enfrentar el problema desde un feminismo crítico, que se haga partícipe en y desde los procesos sociales. Un feminismo que se cuestione por demandas más allá de las vinculadas a la corresponsabilidad del trabajo doméstico y de cuidados, previsión, e igualdad salarial entre otros. Habría que preguntarse, por tanto, como afectan a las mujeres la economía extractivista, la desigualdad en la distribución de la tierra y la propiedad, un feminismo que interrogue al modelo de desarrollo y sus formas de despliegue. Reflexión que, desde tus propuestas, nos abre un camino fecundo para la investigación y producción académica desde nuevos cruces y posicionamientos críticos. Muchas gracias Verónica.

 

Bibliografía

Follegati, Luna (2016). El feminismo se ha vuelto una necesidad: movimiento estudiantil y organización feminista en Chile (2000-2016). En Juventud y Espacio Público en las Américas. compilado por Ana Niria Albo y Camila Valdés León, pp. 111-135. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas.

Gago, Verónica (2018). “El viento que arrasa”. Página 12. 13 de marzo.

Schild, Verónica (2015). “Feminism and Neoliberalism in Latin America”. New Left Review 96, pp. 59-74.

---. (2013a). “Feminists and the Neoliberal Revolution in Government: A Critical Essay on Politics and the State.” En Politik in verflochtenen Räumen / Los espacios entrelazados de lo político, editado por Markus Hochmüller et al., pp. 310-325. Berlín: Verlag Walter Frey.

---. (2013b) “Care and Punishment in Latin America: The Gendered Neoliberalization of the Chilean State”. En Neoliberalism Interrupted: Social Change and Contested Governance in Contemporary Latin America. editado por Mark Goodale y Nancy Postero, pp. 195-224. Palo Alto: Stanford University Press.

Smith, Dorothy (2012). “El punto de vista (standpoint) de las mujeres: Conocimiento encarnado versus relaciones de dominación”. Revista del CEIHM Temas de mujeres, año 8, no 8: 5-27.



[1] No + AFP es una coordinadora que busca la eliminación de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), entidades de carácter privado que reemplazaron el sistema público de pensiones durante la dictadura militar en Chile. Las AFP se caracterizan por entregar bajas pensiones (aproximadamente el 30% del sueldo promedio de los/as trabajadores), razón por la cual la sociedad civil chilena se ha organizado en distintas instancias para exigir su término y reemplazo.