SPECIAL SECTION
Perspectivas en diálogo: una reflexión con Alejandro
Castillejo sobre el legado de Elizabeth Jelin a los estudios de
la memoria latinoamericanos
Entrevista con Alejandro Castillejo (Universidad de Los
Andes, Colombia)
Entrevista realizada por Andrea Cagua, Mónika Contreras Saiz y
Leonardo Pascuti
Integrantes de MemoriAL
Berlín y Bogotá, 24 de enero de 2017
No cabe duda que la obra de la socióloga argentina Elizabeth Jelin
se ha convertido en una referencia obligada en los estudios de la
memoria. Su libro “Los trabajos de la memoria” (2002), que es parte
de la colección Memorias de la represión, coordinada también por
ella, cumple 15 años y se puede considerar desde ya como un clásico.
Por tanto, cualquier intento de reflexión sobre los estudios y la
construcción de memorias latinoamericanas no puede pasar por alto
los aportes de Elizabeth Jelin al campo. Con el ánimo de sopesar las
perspectivas que guiaron los estudios de la memoria de Jelin y
algunas de las perspectivas que existen actualmente, discutimos
sobre los principales aportes de la obra de Jelin con el antropólogo
colombiano Alejandro Castillejo.
Invitamos al profesor de la Universidad de Los Andes (Bogotá,
Colombia) a hacer esta reflexión porque él ha hecho una crítica a
las formas como se han venido tratando los pasados violentos en los
escenarios de transición política. Pues si bien las luchas por la
memoria han sido una herramienta clave en los procesos de justicia
transicional, también han tendido a estandarizarse hasta formarse lo
que Castillejo llama una especie de industria cultural y editorial
del «nunca jamás» (2007: 77). Dicha situación es problemática porque
puede llevar a opacar las causas políticas de los conflictos que
buscan rememorar estas memorias (Castillejo, 2009) así como sus
conexiones con las estructuras geopolíticas y económicas.
Nuestra conversación con Alejandro Castillejo no sólo trató algunos
de los aportes importantes de la obra de Jelin, sino que además
discutimos sobre qué reflexiones se desprenden de la obra de Jelin
para considerar en las nuevas perspectivas de los estudios de la
memoria latinoamericanos. A partir de este marco se trataron cinco
puntos que se destacan a lo largo de la entrevista: la migración
conceptual para tratar el pasado de diversas violencias, la clausura
de pasados sensibles para una sociedad, las relaciones de poder
entre tendencias globales y procesos locales de la recordación y por
último la mercantilización del pasado.
Source: A. Castillejo
Desde tu experiencia ¿cómo describes el aporte de la obra de
Elizabeth Jelin en el campo de los estudios de la memoria en
América Latina?
(Alejandro Castillejo, AC): Bueno yo creo que el trabajo de ella es
importante, inaugura precisamente toda esta reflexión
latinoamericana sobre las violencias de las dictaduras. Su trabajo
me parece importante no sólo por lo que dice, sino por lo que no
dice: da señales sobre una época particular, sobre las
preocupaciones, por ejemplo, por lo que significaba el término mismo
“violencia”. En el momento en que comienzan a escribir y a
reflexionar sobre el impacto de la historia reciente era clarísimo
que la definición de la violencia como el abuso del poder estatal
era central en todas estas reflexiones. Y yo creo que la justicia
transicional de hecho breva de eso también, entre otras cosas.
La experiencia de Argentina y de Chile es la experiencia de un
Estado y juntas militares que emplean claramente la violencia. Pero
lo que fue pasando con el tiempo, es que se diversificaron las
violencias y no siempre fueron violencias de Estado las que
terminaron por imperar en el continente necesariamente. Así que el
problema con la teorización del Cono Sur es precisamente que ellos
provenían de una experiencia histórica donde la violencia está
situada en el pináculo del Estado. Y en ese sentido a mí me parece
muy importante, pues porque eso era parte del momento. Y de ahí
emergen formas particulares del recuerdo.
Jelin inventó una serie de términos, comenzó a hablar de los
entrepreneurs de la memoria, empieza a usar una serie de términos en
un esquema conceptual y una experiencia histórica muy concreta
porque era la sociedad civil en contra del silenciamiento del
Estado-policía, a través de sus fuerzas militares, a través de
cerrar universidades, exiliar gente, acabar con programas de
ciencias sociales y una serie de cosas. Yo diría que en eso el
trabajo de ella es seminal. Lo que pasa es que cuando se mueve para
otros lados, el canon porteño deja de operar tan fácilmente. Porque
las violencias, por ejemplo en Colombia, no son solamente estatales,
también hay violencias estructurales crónicas. Aquí el tema tiene
otro enredo. Por eso digo, el trabajo de Jelin se apreció por lo
dicho pero sobre todo por lo no dicho.
Una de las tesis centrales de Elizabeth Jelin es que hay pasados
que no quieren pasar y entre más se intenten cerrar estos pasados,
más se abren. ¿Cómo entender esta tesis en otros contextos más
allá del argentino?
AC: Sí, incluso utiliza la palabra “fracaso” en ese intento de
cerrar las heridas de la violencia. Todo intento de cerrar siempre
va a terminar en fracaso. Esa es una frase con la que yo tengo mucha
discrepancia. Yo creo que los temas de memoria, como cualquier campo
académico, emergen en un contexto histórico y nacional determinado,
por eso mi preocupación por la geopolítica del artefacto llamado
“memoria”. Yo tengo la sensación de que claro, en Argentina y en
Chile la forma fundamental del Estado de violentar a sus ciudadanos
era través de la desaparición forzada. Y la desaparición forzada,
creo yo que sí es un ámbito de violencia que entre más se intenta
cerrar, posiblemente más fracasas en el intento de cerrarlo. Ahí uno
puede, además introducir una larga lista de trabajos, percibir que
la manera como ella mira las cosas está anclada también a la
experiencia histórica de ciertas formas de violencia. Y en este caso
particular tiene que ver con la desaparición. De alguna forma,
algunas de estas frases pueden ser leídas más fácilmente si tú
hablas de la experiencia de una familia en donde hay desaparecidos.
Donde hay un duelo permanente que nunca se cierra, donde la persona
incluso se dedica a eso casi el resto de sus días, como lo ve uno en
Argentina, México o Colombia también.
Aquí la pregunta central es si las víctimas de violencia pueden
reconstruir mundos. Si todo intento de cerrar es un fracaso. Yo
diría que en eso hay que ser mucho más abierto porque creo que en
todo caso hay otras formas de violencia que implican socialidades
distintas, itinerarios y recorridos sociales diversos en la creación
de ese porvenir. Les doy un ejemplo: en noviembre del año pasado
(2016) participé en una Caravana por la Paz que organizaron unos
colegas de activistas de toda América Latina y estuvimos en varios
departamentos colombianos. Lo que estábamos tratando de hacer era
precisamente apoyar una serie de procesos comunitarios que estaban
tratando de salir adelante, pero que como no son famosos, porque no
hay víctimas iconizadas, sino más bien víctimas con pequeñas
iniciativas, entonces nadie les presta atención. Yo disiento de la
idea de fracaso de Elizabeth porque lo que más me dejó impresionado
de esta experiencia, es que la gente sí construye futuros. Y si por
fracaso entendemos la imposibilidad de futuro, yo creo que la gente
sí puede en algún momento dado, dependiendo precisamente del tipo de
violencia y la experiencia de que estemos hablando, inventar e
imaginar futuros y construir caminos para seguir adelante. Es cierto
que muchas de esas cosas no se olvidan por razones obvias. Entonces,
dependiendo de qué estemos hablando creo que el futuro es posible y
no todo es fracaso. Yo creo que hay que reconocer los beneficios del
trabajo comunitario. Como puede ser el trabajo de base en el que se
crean futuros con pequeñas escalas. Ahí la cicatriz se entrelaza con
el cuerpo más fácilmente.
Entonces creo que esta tesis de Elizabeth nace de la experiencia
histórica de donde ella viene y de su sociedad. Donde la
desaparición forzada, tanto en la Argentina como en cualquier otro
lado, es una experiencia centrípeta, de seres humanos que no logran
salir del hueco y del vacío crónico que implica la ausencia de un
ser querido del cual no saben si, como dice Gabriel Gatti, está a
medio camino entre vivo y muerto. Por lo tanto creo que esta tesis
hay que leerla también desde ese contexto. Cuando tú la mueves a
otro contexto de desaparición forzada, puede funcionar, pero si
estamos hablando de gente que ha sido desplazada históricamente,
resulta que la gente sí construye futuros, complejos y difíciles, no
lo voy a negar. Quizás deberíamos dejar de pensar que hay un
concepto absoluto de cerramiento, de closure. De pronto closure es
sencillamente la posibilidad de imaginar el futuro y eso para
algunas personas es suficiente, para otros de pronto no, pero para
algunos sí.
Si bien para Jelin la escala global es importante en tanto
resalta el papel de los actores internacionales y transnacionales,
ella enfatiza que las luchas por la memoria y la restauración
democrática son procesos predominantemente nacionales y locales Al
respecto ¿cómo ves estas tensiones entre la influencia global, sea
jurídica o simbólica, y las necesidades locales en cuanto al
manejo de pasados conflictivos?
AC: Ahí la pregunta sería ¿qué es lo que se llama “global”? Por
ejemplo, yo entiendo perfectamente que hay una intersección entre
modelos globales y formas “locales” del recordar: pero la gente
rememora así no haya repertorios globales del recuerdo. Nosotros
sabemos que las personas cuando han pasado por procesos de violencia
recuerdan. Así que de estos modelos, llamémoslos globales por ahora,
no depende el recuerdo. Que estos recuerdos no tengan eco, no es
culpa de las organizaciones de víctimas o de las familias, sino más
bien de las sociedades que en determinados momentos están
incapacitadas para oír.
Entonces eso es lo que uno podría llamar ahí “local”. Lo local
emerge en dos momentos: en el momento que las familias recuerdan
generacionalmente, indistintamente que haya una política alrededor
de eso; y dos, cuando hay una correlación entre lo que llamamos
localidad y lo que llamamos globalidad. Es decir, cuando el
testimonio de la familia se encuadra dentro de un mapa mucho más
grande que se llama el “deber de memoria”. En este contexto, ciertos
tipos de eventos deben ser recordables más que otros. Precisamente
porque el deber de memoria instaura unos conceptos muy particulares
sobre lo que se debe recordar [...].
[…] Lo que pienso es que sí se ha instaurado una conversación entre
modelos globales del recuerdo, lenguajes globales del dolor
colectivo, y formas locales de interpretación de todas esas cosas. Y
en esa intersección hay relaciones de poder. Porque si ustedes se
ponen a ver todos estos modelos de recuerdo, salvo algunas
excepciones, todos estos modelos del recuerdo incrustados dentro de
la justicia transicional, que es donde yo me muevo, siempre son
operantes y aplicables a países del tercer mundo y del sur global.
[…] El modelo global, es decir, que se ha institucionalizado, sí nos
permite ver la violencia de un Estado (otra cosas es que se hagan
esfuerzos por ocultarla) o de quien se opone a él, pero no nos
permite ver otras modalidades de violencia, y eso me parece
importante cuando se piensa ciertas “localidades”: en algunos
contextos puede ser útil; en contextos donde las familias han tenido
desaparecidos de parte del Estado, claro que sí, pero cuando tú te
vas a Buenaventura (Colombia) y trabajas allá con los
afrocolombianos, cuando te vas para el Caribe y conversas con los
Mamos indígenas de la Sierra Nevada (lo cual me acuerda de mis
diálogos con los indígenas del Perú), sobre todas estas cosas,
“localidades” en los múltiples mapas de la violencia, finalmente,
ellos te van a decir que los árboles recuerdan también la violencia
y que la reconciliación que se presume con el recuerdo pasa por el
diálogo con los antepasados. Claro, eso no hace parte de la
epistemología estado- centrista del proyecto transicional [...] En
suma, en estas intersecciones los deberes de memoria también se
transforman o sencillamente son ininteligibles cuando son
“aplicados” (como cualquier tecnología de gobierno) en unos sitios
muy pequeños.
En la última década de manera especial se ha observado la
creación de lugares de la memoria, museos de la memoria, circuitos
turísticos etc. y a su vez se están creando una serie de productos
culturales que representan ese pasado conflictivo (películas,
series de televisión, obras teatrales, literarias etc.) Da la
impresión que empieza a establecerse toda una industria del
recuerdo ¿Cómo manejar todo eso sin caer en lo que Jelin llama “la
pasteurización” del pasado, su mercantilización y explotación
turística?
AC: Yo creo que ahí la pregunta es fascinante, un verdadero campo de
confrontaciones, es si es posible que los discursos y las prácticas
asociadas a la “memoria” prevalezcan en el tiempo si se desconectan
de las industrias culturales, particularmente de la industria
turística asociada, que sabemos reproduce lo exótico. Porque el
museo es parte de la industria cultural. Basta con visitar S-21 en
Camboya para ver la gran cantidad de tanato-turistas
norteamericanos. Entonces, ¿es posible pensarse por fuera del
circuito del capital? Obviamente que sí, porque hay lugares hechos
para y por los dolientes. En Sudáfrica por ejemplo yo trabajé
haciendo excursiones con colegas excombatientes del Congreso
Nacional Africano a las zonas pobres de Ciudad del Cabo llevando
estudiantes, aunque eso era un proceso pedagógico, era en cierta
manera también “turístico”. La pregunta es realmente fascinante
porque todos estos lugares de la memoria para que realmente tengan
futuro social, para que sean eco y recuerdo de los eventos que ahí
se recuerdan, de alguna manera tienen que crear un mecanismo que
involucre el tránsito, el flujo, el paso respetuoso. Aquí la
frontera entre memoria como mercancía y memoria como acto político
es muy fina: lo que hay en la mitad, si no es turismo, es algo que
permite el flujo y la vitalidad del recuerdo más allá de quienes se
interesan por estos temas. Confieso que no hay nada más grotesco que
lo buses llenos de turistas arribando a Auschwitz en verano. En el
lado opuesto, aquí mismo en Bogotá hay edificios de la memoria y la
reconciliación que ya son reliquias vacías, testigos de la soledad.
En Buenos Aires, por ejemplo, cuando uno (como visitante de paso) va
a ver el memorial del Desaparecido que queda junto al Río de la
Plata, El parque de la memoria, ve uno muy poca gente, si acaso. Ahí
entendí que a pesar de la centralidad del tema de la desaparición en
Argentina, si eso no está atado a alguna forma de circulación, no va
a ser tan visitado. Por tanto la afirmación de Jelin es muy
interesante, ¿realmente estamos pasteurizando el pasado? Depende. Yo
pienso que incluso el Nunca Más es, en parte, una industria. La
industria del Nunca Más es la industria precisamente del encuadre de
la violencia, el encuadre del pasado violento en forma de algunos
discursos, de algunas maneras de hablar y de algunas prácticas
específicas por un lado, y por el otro, la segregación de otras
formas de violencia específicas que de pronto ya no se quieren
recordar. Un nunca más que gira en torno a lo grotesco. Me atrevería
a decir que lo grotesco es la unidad de cambio de esa industria que
llamamos “nunca más”, “never again”. Esto sin embargo, no me salva
de la pregunta o la necesidad por la circulación social del pasado
violento.
Por ejemplo en Canadá, yo recuerdo que la comisión de la verdad se
había instaurado para ver los crímenes de la iglesia educando a
niños indígenas en la década de los cincuenta, sesenta y setenta,
una generación olvidada del Canadá. El estado canadiense era
responsable del maltrato de estos niños (por delegación) en estas
escuelas obligatorias para reeducarlos como niños blancos siendo
indígenas. Y entonces, conclusión, dentro del modelo global del
recordar: Estado culpable. Obvio. Pero ahí lo que había de fondo es
una crítica mucho más honda sobre la idea de civilización. Porque el
Estado es en última instancia sólo una forma que toma todo eso. Esta
suerte de silencio estructural, que la civilización se hizo sobre
montañas de cuerpos, se traduce en la industria, en la circulación
del pasado reconocido como pasado.
Por lo tanto ¿qué pasa cuando estos modelos entran en el circuito
económico?
¿Qué pasa cuando las organizaciones requieren dinero para hacer
sobrevivir los memoriales?, ¿cuántos memoriales no han desaparecido
por falta de recursos? y el Estado por supuesto no va a pagar por
todo eso, tienen que conseguir financiación de alguna manera. Y para
ello tienen que volverse icónicos de alguna forma para poder ser
susceptibles de ser visitados. En este contexto aparecen varios
temas muy interesantes sobre cómo la industria turística, televisiva
y en general las industrias culturales terminan también
por determinar una especie de economía política de la memoria, para
llamarlo de alguna manera. Y eso me parece que es un debate que
nosotros no hemos tenido, porque le tenemos mucho miedo a que los
recuerdos de nuestros seres queridos pasados terminen efectivamente
por ser trivializados y convertidos en una mercancía. Y yo creo que
sí, por la razón que sea todos estos lugares de alguna forma también
son mercancías: La Topografía del Terror en Berlín es una mercancía
turística, que esté bien hecha es otra cosa distinta, pero lo es.