Nona Fernández (2016)
La dimensión desconocida.
Santiago de Chile: Random House Mondadori, 158 páginas.
Reseñado por Mariela Peller
Universidad de Buenos Aires, CONICET
¿Qué memorias se construyen sobre la violencia de la dictadura en
Chile? ¿Qué se recuerda y qué se olvida? ¿Qué hacemos hoy con ese
pasado? Estas preguntas, que articulan toda la obra de Nona
Fernández (Santiago de Chile, 1971), regresan en su última novela,
La dimensión desconocida. Fernández es escritora, dramaturga y
actriz. Ha publicado otras cinco novelas, un libro de cuentos y dos
obras de teatro. Todas sus obras tratan sobre la experiencia
personal e histórica de crecer en dictadura, interrogándose sobre el
pasado reciente chileno desde la posición renovada de las nuevas
generaciones.
La dimensión desconocida es la historia de Andrés Valenzuela, agente
secreto y torturador chileno encubierto, que se arrepintió y confesó
a la prensa crímenes cometidos contra los derechos humanos durante
el régimen de Pinochet. El argumento nace de acontecimientos reales,
que se cruzan con aspectos de la vida de la autora y con documentos
de archivo para fusionarse en un texto híbrido. Mezcla de ficción,
crónica y biografía, la novela traspasa las fronteras de los
géneros, para formar parte de una tendencia cultural y artística a
la producción de textualidades con pactos de lectura ambiguos.
Tendencia que encuentra un fuerte anclaje en sociedades que intentan
producir memorias públicas y dar cuenta de experiencias de pasados
traumáticos. Como han señalado tanto Leonor Arfuch como Régine
Robin, estas textualidades híbridas —como la autoficción y la
autobiografía— si bien se construyen con procedimientos ficcionales,
trazan líneas que permiten identificar autor, narrador y personaje.
Son relatos que no se pretenden verídicos pero que, no obstante,
llevan marcas de autenticidad, posibilitando modos diversos de
vinculación entre memoria, identidad e historia.
En la novela Fernández adopta el punto de vista del represor. Es la
historia de un soldado que decidió no continuar obedeciendo órdenes
criminales y se convirtió en traidor. Es la historia de un “monstruo
arrepentido” (154). Ella vio por primera vez a Valenzuela en 1984 en
la revista Cauce, junto a sus compañeros del liceo. “Yo torturé”,
decía el artículo que relataba detenciones, desapariciones,
torturas, ejecuciones y fosas comunes. El vínculo entre la narradora
y Valenzuela se sostiene, en el libro, por medio de cartas. En la
primera ella escribe: “Estimado Andrés, soy la mujer que está
dispuesta a pintarse un bigote para asumir su rol” (16). Escribir
desde esa posición incómoda le permite dejar testimonio del horror y
abrirnos las puertas a la dimensión desconocida.
Recordemos que La dimensión desconocida (en inglés Twilight Zone)
fue un programa de ciencia ficción norteamericano muy popular entre
los niños latinoamericanos en la década del setenta. La analogía de
la novela con la serie señala que ese territorio al que accedemos
mediante el libro tiene mucho de fantástico y de terror, pero que no
es menos real que la realidad cotidiana que los ciudadanos
experimentaban durante la dictadura. Mientras ella siendo niña
merendaba mirando televisión con normalidad, existía una realidad
paralela que permanecía desconocida, en la que reinaban
monstruosidades.
El libro se divide en cuatro partes: “Zona de ingreso”, “Zona de
contacto”, “Zona de fantasmas” y “Zona de escape”. En la primera,
Fernández nos lleva a la dimensión desconocida del pasado y nos
alerta sobre la necesidad de ingresar allí junto con las
herramientas de la imaginación y la ficción. Porque si su texto
apela fuertemente a la memoria y al olvido colectivos, se despliega
también sobre recuerdos y saberes reelaborados, inventados e
imaginados.
Como había desarrollado en Chilean Electric (2015), cuando proponía
“iluminar con la letra la temible oscuridad”, en su última novela
Fernández reflexiona nuevamente sobre el propio proceso de
escritura. El epígrafe refiere a la capacidad de la imaginación para
reponer la información escamoteada y los deslices de la memoria:
“Imagino y completo los relatos truncos, rearmo los cuentos a
medias. Imagino y puedo resucitar las huellas de la balacera” (5).
El arte, la escritura y la imaginación pueden colaborar en la
comprensión del pasado para permitirnos actuar ética y políticamente
en el futuro. Sin imaginación y ficción no hay saber posible sobre
el pasado.
La segunda parte, “Zona de contacto”, relata las experiencias de
quienes fueron víctimas de la violencia. Fernández repone las vidas
de los desaparecidos y los momentos en los que fueron conducidos a
la dimensión desconocida. La novela menciona cada una de esas vidas
destrozadas y escribe los nombres a modo de homenaje, para que
salgan del olvido y pasen a la dimensión del conocimiento colectivo.
La tercera parte, “Zona de fantasmas”, focaliza sobre el recorrido
realizado por Valenzuela para salir del país desde el momento en
que, tras su confesión, su vida empezó a peligrar por ser
considerado un traidor. La narradora, que recuerda distintas
lecturas de ánimas que la han impactado en su infancia, lo imagina
en un escape en el que es asediado por fantasmas y muertos que
reviven para matarlo y vengarse.
Al final del libro, en “Zona de escape”, Fernández hace un giro y
relata la vida de Estrella González —su compañera de liceo, hija de
uno de los responsables del caso “degollados”— que ya había
aparecido en Space Invaders (2014) y en su relato “Hijos” (2013).
Este giro le permite incorporar la generación de “los hijos” en el
relato, quienes sin haber sido partícipes directos cargaron con las
consecuencias. La narradora alude a la canción de Billy Joel para
ilustrar la posición de su generación: “We didn’t start the fire, no
we didn’t light it, but we tried to fight it.” (136). La violencia
de los años dictatoriales no fue escogida por quienes eran niños en
esa época. No obstante, como herederos de ese pasado deben asumir
responsabilidades para combatir sus efectos en el presente.
Además de referirse a la herencia de la generación de los hijos, el
relato avanza hacia el lugar que hoy ocupa la tercera generación, la
de los nietos. El libro narra un homenaje de 2016 a tres asesinados
en dictadura. El hijo de una de las víctimas lee una carta enviada
por su propia hija desde Europa. Escribe Fernández: “Mientras
Guerrero hijo lee la carta, pienso que este memorial y toda esta
ceremonia es para ella. No para su abuelo y sus compañeros, no para
sus padres, no para nosotros, sino para ella” (139). Como ha
señalado Jacques Hassoun en Los contrabandistas de la memoria, toda
transmisión puede ser entendida como un acto de pasaje entre tres
generaciones. Una trasmisión lograda permitiría al sujeto la
producción de una voz propia, que incorpore legados del pasado pero
que a la vez se desplace respecto del relato de origen. La obra de
Fernández trabaja para lograr esa transmisión.
La dimensión desconocida es un libro indispensable para comprender
el pasado reciente latinoamericano y reflexionar sobre las
complejidades de la memoria. Junto con Space Invaders (2014) y
Chilean Electric (2015) componen una trilogía que trata los efectos
del terrorismo de Estado sobre una diversidad de sujetos: sobre
quienes fueron niños y adolescentes en aquellos años, sobre quienes
cometieron crímenes, sobre quienes fueron militantes, sobre quienes
tienen familiares desaparecidos, sobre quienes fueron tocados por la
violencia en su vida cotidiana. Movida por un deseo de
responsabilidad, en cada nuevo texto, Fernández amplía su
cartografía intentando visibilizar todas las vidas perturbadas por
el horror, para que ninguna pase al olvido.