EDITORIAL
CROLAR 4(2)
Sonido y disonancia: música en la cultura latinoamericana |
Candela Marini & Denise Kripper
Duke University & Georgetown University
Este nuevo número de CROLAR está dedicado a la música en
América Latina, su “Sonido y Disonancia”. Desde la salsa en el
caribe, el carnaval en Brasil, o el tango en Argentina, por
mencionar algunos ejemplos, la música siempre ha sido
inherente a lo considerado “latinoamericano”, creando
estereotipos muchas veces difíciles de superar. Pero, ¿qué
significa realmente la música para América Latina? ¿Cómo
expresa la música una identidad nacional al tiempo que nos
conecta con otras realidades? Estas fueron nuestras incógnitas
iniciales a la hora de pensar el número y las reseñas
recibidas nos ayudan a profundizar el debate. ¿Cómo dialoga,
entonces, la historia musical con el presente sonoro? ¿Cómo se
actualiza la tradición musical latinoamericana en el siglo
XXI? Y ¿qué desafíos presenta el estudio de lo sonoro?
En las publicaciones recientes aquí reseñadas se
observan tres tendencias en el abordaje de los estudios sobre
la música, por lo que dividimos nuestro Enfoque Temático
siguiendo estas aproximaciones: un enfoque interdisciplinario,
un enfoque nacional, y un enfoque transnacional. En primer
lugar, el desarrollo de los llamados estudios de sonidos
–sound studies— muestra la dirección interdisciplinaria que
efectivamente privilegian la mayoría de los trabajos –con un
enfoque más flexible que el de la musicología tradicional.
Esta interdisciplinaridad se hace evidente, por ejemplo, en el
libro de Ana María Estrada Zuñiga, artista visual, y Felipe
Lagos Rojas, sociólogo, que trazan una genealogía del arte
sonoro chileno a partir de la relación productiva y creativa
entre arte y tecnología. Por su parte, Cintia Cristiá rastrea
las huellas del elusivo artista Xul Solar y plantea una
lectura musical de su obra, que sirve como ejercicio sugerente
para pensar la relación entre estas artes. Otro texto
construido a partir de un imaginario musical es el del
escritor argentino Marcelo Cohen, en el que relata en tono
íntimo y personal sus experiencias como traductor. En esta
obra de ensayos, el traductor es descrito como músico y la
traducción, su partitura. Los libros editados por Silvina Luz
Mansilla y Frederick Luis Aldama son dos textos que se enfocan
en la relación entre el sonido y la música, y la prensa y los
medios. El primero, llena un vacío en la crítica del mercado
cultural en Argentina, con un profundo trabajo de archivo
sobre publicaciones y revistas interesadas en la música. El
segundo se concentra en la participación de latinos en los
medios y el mundo del entretenimiento en Estados Unidos. Con
quince artículos que van desde las películas hasta los
videojuegos, el texto es un aporte para entender la
articulación de lo latino en la teoría de los medios.
Finalmente, el sonidista Carlos Abbate ofrece un texto corto
pero rico para explorar las vicisitudes técnicas de trabajar
con el sonido cinematográfico en América Latina.
Un segundo corpus de obras trata el tema desde
una perspectiva nacional o geográfica, estudiándolo según
áreas o países específicos. Ése es el caso del trabajo de Ana
María Ochoa. Analizando percepciones aurales en la Colombia
post-independentista, su libro desestabiliza categorías de
pensamiento centrales a nuestro tiempo. Con una investigación
exhaustiva que incluye la exploración acústica de diarios de
viaje, novelas, textos en idiomas indígenas y compilaciones
filosóficas, resulta un aporte innovador y fundamental para
los Estudios de Sonido como para los Estudios Latinoamericanos
y Caribeños. También centrada en Colombia, la investigación de
Carmen Millan de Benavides y Alejandra Quintana Martínez
plantea un enfoque de género a través de la recuperación de
figuras olvidadas y reflexionando sobre los lugares por los
que se ha movido la mujer colombiana en la escena musical.
Siguiendo la línea ecuatorial, Fernando Palacios Mateos nos
lleva a acompañarlo en su propia exploración del andarele,
particularmente su contexto social y formación histórica.
Acompaña su trabajo sobre esta música afroesmeraldeña con un
DVD con fotografías, música, videos y mapas para ayudarnos a
estudiar esta región ecuatoriana. Por su parte, Cláudia Neiva
de Matos, Fernanda Teixeira de Medeiros y Leonardo Davino de
Oliveira nos ofrecen un esfuerzo colectivo por reflexionar
sobre las distintas modalidades musicales que se pueden
encontrar sobre todo en Brasil. Desde géneros indígenas hasta
los ritmos urbanos de Río de Janeiro y San Pablo, con un
recorrido que va desde el período colonial a la actualidad,
este volumen, surgido de una serie de conferencias, es un
intento abarcador por mostrar de manera interdisciplinaria la
historia de la palabra cantada en Brasil. Finalmente, entrando
al Cono Sur, Vania Markarian analiza el surgimiento de una
fuerza política juvenil uruguaya a fines de la década de 1960.
Su título no debe, sin embargo, tomarse literalmente. La
música, en el análisis de Markarian, aparece como parte de una
producción cultural emergente que puede ser leída como punto
de entrada para la militancia juvenil. La pregunta por el
sonido de aquellas protestas y del potencial revolucionario de
la música abre el interés y marca la necesidad de proyectos
venideros que exploren lo político desde lo aural. Con un
trasfondo también político, pero desde una perspectiva
post-colonial, el libro de Juan Pablo González Rodríguez toma
el caso chileno como ejemplo para repensar las formas de
analizar la música en América Latina y sugerir nuevas
aproximaciones críticas.
Por último, un tercer enfoque se centra en la
capacidad de la música para traspasar barreras y crear lazos
transnacionales. Las reseñas que conforman esta sección buscan
poner de relieve el carácter dialógico y heterogéneo que
caracteriza a la práctica musical sobre todo en los tiempos
actuales. Así, el volumen editado por Coriún Aharonián es el
fruto de una conferencia que unió a especialistas africanos y
americanos en Uruguay. El libro ofrece una multiplicidad de
voces y visiones que pone al descubierto las diferencias
teóricas e ideológicas que no son ajenas al campo de la
música. Aquí, como en otros trabajos reseñados, la necesidad
de nuevos conceptos y líneas de pensamiento para pensar la
música y lo sonoro es puesta en evidencia. En los otros dos
trabajos reseñados, la música se piensa ya como elemento de
renovación, en estos casos para los estudios migracionales. El
trabajo de César Augusto Monteiro se adentra en la comunidad
musical que los inmigrantes caboverdianos crearon en el barrio
de Cova da Moura, en Lisboa. Como “bandera de visibilidad”
para estos grupos marginados, las prácticas musicales
constituyen fuertes herramientas para afrontar los problemas
de desterritorialización, identidad y exclusión a los que se
enfrentan. Con el ejemplo de la inmigración caboverdeana en
Portugal, Monteiro nos ofrece otra perspectiva y puerta de
entrada a un fenómeno que atrae particular atención en los
tiempos actuales. Otro trabajo que intenta un acercamiento
parecido es el que nos ofrece Íñigo Sánchez Fuarros. Su texto
explora los cambios de identidad en la población cubana en
Barcelona siguiendo los diferentes códigos y dinámicas
generacionales distinguibles en su experiencia con la música.
Este número cuenta además con tres secciones
especiales recurrentes en CROLAR. En la primera,
Intervenciones, Daniel Castelblanco nos acerca a la propuesta
musical del grupo Wayramanta, una agrupación de sikuris
metropolitanos radicada en Buenos Aires. Entre grabaciones de
campo y reinterpretaciones, el disco es al mismo tiempo
creación musical y exploración etnográfica. Castelblanco
resalta además la importancia de trabajar con un estilo
-Jach’a laquitas—que ha quedado excluido del canon de músicas
trasandinas, producto de políticas estatales y de clase que
han tendido a la homogeneización y occidentalización de los
estilos. Por otra parte, Gabriel Villarroel propone una
lectura del universo sonoro del escritor uruguayo Felisberto
Hernández en su texto autobiográfico “Por los tiempos de
Clemente Colling” (1942). Ruidos y sonidos de la infancia y
juventud de Hernández marcan el ritmo y fluir de su memoria.
El ordenamiento y rememoración de su pasado queda así
involuntariamente desestabilizado -y finalmente dirigido- por
los sonidos de la locomotora o por el chistido que producían
al reír las tres hermanas a las que visitaba.
La sección especial cuenta con una entrevista a
Peter Schulze, profesor de la Universidad de Bremen, quien se
encuentra realizando una investigación sobre la historia del
tango, la ranchera y la samba, todos estilos musicales
adoptados como símbolos nacionales en Argentina, México y
Brasil, respectivamente. Aquí, nos explica la importancia de
la tecnología y los medios --particularmente, el cine-- en el
desarrollo de estos géneros musicales. Señalando la
importancia de las políticas nacionales y su relación con las
industrias culturales, Schulze incursiona igualmente en sus
dinámicas globales y transnacionales, en lo que él llama un
trabajo de “glocalización”.
En la sección de Clásicos Revisitados, Daniel
Villegas nos invita a reflexionar cómo las propuestas del
filósofo francés Jacques Rancière podrían ser pensadas en el
mundo de la música. Releyendo “Aesthetics and Its
Discontents”, Villegas nos advierte sobre las fáciles y duras
trampas de la pareja arte y política, los regímenes que
definen lo sensorium, y los difíciles momentos de real disenso
político. Es, en definitiva, un llamado de atención hacia el
festejo a veces demasiado rápido de las posibilidades
disruptoras del arte.
Finalmente, la sección de Debates Actuales
presenta dos libros con aportes por fuera del enfoque musical.
Con “Caribbean Food Cultures. Culinary Practices and
Consumption in the Caribbean and Its Diasporas” pasamos del
oído al gusto. Esta compilación de ensayos busca explorar
desde diferentes disciplinas la amplia gama de imágenes,
actividades y valores asociados al mundo culinario caribeño.
Por otro lado, el libro de Claudia Rauhut nos lleva al terreno
de lo espiritual, analizando la santería en Cuba en sus
aspectos globales y transnacionales, mostrando las
repercusiones que éstos tienen en su práctica y discursos.
La multiplicidad de disciplinas que trabajan con
lo sonoro evidencia la apertura de un campo que ya no se
limita a la antropología o la etnomusicología. El reto de
abarcar un universo tan variado como el que evoca este número
significó la selección final de un corpus de obras para nada
exhaustivo y en extremo heterogéneo. Una observación común,
sin embargo, en las reseñas que componen este número es la de
estar lidiando con trabajos e investigaciones que tienen aún
pocos interlocutores locales. Muchos reseñadores han rescatado
el aporte que estas publicaciones están haciendo en un área
hasta ahora poco desarrollada en América Latina. Otra
dificultad que se repite es la de la relocalización del saber,
con muchos autores aun no pudiendo expandir el diálogo teórico
más allá del canon occidental, reforzando aún su paradigma
logocéntrico. Ante las inquietudes teóricas de muchos de los
reseñadores, vale la pena rescatar el libro de Ana María Ochoa
como una propuesta que no sólo cuestiona, sino que también
propone nuevas maneras de pensar lo sonoro y su estudio.
En definitiva, varios autores llaman la atención hacia la necesidad de un estudio aún más interdisciplinario sobre la música, donde las categorías de género o los límites nacionales no sean más que herramientas de estudio, y no las únicas maneras de entender la música, por naturaleza heterogénea. Hay una gran variedad de posibilidades para abordar y reflexionar sobre la música en América Latina, pero como la foto de portada, esperamos que el juego de focos ayude a replantear lo ya aceptado, a resaltar otras percepciones, y a dialogar con otros frentes. Disfruten de este número atonal, pero que ojalá suene fuerte.