Felisberto Hernández (2013) Por los tiempos de Clemente Colling Lima: Siglo XXI, 198 pp. |
Reseñado por Gabriel Villarroel
Georgetown University
Tras la lectura de Por
los tiempos de Clemente Colling, en una carta, Ramón Gómez de la Serna
celebró a Felisberto Hernández como “gran sonatista de los
recuerdos y las quintas” (citado por Díaz, 118). Con su
tradicional capacidad de síntesis, el escritor español
condensa el carácter musical de Felisberto y su recurrente
evocación de los días de antaño; de esta forma, la sentencia
destaca a la música y la memoria como dos ejes fundamentales
en la primera obra importante del uruguayo.
El ejercicio de la rememoración es fundamental en la obra del
uruguayo y, como tal, ha sido estudiado copiosamente. No
obstante, se suele enfatizar el elemento visual como el motor
de los recuerdos. Aquí, en cambio, interesa el tópico de la
rememoración a partir de la sonoridad, particularmente en el
relato Por los tiempos de
Clemente Colling
(publicado originalmente en 1942). En esta reseña se buscará
rastrear cómo en esta obra los sonidos establecen vínculos y
rupturas con el pasado mientras el autor explora sus
rememoraciones de infancia; son una proyección de su manera de
relacionarse con las experiencias vividas y reflejan la
inestabilidad de la memoria.
Lo primero que se debe apuntar es la particular forma de
rememoración en Felisberto Hernández. El uruguayo, lejos de
realizar un proceso de mera evocación transparente, ejecuta un
ejercicio invadido por vaivenes y desviaciones, un asedio
infatigable que con frecuencia desemboca en frustración. El
pasado no es simplemente una realidad a la que se accede
mediante la memoria, un mundo de sensaciones traídas de
antaño, sino que se evoca a través de ellas. En este sentido,
Felisberto puede ser emparentado con Marcel Proust cuando éste
afirma: “Es trabajo perdido querer evocarlo, e inútiles todos
los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus
dominios y de su alcance (…) del azar depende que nos
encontremos con ese objeto antes de que llegue la muerte.”
(61). El pasaje reconoce la inutilidad del intelecto, de la
volición, para aprehender los recuerdos; es papel de la suerte
el traer el objeto que permitirá evocar el pasado, no sólo
como una sucesión de eventos sino como el efecto de una
esencia preciosa (como la llama Proust) que inunde los
sentidos. Rey Beckford observa una semejanza entre las
aspiraciones en À la recherche du temps perdu y la evocación
de recuerdos de Felisberto Hernández (que conocía y admiraba
la obra del francés); ambos recurren a la memoria involuntaria
para reconstruir un pasado y penetrar en las experiencias
propias con asombro y extrañeza.
Por su parte, Felisberto abre Por los tiempos… con una
reflexión sobre las veleidades del recuerdo y la dificultad de
discernir cuándo son o no convenientes: “Algunos, parece que
protestaran contra la selección que de ellos pretende hacer la
inteligencia. Y entonces reaparecen sorpresivamente, como
pidiendo significaciones nuevas o haciendo nuevas y fugaces
burlas...” (22). Notoriamente, tanto Proust como el uruguayo
aluden a las limitaciones del intelecto para aprehender
ciertos aspectos de la memoria; sus evocaciones siguen un
curso emocional que nace del mismo presente.
Otra coincidencia esencial en las rememoraciones de ambos
autores está en la relevancia de lo sensorial como semilla;
Proust es llamado al recuerdo tras haber comido su célebre
magdalena. Por su parte, Felisberto se concentra inicialmente
en el tranvía 42; el recorrido por las calles de su infancia
le permite reconstruir el escenario: las quintas, las
palmeras, las calles, y el mismo narrador en su infancia
parecen resurgir como fantasmas para poblar ese espacio
transformado por el tiempo. El 42 es una figura recurrente al
principio del relato, cuando el narrador se siente arrastrado
por los recuerdos parece usar el tranvía para retomar el
control; se interrumpe: “Pero volvamos al 42” o “no quiero
engolfarme en esas reflexiones: quiero seguir en el 42” (24).
A medida que avanza la narración, la mención al tranvía se
hace más irregular hasta desaparecer por completo. El tren,
con su recorrido sobre rieles, es el acicate para empezar la
rememoración: “cuando el tranvía va por encima de ellos, hacen
chillar las ruedas con un ruido ensordecedor. —Pero en el
recuerdo, ese ruido es disminuido, agradable, y a su vez llama
a otros recuerdos—” (22). Respecto a los sonidos de la ciudad
como vehículos de la memoria, Fran Tonkiss afirma: “El sonido
trabaja aquí a través de la metonimia, fragmentos auditivos
que hablan de algo más grande” . El ruido del tranvía es el
eslabón que conecta al presente con el pasado y pasa a
representar metonímicamente ese Montevideo de antaño donde
todavía había quintas y palmeras en las calles. Es decir, la
puerta de entrada al recuerdo.
El narrador de Por los tiempos… accede al recuerdo mediante un
ruido cotidiano, y después se ocupa de recodar su experiencia
con la sublimidad de la música. Esto ocurre cuando escucha a
Elnene, otro aprendiz como él pero más adelantado, quien
tocaba una sonata de Mozart en principio para luego tocar una
composición propia: “lo sentí verdaderamente como un placer
mío, me llenaba ampliamente de placer; descubría la
coincidencia de que otro hubiera hecho algo que tuviera una
rareza o una ocurrencia que sentía como mía o que yo la
hubiera querido tener” (34). Aunque en ese momento, el
chiquillo narrador de Felisberto ya interpretaba el piano, es
cuando escucha a otro que evoca la armonía musical, una de la
que quisiera apropiarse y que no le pertenece del todo. Este
sentimiento de plenitud no lo describe cuando él mismo toca el
piano.
Si por un lado hay una variable armonía en la música y los
recuerdos del relato, por otro merodean ruidos que interfieren
con el flujo de los hechos narrados. Las “longevas” son
personajes descritos como elegantes señoras delicadas, cultas
y afables; el narrador recuerda que disfrutaba mucho de sus
visitas a la casa de estas tres hermanas. Ellas representan la
sofisticación de antaño y el narrador disfruta este vínculo;
no obstante, pese a toda su elegancia, estas mujeres tienen
una particularidad notada por sus interlocutores: “—en los
intervalos de la animada conversación y sobre todo cuando
reían— hacían un ruido fuertísimo al aspirar el aire por entre
los dientes. Después me fijé que aquello era tan fuerte, que
no lo cubría ni el 42 cuando pasaba a toda velocidad” (29). El
chistido supone una descompostura, una mácula en la impecable
faz de estas mujeres. El narrador posteriormente se queja de
fijarse demasiado en ello y olvidar sus otras bondades:
“cuando uno pensaba en ellas, lo primero que aparecía en la
memoria era el chistido y eso tenía un exceso de comentario”
(30). Demuestra, por tanto, ese ruido como una interferencia
del curso deseado de los recuerdos; el narrador quiere evocar
una imagen positiva, pero termina volviendo a un gesto
ridículo que opaca su elegancia. Es tan fuerte esta aparente
trivialidad que incluso amenaza con romper el flujo del
recuerdo.
Este ruido incómodo ocurre en otros niveles en la figura de
Clemente Colling. Él es su maestro de piano y el personaje
central de la rememoración; sin embargo, decae a medida que
avanza el relato. Colling es retratado como soberbio al
insistir que su padre era un “señor muy distinguido”. El
narrador lo tiene en buena estima, pero si en principio lo
considera como un excelente intérprete y gran narrador de
anécdotas, progresivamente se fija más en sus descortesías.
Colling es notoriamente desaseado: “la mano que sacó el reloj
—y la que me había acostumbrado a esperar de ella sorpresas
melódicas— fue para debajo de la cama y sacó un balde hecho de
una lata de kerosén. Allí escupió” (71). El carácter sublime
que pudiera alcanzar Colling es cancelado por el prosaísmo de
escupir en una lata y por su desagradable modo de vida.
Otra particularidad de este maestro de piano está en su
lenguaje; Colling tiene un acento afrancesado particular que
el narrador destaca en sus diálogos: “jábon”, “bigotés” o
“pálpe”. Mediante la representación gráfica de la tilde se
evidencia una cierta torpeza lingüística del maestro que
contrasta con la imagen altiva que busca proyectar de sí mismo
y sentido musical; es un hombre cuya profesión tiene que ver
con la armonía pero cuyo lenguaje está interferido por el
ruido.
Tanto el chistido de las “longevas” como las incorrecciones de
Colling son mecanismos para quebrar una aparente armonía; por
un lado, la impecable elegancia de las tres hermanas y, por
otro, la cualidad de caballero distinguido que podría tener
Colling. El narrador parece usar esos ruidos para erosionar a
sus protagonistas y darles un matiz de imperfección o
ridiculez, en contraste con la idea sublime y plena de la
música que el narrador describe en otros momentos.
En Por los tiempos de Clemente Colling se observa una
destacable presencia de los sonidos (el tren, el nocturno, los
chistidos…) como instancias constitutivas de la rememoración.
No se trata de meras presencias ambientales sino que, en
distintos momentos, se constituyen en acicates y formas
metonímicas de la evocación por parte del narrador. Pero como
se ha querido observar, no son meras presencias “positivas”
sino también son rupturas y desviaciones, interferencias en el
objetivo inalcanzable de una rememoración sin obstáculos. El
sonido juega el papel equívoco de ser vehículo de la memoria.
La evocación del pasado presente en esta obra oscila entre la
musicalidad y el ruido, como reflejo de las dificultades de
traer los recuerdos al presente. En este espíritu, el juicio
de Ramón Gómez de la Serna de considerar a Felisberto como
“sonatista de quintas y recuerdos” es poética pero imprecisa,
porque lejos de interpretar una sonata, un tema armónico y
establecido, el uruguayo deja traslucir las inevitables
rupturas y tropezones de su labor como parte de su singular
estética.
Bibliografía
Díaz, José Pedro. El espectáculo imaginario. Montevideo: Arca
Editores, 1986.
Lasarte, Francisco. “Función de ‘misterio’ y ‘memoria’ en la
obra de Felisberto Hernández”. Nueva Revista de Filología
Hispánica 27. 1. (1978): 57-79.
Graziano, Frank. The Lust of Seeing: Themes of the Gaze and
Sexual Rituals in the Fiction of Felisberto Hernández.
Pennsylvania: Buckner University Press, 1997.
Proust, Marcel. A la recherche du temps perdu 1 . Bruges:
Gallimard, 1954.
---------------------. En busca del tiempo perdido 1. Por el
camino de Swann. Madrid: 1999.
Rey Beckford, Ricardo. “Felisberto Hernández o la máscara de
lo cotidiano”. Ciberletras 13 (2005). Web. 5 May 2013.
<http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/>
Hernández, Felisberto. “Por los tiempos de Clemente Colling”.
Cuentos reunidos. Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora, 2010.
Tonkiss, Fran. “Aural Postcards. Sound, Memory and the City”.
The Auditory Culture Reader. Michael Bull & Les Back
(eds.). New York: Berg, 2003. 303-309.