Cintia Cristiá (2011) Xul Solar. Un músico visual. La música en su vida y obra Buenos Aires: Gourmet Musical Ediciones,148 pp. |
Reseñado por María José Navia
Georgetown University
Ya se nos adelanta en el prólogo: Xul Solar es “una
personalidad que ha dejado muy pocas pistas sobre su manera de
ver el mundo” (13). El artista argentino de pinturas de
colores brillantes, cuerpos e instrumentos, quien diseñara una
baraja de tarot y otros muchos artilugios, es el centro de
esta monografía de Cintia Cristiá. Y, claro, las expectativas
son altas. Sin embargo, ese centro de atención se muestra
bastante esquivo y lo que queda al terminar sus más de ciento
cuarenta páginas es una imagen bastante difuminada. Por no
decir borrosa.
Se trata de una tesis doctoral llevada a formato libro.
Cristiá comenta que sacó mucho de la investigación para
quitarle la aridez a la obra y así volverla más cercana al
lector. Como un relato de detectives, dice. El problema es
que, sin ese trabajo de investigación a la mano, muchas de las
afirmaciones que hace la autora sobre el artista y su obra
quedan en el aire y como sin fundamento. Los capítulos están
plagados de observaciones del tipo “es probable” que Solar
haya leído tal o cual libro, o visto tal o cual ópera.
Probabilidades que luego se utilizan como certezas para
conjurar un perfil del autor. Incluso en el prólogo ya citado
se aprecian estos vicios al comentar que Cristiá “[p]or un
lado, revisa la relación entre diversas teorías que Xul pudo
haber conocido durante su extensa estadía europea”, para
afirmar, acto seguido: “Resulta claro por lo expuesto que la
música forma parte central del mundo hermético de Xul”. [las
cursivas son mías] (15).
La obra se compone de cinco capítulos. En el primero, titulado
“Fundamentos de una vocación artística integral”: Cristiá se
pasea por la biografía de Xul Solar dando pistas acerca de su
fascinación con Bach (al que él llamaba afectuosamente “Tata
Bach”) y sus primeras lecturas e idas al teatro y la ópera.
Cristiá llama la atención acerca del uso de metáforas
musicales por parte del artista a la hora de referirse a su
arte e incluso a sus experiencias musicales. Al concluir el
capítulo —bastante breve, por lo demás—, Cristiá afirma: “Es
evidente que en este período de indefinición entre la pintura,
la música y la poesía, en esta época de amargura y
frustraciones, ya están presentes los gérmenes de su obra”
(32). Esta insistencia en la fórmula “es evidente” como forma
de sostener y construir una tesis es uno de los atributos más
débiles del libro.
El segundo capítulo, “Ritmos, danzas y vuelos astrales:
aparición de lo musical en la obra plástica”, describe las
experiencias de Xul Solar en Europa. Allí, el artista se
acerca a publicaciones de vanguardia y combina su pasión por
la música con la meditación y otros ejercicios espirituales.
Es en esta época en que el artista decide cambiar su nombre a
Xul Solar como una forma de superar los límites impuestos por
su nombre y su consiguiente filiación con una historia y
pasado nacional. Esta superación de lo nacional y cercanía a
lo musical se refleja también en su uso del neocriollo como
forma de expresión, un “lenguaje pensado por el artista como
lingua franca para Latinoamérica combinando elementos del
portugués y del castellano con estructuras del inglés y el
alemán y que incorpora algunas palabras del francés y del
italiano” (42). Si bien el capítulo intenta dar una lectura de
muchas de las obras de Solar, el intento cae en un error
constante de homologar los pensamientos e incluso intenciones
de Solar con los de Kandisnky. Es decir, en lugar de tener las
reflexiones de Solar sobre el arte, se nos ofrecen las de
Kandisnky sugiriendo que Solar pensaba lo mismo, sin que haya
—al menos en esta versión del texto— nada que le dé soporte a
esa teoría.
El tercer capítulo, “Práctica, conceptos, teoría y
organología: teclados y notaciones solarianas” indaga más en
profundidad en las ideas musicales de Xul Solar. La autora se
pasea por los títulos de su biblioteca, anécdotas sobre él y
contadas por Borges y adjunta múltiples partituras transcritas
por el artista y pertenecientes a Bach. Cristiá arguye que
Xul, con su estudio de partituras y demases, intentaba
establecer correspondencias entre la música y la lengua. Si
bien el capítulo vuelve a caer en vaguedades que podrían
evitarse (como: “La mención de los futuristas y de los
inventos ruidistas de Russolo refuerzan la posibilidad de que
Xul haya presenciado estas experiencias en su estadía en
París, Florencia, o Milán...” (65)), se agradecen los
apartados dedicados al panajedrez, un juego inventado por el
artista argentino y que combinaba sus intereses en la música,
los colores, los símbolos, el lenguaje e incluso los
ejercicios espirituales.
Del mismo modo, resultan fascinantes las descripciones y el
análisis de los teclados de colores de Xul Solar, esto es,
teclados que el artista intervenía con colores, uno de los
cuales incluso perteneció a su mujer. Al terminar este
capítulo, la reflexión de Cristiá es la siguiente: “Al incluir
ventajas de orden práctico, teórico y artístico, este teclado
multicolor representa tanto la culminación de sus
investigaciones teóricas como la aplicación de sus principios
filosóficos. En lugar de un universo monótono dominado por la
polaridad negro-blanco, el artista imagina un desfile de
colores, en el que cada tecla conserva su identidad, no solo
en cuanto al color sino también en la textura de la superficie
y sutilmente en el tamaño” (84).
El cuarto capítulo, titulado “Diagramas melódicos”, se centra
en las obras pictóricas de Xul Solar y de qué manera podrían
ser leídas musicalmente. Si bien la idea es sugerente, se echa
de menos contar con reproducciones de las obras analizadas.
Para un capítulo sobre arte —en un libro que incluye imágenes
de partituras y objetos— es raro que no se cuente con las
imágenes del pintor a tratar. Al término de este capítulo, la
autora señala de qué manera el uso de la música en la pintura,
o bien la conjunción de ambas artes, no hace más que enfatizar
la función de la música como “una forma de acceder a mundos
interiores” (94).
Por último, el quinto capítulo, “De lo espiritual en la
música”, comienza con la descripción de Solar como “un hombre
orquesta tocando al mismo tiempo todos los instrumentos del
arte y muchos otros que corresponden a la ciencia pura” (105).
Dentro de las obras de este “hombre orquesta” se encuentra el
diseño de un mazo de tarot, en el cual las figuras musicales
ocupan un papel central.
En general, se trata de un libro con buenas intenciones, que busca en las sombras y misterios de una figura como Xul Solar una reflexión sugerente sobre la relación entre las artes. Y si bien se agradece el intento, e incluso las intuiciones, el texto acaba afirmándose demasiado en la imaginación para convertirse en un verdadero aporte. Un ejemplo de esto, ya en las conclusiones: “¿Estudia el piano en su niñez? Esto no puede ser probado pero imaginamos que este instrumento lo acompaña durante los largos días melancólicos y las profundas noches solitarias en que medita acerca de su vocación” (115).
El lugar para la imaginación es otro.