Carmen Millán de Benavides y Alejandra Quintana Martínez (Eds.) (2012) Mujeres en la música en Colombia. El género de los géneros Bogotá: Editorial Javeriana, 368 pp. |
Reseñado por Nohora Arrieta Fernandez
Georgetown University
La presentación de propuestas novedosas no sólo en sus
contenidos sino también en la forma que adquieren esos
contenidos requiere claridad. Carmen Millán de Benavides y
Alejandra Quintana Martínez, editoras de Mujeres en la música en Colombia. El género de los géneros, lo saben. De
allí que no sea difícil identificar uno de los principales
objetivos del libro que han coordinado: proponer, desde la
intersección entre música y género, nuevas perspectivas para
contar la historia de las mujeres en Colombia.
Este libro musical está construido en cuatro movimientos:
“Ensayos”, “Al piano y al canto”, “En sus propias
palabra-entrevistas”, y “Bailar y tocar-documentales”. El
título casi obvio de la primera sección podría pasar
desapercibido si no es porque el primero de los textos subraya
la necesidad de recordar que el término “ensayo” acoge las
ideas de experiencia, prueba y error. En “La superestructura,
la música y mi música”, Alba Lucía Potes compone una suerte de
epigrama-partitura-ensayo en el que mediante la exposición
fragmentada de algunos conceptos intenta describir su
experiencia de la superestructura en el ejercicio del trabajo
artístico. Las relaciones entre música y experimentación se
profundizan en el ensayo de Ana Romero sobre Jaqueline Nova,
compositora colombiana nacida en 1935. Primera mujer graduada
en composición del Conservatorio de Música de la Universidad
Nacional de Colombia, Nova transgrede e inventa. Romero teje
las relaciones entre la experiencia vital de Nova -en una
biografía condensada que destaca su labor como compositora y
difusora de la música contemporánea en Colombia- y el proceso
de creación de sus obras. De acuerdo con Romero, Nova
“manifestó abiertamente el valor de la experimentación como
parte del ejercicio compositivo” (38), evidente en su famosa
“Creación de la tierra” (1970), obra en la que voces indígenas
y ritmos contemporáneos se combinan en una investigación sobre
las posibilidades de la voz.
La música es una práctica política en el artículo de Alejandra
Quintana Martínez, “¿Música para la convivencia? Inequidad de
género en la educación y práctica musical: el caso del Plan
Nacional de Música para la Convivencia (PNMC)”. Entendiendo la
música “como medio eficaz para perpetuar relaciones de poder y
estereotipos de género” (47), Quintana analiza las relaciones
de género en la implementación del PNMC, programa del gobierno
colombiano para promover prácticas musicales en los municipios
del país. Los datos que se obtienen de la revisión
estadística, las entrevistas y la interacción con
participantes del programa son claros: hay instrumentos para
niños e instrumentos para niñas, los señalamientos cuando se
intentan transgredir estos roles son inmediatos, el rol de las
mujeres como amas de casa las excluye de cargos
administrativos, entre otros. El artículo, sin embargo,
trasciende el plano descriptivo e intenta convertirse en
informe para la creación de una futura política pública. Así,
“tomando como base los componentes del PNMC”, propone una guía
para “implementar [en éste] un enfoque de género” transversal.
Los artículos del segundo movimiento, “Al piano y al canto”,
suponen un desplazamiento de la experiencia autorial
-ejercicio creativo o político- hacia la revisión histórica
del papel de las mujeres en la música colombiana durante el
siglo XIX y principios del XX: sin los gestos desconocidos que
posibilitaron el paso de la práctica privada de las señoritas
de clase alta -intérpretes ocasionales del piano para el
entretenimiento de los invitados de sus maridos- a esferas más
públicas, no habría aparecido una Jaqueline Nova. La
perspectiva metodológica también cambia, y aquí se fundamenta
en la revisión de archivos, en los malabares para la
reconstrucción de una historia difusa, y, más que en las
experiencias estéticas o políticas, en la comprensión de la
sociedad e instituciones que constreñían a las mujeres
impidiéndoles el desarrollo de cualquier aspiración musical.
Como en los textos del primer movimiento, es evidente el
propósito de descentrar las prácticas culturales. En un país
como Colombia, caracterizado por un centralismo ubicuo, no es
poca cosa que una investigación sobre música, además de
ocuparse de las capitales andinas, se aventure en lo rural, en
regiones con frecuencia olvidadas por la curiosidad académica,
como en el artículo “Tradición y presencia femenina en la
construcción musical de la región: mujeres en la música del
Tolima”, de Humberto Galindo. El texto de María Cristina Fula
Lizcano, “Repertorio y archivo: el tránsito de las mujeres
bogotanas del espacio privado al público a través de la música
en el siglo XIX”, va más allá de las fuentes “canónicas” de la
investigación de archivo y se propone trabajar con “informes”
marginales, como los folletos de programación de los
conciertos organizados por asociaciones de señoras de clase
alta. Esas hojillas que nadie lee iluminan la labor de las
mujeres como gestoras culturales, a la vez que describen el
amplio espectro de músicas nacionales e internacionales que se
interpretaban en los salones y teatros del XIX.
A lo largo del siglo XX, las mujeres abandonaron el salón
familiar del piano y pasaron a las tarimas. En el tercer
movimiento, en el intercambio gratuito de la entrevista se
dibujan los rostros de algunas protagonistas de la música
colombiana. Con una prosa pausada, Leonardo Gómez escribe una
elegía para Etelvina Maldonado, y, recordando las historias
que le escuchó, recrea la vida de la reina del bullerengue. El
texto es fiel a su espíritu integrador: junto al folclor de
Etelvina, aparecen mujeres con carreras artísticas en las que
confluyen diversas expresiones musicales (Claudia Gómez), o
compositoras con líneas más “académicas” (Alba Lucía Potes y
Alba Fernanda Triana).
Mujeres en la música… es
el segundo volumen de la colección Culturas musicales en
Colombia, publicada por la editorial de la Pontificia
Universidad Javeriana (Bogotá). La diversidad de espacios y
perspectivas que caracteriza el trabajo académico de Carmen
Millán de Benavides y Alejandra Quintana (investigadoras del
Instituto PENSAR) se despliega en el carácter abarcador del
libro y la pluralidad de las discusiones: desde la pregunta
por la mujer como artista y creadora hasta el interrogante de
cómo hacer una política musical con enfoque de género en
Colombia. El lector al que apunta el libro es también diverso:
el estudiante interesado por una olvidada Jaqueline Nova, el
estadista preocupado por implementar políticas incluyentes, el
investigador en estudios de género o el historiador musical.
Sin embargo, este carácter plural del libro, abarcador, no
deja de ser peligroso: algunas de las propuestas se convierten
en repeticiones monótonas, circunloquios sobre un mismo tema,
que uno tiene la sensación de haber oído en otra parte; en
otras se echa en falta más profundidad investigativa. Uno
diría que dichas falencias se disculpan si se asume Mujeres en la música… como una suerte de abrebocas, una
invitación que provee herramientas para seguir contando la
historia de la música colombiana a través de sus mujeres, o
como una intuición: la música es una experiencia, la prueba y
el error son inevitables en el movimiento infinito hacia
nuevos ejercicios investigativos y creadores.