Wayramanta (2013) 20 Años: Jach’a Laquitas La Paz, Bolivia. Buenos Aires, 47:27 min. CD |
Reseñado por Daniel Castelblanco
Georgetown University
Este disco1, el segundo producido por Wayramanta,
conmemora veinte años de trabajo musical y evidencia el riguroso
proceso a través del que esta agrupación de sikuris
metropolitanos radicada en Buenos Aires se aproxima a la lógica
de las músicas de origen aymara. El conjunto fue fundado en 1993
y en la actualidad lo conforman cerca de veinte músicos que se
reúnen cada tarde de domingo para ensayar bajo la dirección de
Rubén Barreto.
En Buenos Aires la agrupación participa de uno de los escenarios
más vibrantes del sikuri metropolitano, donde a diario se
negocian diversas visiones sobre la noción de “lo andino”, en
particular las relacionadas con la autenticidad de sus
sonoridades y prácticas musicales. En efecto, Buenos Aires es
uno de los epicentros del movimiento transnacional de sikuris
metropolitanos y un espacio donde confluyen decenas de bandas
con propuestas variadas. La ciudad alberga uno de los festivales
de sikuris más relevantes, el Mathapi Apthapi Tinku, y es uno de
los principales focos de producción y consumo de músicas andinas
desde mediados del siglo pasado.
El disco del que se ocupa esta reseña tiene casi una hora de
duración, contiene seis pistas, es completamente instrumental y
está dedicado al estilo Jach’a laquitas. De acuerdo con la
categorización más popular entre los sikuris metropolitanos,
este estilo hace parte de la modalidad del sikuri mayor y tiene
su origen en el Departamento de La Paz, Bolivia, donde es
interpretado principalmente por comuneros aymaras durante
celebraciones específicas de su calendario agrícola y festivo.
Cuatro de las seis melodías recogidas en el disco provienen de
grabaciones de campo hechas por algunos de los integrantes del
grupo a principios de la década pasada en Ilabaya. Las dos
restantes que corresponden a la primera y la última pista fueron
recopiladas en Achacachi e Ilabaya por músicos de la extinta
agrupación Trencito de los Andes, cuyas propias interpretaciones
de estos temas aparecieron bajo los nombres de “Jaccha Walata” y
“Suma Conjunto (Il grande sicu)” en los trabajos discográficos Continente Líquido 1 (2003) e Il Puma e gli Argonauti (2002), respectivamente.
La propuesta musical de Wayramanta se sustenta en un ejercicio
de la imaginación etnográfica para el que ciertos métodos
antropológicos como el trabajo de campo, las grabaciones y la
observación participante son fundamentales. En efecto, tanto el
guía de la agrupación como algunos de sus miembros han viajado
en distintas ocasiones hasta los pueblos y áreas rurales de
Bolivia donde se interpreta el estilo Jach’a laquitas con el
propósito de conocer de cerca estas músicas, a sus intérpretes y
el contexto en el que las producen. Las grabaciones sonoras que
allí han recopilado se transforman, de regreso en Buenos Aires,
en parte integral del archivo sonoro que emplean como referente
de autenticidad. Este cuerpo sonoro, así como el ejercicio de la
imaginación etnográfica que lo sustenta, son centrales a la
propuesta musical y de formación que caracteriza a Wayramanta.
La rigurosidad con que abordan su trabajo los ha llevado a
desarrollar un sonido fiel a las marcas musicales del estilo
Jach’a laquitas. Para lograrlo, no sólo emplean una tropa de
instrumentos diseñada en La Paz para la interpretación exclusiva
del estilo, sino que además tienen en consideración la
convergencia de los parámetros propios del mismo como su corte,
timbre y ritmo. Más importante aún, se aplican al estudio de su
archivo sonoro con el propósito de comprender la particular
manera en que los comunarios de Ilabaya soplan sus sikus, y así
conferirle a sus interpretaciones de Jach’a laquitas el sonido
rico en armónicos que las distingue.
Esta propuesta musical adquiere prominencia dentro del
movimiento sikuri metropolitano por cuanto se ocupa de un estilo
proscrito del canon establecido en algunos de sus encuentros
paradigmáticos, como el de Túpac Katari en Lima, el Mathapi en
Buenos Aires o incluso la Fiesta de la Virgen de la Candelaria
en Puno. En estos eventos predominan los estilos de Conima,
Huancané y Moho (dentro de la modalidad de sikuri mayor) y los
de Ilave, Tacna y Yunguyo (en la de sikumoreno). Dichos estilos
son producto de adaptaciones recientes por medio de las que
ciertas élites altiplánicas favorecieron sus propias agendas y
gustos musicales, ajustando la afinación de los sikus y
promoviendo una orquestación homogénea (como en el caso del
estilo Conima), o implementando una instrumentación alternativa
(como en el caso del sikumoreno). Si bien es cierto que estas
adaptaciones contribuyeron a la dinamización y popularización de
las músicas sikuri, también lo es que las distanciaron de la
peculiar lógica musical aymara en la que priman complejas
disonancias que resultan a menudo difíciles de digerir para el
oído neófito, y que acaso sean la causa por la cual han sido
relegadas al dominio local de las fiestas patronales de sus
pueblos de origen.
Este disco ofrece, por lo tanto, una instancia para reflexionar
acerca de la enorme diversidad que existe al interior de las
músicas sikuri, una riqueza cuya importancia ha sido soslayada
por muchos conjuntos metropolitanos que a pesar de enfatizar su
intención de investigar y difundir las músicas originarias,
suelen conformarse con incluir en su repertorio estilos y
melodías de los conjuntos regionales más protuberantes, cuyos
sonidos y prácticas musicales se encuentran a menudo más
emparentadas con las de origen europeo que con las de origen
aymara.
De manera análoga, el disco también llama la atención sobre la
heterogeneidad que existe al interior del estilo Jach’a
laquitas, ya que -como explica Rubén Barreto- la interpretación
del mismo exige la intervención irregular de los sikuris en la
construcción colectiva de la música. Dicho de otra forma, el
estilo se caracteriza por la articulación discontinua de las
voces individuales que produce cada sikuri de conformidad con un
mismo lenguaje musical. Los sikuris, entonces, no soplan sus
instrumentos en intervalos uniformes, alternativos, sino que lo
hacen a través de una dinámica lúdica en la que prima la
heterogeneidad, lo que resulta en un sonido disonante y complejo
que desafía la narrativa hegemónica según la cual la interacción
entre los sikus y los sikuris es un diálogo armónico,
equitativo, recíproco y feliz, reflejo de la estructura social y
mentalidades andinas -como quisieron demostrar, en relación a
otras expresiones culturales, algunas antropologías andinistas
de los 70s y 80s-. Al contrario, el estilo desestructurado de
los Jach’a laquitas se asemeja a una discusión airada, desigual,
no fluida o -como señala Barreto- a un conglomerado de
discusiones entre los instrumentos e intérpretes involucrados.
La aparición de un disco dedicado por completo a un estilo no
canónico dentro del movimiento sikuri metropolitano, constituye
entonces un desafío al campo musical andino en tanto entidad
homogénea que domestica estilos y ritmos a través su adaptación
(¿o debería decir subyugación?) a la armonía occidental. Más
aun, denuncia la simplificación de que han sido objeto ciertas
músicas aymara y cuestiona las promesas de diversidad
etnocultural que caracterizan la noción de “lo andino”.
Asistimos a un momento crucial en el desarrollo del movimiento
transnacional de sikuris metropolitanos. No obstante su
crecimiento numérico y el surgimiento de concursos y encuentros
consagrados a estas músicas, es preciso tener en cuenta que con
su espectacularización se están privilegiando elementos externos
a las mismas (como el uso de trajes, el diseño de coreografías y
la búsqueda de una cantidad avasalladora de integrantes), cuyo
énfasis podría ir en detrimento de las prácticas musicales
mismas.
Esta producción discográfica constituye, entonces, una
invitación a explorar estilos alternativos a los legitimados por
concursos y encuentros de sikuris. Refleja la actitud activa que
Wayramanta asume frente a la estilización y simplificación de la
que son objeto muchas músicas sikuri en la actualidad, y
demuestra la imperativa necesidad que el movimiento sikuri
transnacional tiene de acudir al ejercicio de la imaginación
etnográfica para asumir su trabajo con responsabilidad y rigor
interpretativo.
1
Agradezco la colaboración de los músicos de Wayramanta,
especialmente a su guía, Rubén Barreto, así como a Adil
Podhajcer, Ariana Aldariz, Diego Diomede y Nina Sánchez por
reunirse conmigo para conversar sobre las músicas que
interpretan, su agrupación y el movimiento sikuri en Buenos
Aires. Mi argumento parte de sus propias observaciones y
teorizaciones. Agradezco a Rubén y Adil por los perspicaces
comentarios que hicieron a esta reseña. Cualquier desacierto
es, por supuesto, mi total responsabilidad.