Pierre Bourdieu (1998)
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Reseñado por Teresa Orozco Martínez
Freie Universität Berlin
La tarea de hacer una reseña de esta obra se enfrenta a la
radicalidad con la que el autor planteó la necesidad de
objetivar las condiciones de posibilidad de la ciencia, lo cual
obliga un arduo trabajo de reconstrucción sobre las condiciones
de su producción y circulación. Del propio Bourdieu se aprende
que no hay nada más mítico que imaginar una obra clásica leída
por una comunidad académica etéreamente internacional, la cual
entra en contacto directo con la materialidad de un texto que
sólo precisa ser interpretado. En esta expandida creencia
escolástica (illusio) se ignora que los actos de lectura e
interpretación pasan por el proceso de traducción no solo
lingüística, sino por una amplia red de mediaciones
(gate-keepers) y puestas en escena disciplinarias, culturales y
políticas.
La dominación masculine (LDM)1
corresponde a la obra tardía de Bourdieu. Su primera versión se
publica como artículo en 1990 en las Actes de la recherche en
science social una revista que el propio Bourdieu funda en 1975.
Esta versión estuvo sometida a una severa crítica por ignorar la
producción académica e intelectual feminista sobre el tema. En
1998 aparece la versión ampliada y revisada como libro en las
Ediciones de Seuil. Tras su publicación entabla un diálogo con
las críticas feministas, intentando esclarecer su estrategia de
interpretación, documentado en numerosas entrevistas,
conferencias y programas de radio.
Como tarea reflexiva sobre su propia obra, Bourdieu ejercita su
teoría sobre la reproducción social aplicándola al análisis de
la dominación masculina. Ésta la entiende como una subforma de
la dominación social y como uno de los casos fundacionales y más
agudos de violencia simbólica. La meta de su exposición queda
clara en el prefacio a la edición inglesa y española (que en la
edición alemana de Suhrkamp no fue retomado): explicar que el
fundamento de la dominación masculina consiste en un incesante
trabajo de «eternización de lo arbitrario» (2000:7). Esto alude
a una característica que comparten todas las formas de
dominación social (de género, étnica, religiosa, de salud mental
y física) que, sin ser legítimas, se convierten en el soporte
del sentido común dominante a través de un proceso continuo de
naturalización de su base social arbitraria y deshistorizada.
Este fundamento lo instauran no sólo el orden familiar, sino el
Estado, la iglesia, la escuela, los medios o el deporte. Es
decir que tanto los sexismos, como los clasismos y racismos se
anclan en estructuras y praxis homólogas que los replican y
fortalecen al autorizarlos como formas naturales de percepción y
clasificación. Este anclaje relacional logra imponer la creencia
tenaz de que lo que son efectos, como los cuerpos marcados por
la clase, la etnia y el género, son en realidad causas. La doble
operación que LDM realiza con éxito, según Bourdieu, es que
«legitima una relación de dominación inscribiéndola en una
naturaleza biológica que es en sí misma una construcción social
naturalizada» (37).
En el primer capítulo titulado «Una imagen aumentada» explicita
la construcción social falocéntrica y binaria de la diferencia
de género. Apoyado en sus investigaciones etnográficas en
Argelia, reconstruye el sistema de clasificaciones
androcéntricas que las y los campesinos Cabilios otorgan a los
atributos femeninos o masculinos. Éstos se imponen al sentido
común como una oposición socialmente transcendente, cuya lógica
de construcción no se restringe a las sociedades del
mediterráneo. Esta lógica, fuera de ser trivial, convierte todo
acto de percepción de la realidad social en actos de
reconocimiento de la dominación, replicados con alta frecuencia
en la ciencia.
Para Bourdieu, sólo la objetivación de estas dinámicas hace
posible el cambio, es decir la transformación de las estructuras
relacionales que las posibilitan. Un ejemplo de ello lo ilustra
la visión praxeológica y materialista del autor sobre la
virilidad (pundhonor), el capital simbólico más alto que tiene
el orden masculino. Acumularlo y aumentarlo motiva que los
hombres monopolicen los medios de su producción y reproducción a
través de un amplio dominio que incluye «las estrategias de
fecundidad, estrategias matrimoniales, estrategias educativas,
estrategias económicas, estrategias sucesorias, orientadas todas
ellas hacia la transmisión de los poderes y de los privilegios
heredados» (66). Parte esencial de esta dinámica es el que la
virilidad en su condición ideal no se alcanza nunca. Se trata de
una estructura relacional que articula misoginia y homofobia a
través de un doble miedo: el de excluirse del grupo viril de
referencia y «el miedo de lo femenino, y en primer lugar en sí
mismo» (71). En cambio, en el caso de las mujeres, las virtudes
—virginidad y fidelidad— sólo pueden ser perdidas, confirmando
el carácter femenino identificado con la «abstención y de
abstinencia» (66).
El segundo capítulo titulado «Una anamnesis de las constantes»
focaliza el trabajo que implican los incesantes procesos
cotidianos de masculinización y feminización que interpretar la
diferencia anatómica como desigualdad, donde la masculinidad se
articula como nobleza mientras que la socialización femenina se
somete a la obsesión de una corporalidad vigilante que sabe que
existe sólo en la medida en que es percibida por un orden social
virilizado, el cual incluye a las mujeres que llaman al orden a
sus congéneres. Aludiendo a Marx y a Virginia Woolf, Bourdieu
muestra cómo los dominantes, al asumir las reglas del juego en
sus esquemas corporales y afectivos, terminan siendo «dominados
por su dominación» (89). El tercer capítulo explicita la
dinámica de la permanencia de LDM incorporada sobre todo a
través de los juegos infantiles. La sutilidad con la que se
encarnan las posiciones de poder en estos juegos ejercita las
estrategias de LDM, ya que éstas se reconocen en la esfera de lo
lúdico como autoevidentes.
El libro termina con un post scríptum donde Bourdieu discute en
qué medida es posible el amor bajo las condiciones de dominación
y añade un corto apéndice donde esboza cuestiones relacionadas
al movimiento gay y lésbico. Es interesante observar que
Bourdieu, a lo largo de LDM, no habla de procesos de
normalización (Foucault) y sólo utiliza una vez la categoría de
«heteronormatividad» (Butler) y sin embargo está muy cerca tanto
de estas líneas de investigación, como de las perspectivas
interseccionales. En este apéndice, el autor cuestiona al
movimiento queer cuando éste persigue la conversión del estigma
en emblema y propone como alternativa la práctica del
degendering: el luchar «a favor de un nuevo orden sexual en que
la distinción de los diferentes estatus sexuales fuese
indiferente» (145) y por esta vía evitar la guetización logrando
inscribir estas luchas «al servicio del movimiento social en su
conjunto» (149).
En esta crítica Bourdieu ignora que dentro del propio debate del
movimiento queer, algunos grupos pugnan por trascender los
debates identitarios y ampliar los frentes de lucha
repolitizando, por ejemplo, la precariedad y la violencia de
género bajo condiciones neoliberales, lo cual lleva de forma
semejante a los movimientos feministas, hoy más activos en
países del sur, a la inevitable fragmentación de las luchas.
Otro problema que Bourdieu no logra resolver, es el referirse al
movimiento feminista de manera preferencial en el campo del
activismo y minimizar su capital simbólico en el campo teórico.
Sin embargo, entre las diversas opciones que se han desarrollado
para leer LDM, la propuesta que hacen Jäger, König y Maihofer
(2012)2
es especialmente productiva, ya que se independizan de las
directivas de lectura del propio Bourdieu, lo cual implica
invertir de una manera astuta la dirección de su argumento,
fortaleciendo una lectura de la LDM como clave para entender su
teoría social: sin comprender cómo funciona LDM, no puede ser
comprendida la dominación capitalista moderna, ni el lugar
central que tiene la violencia simbólica proveniente de la
división sexual asimétrica que funda el esquema de la
reproducción social.
Bourdieu observaba que un rasgo distintivo de textos clásicos
eran las «vulgatas» que circulan, popularizando una mezcla de
saberes a medias, malentendidos y prejuicios contra los propios
autores. Creo que esto no está en pugna con la socialización de
saberes útiles en un «Bourdieu de bolsillo» que tendría que
incluir los conceptos claves de LDM. Su riqueza conceptual
constructivista y autoreflexiva son un valioso legado.
1 A continuación citaré la versión española: La dominación masculina, la muy bien lograda traducción de Joaquín Jordá, 2000 Barcelona, Anagrama.
2 Ulle Jäger, Tomke König y
Andrea Maihofer (2012): Pierre Bourdieu. Die Theorie
männlicher Herrschaft als Schlussstein seiner
Gesellschaftstheorie in: H. Kahlert, C. Weinbach (Hrsg.),
Zeitgenössische Gesellschaftstheorien und Genderforschung,
Gesellschaftstheorien und Gender. Einladung zum Dialog,
Springer VS.