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Reseñado por Mónica Jasis Silberg
Centro Mujeres A.C., Méxiko
En el libro Cosmopolitan Sex Workers. Women and Migration in a
Global City, Christine Chin analiza de manera detallada en siete
capítulos, con un lenguaje sin ambages para la comprensión del
público académico, las complejidades del fenómeno social del
trabajo sexual por parte de un grupo de mujeres al que la autora
alude como cosmopolitas, por no haber sido traficadas, sino que
migraron y se integraron al trabajo sexual de manera voluntaria.
Chin se adentra en esta problemática incluyendo a sus diferentes
actores, los que describe en el capítulo 1, personajes que
mantienen la estructura social del trabajo sexual, a quienes ella
denomina «el sindicato», en Kuala Lumpur (KL), capital de Malasia,
ciudad que en los últimos tiempos ha emergido la escena global.
La investigación de Chin incluyó entrevistas directas a treinta y
nueve trabajadoras sexuales migrantes en KL, provenientes de otros
países de Asia y de África. Las entrevistas fueron complementadas
con información documental, de observación directa y de
conversaciones con informantes clave, como son los hombres que
manejan el sindicato.
El marco conceptual del estudio es lo que Chin denomina «el marco
de las 3 C» incluyendo el análisis de la ciudad, la creatividad y
el cosmopolitanismo. La «ciudad» se refiere a Kuala Lumpur, que
pasó de ser el centro de una colonia británica a la capital de un
estado que irrumpe en la escena mundial con un mercado turístico y
también académico, aumentando las oportunidades para el trabajo
sexual.
En el capítulo inicial la «creatividad» alude a las estrategias
creativas que emplean los tres actores involucrados en la
problemática (estados receptores, mujeres migrantes y grupos
facilitadores para la migración femenina) para aminorar los
obstáculos y aprovechar las oportunidades para el trabajo sexual.
El «cosmopolitanismo» tradicionalmente conectado a viajeros de
élite se caracteriza por la tolerancia, la flexibilidad y la
apertura. Sin embargo, Chin lo conceptúa como un cosmopolitanismo
desde abajo que involucra subjetividades emergentes de las
migrantes transnacionales, desarrollado en contextos urbanos de
relaciones de poder desigual. Las tres dimensiones se encuentran
cruzadas de manera transversal por la clase, el género y la etnia,
variables que van moldeando las diversas relaciones con la esfera
pública, la migración y los participantes del sindicato. No cabe
duda de que esta conceptualización eleva el nivel de análisis de
la cuestión trabajo sexual versus comercio y tráfico sexual.
Como apoyo a su tesis sobre la estructura inherente al funcionamiento del trabajo sexual de las mujeres migrantes, Chin plantea que es imposible eliminar a los facilitadores del trabajo sexual aglutinados en sindicatos debido a la cantidad de actores sociales que participan en el fenómeno, incluyendo funcionarios públicos y servicios de apoyo dentro de las economías formal e informal.
Sin adentrarse en la polémica discursiva entre la postura
abolicionista versus la despenalizadora-legalista, pero señalando
de manera crítica la tesis dominante del abolicionismo contra el
trabajo sexual (el cual asume que todas las mujeres son víctimas
trabajando bajo coerción) en tanto establece creencias que
vulneran el sentido de agencia de las mujeres, Chin aclara en
contrario que existen trabajadoras sexuales que vivencian ese
trabajo como una estrategia que les permitirá alcanzar una mejor
calidad de vida. La postura de Chin abona al debate actual sobre
el comercio sexual permitiendo vislumbrar lo que otras autoras
habían señalado, respecto a que esa actividad pudiera representar
un medio de mejoría económica en el marco social, como Juliano
(2005) con su trabajo «El trabajo sexual en la mira» o Kempadoo en
sus múltiples ensayos sobre la reconsideración del paradigma
tráfico sexual versus derechos de las trabajadoras sexuales
migrantes transnacionales.
No obstante, Chin conviene en que el contexto en el cual se
insertan las trabajadoras sexuales migrantes en la sociedad
malasia es complicado. Su acuciosa descripción permite entender el
contexto social en el que se desenvuelven las trabajadoras
sexuales. El capítulo 2 dibuja un país emergente a la modernidad
con contradicciones implícitas: por un lado, con el objeto de
promover el turismo y la proyección internacional de la educación
y con la necesidad de mano de obra barata, las políticas
migratorias se han tenido que liberalizar para permitir la entrada
de una diversidad de migrantes. Por otro lado, el capítulo 3
describe que el régimen político estableció estrategias de
seguridad para monitorear la entrada de sectores de migrantes que
no son bienvenidos, como las trabajadoras sexuales. Ante esto, el
sindicato y otros facilitadores del trabajo sexual, se han
especializado en vencer las trabas que el sistema va imponiendo.
Las entrevistas con las migrantes revelaron que sus decisiones de
participar en el trabajo sexual no provenían de una falsa
consciencia ni derivaban de una situación forzada por extrema
pobreza, sino que migraron con el objeto de ejercer el trabajo
sexual y han ido tomando sus decisiones comprendiendo sus
oportunidades y limitaciones en estructuras donde interactúan la
individualidad, la familia, el sistema nacional y el
internacional.
El trabajo sexual es, desde la perspectiva de las mujeres, un
camino para ganar más dinero que lo que ofrece el salario mínimo
laboral y para ahorrar. Pero aunque la motivación inicial de
algunas pudo haber sido la económica, otras vieron la oportunidad
de huir de maltratos imbuidos en la lógica patriarcal. La autora
remarca que aunque las mujeres están conscientes que la migración
transnacional para el trabajo sexual permite mantener la
hipocresía del estado que las denigra, también les ofrece
alternativas para enriquecer sus vidas, como la posibilidad de
viajar conociendo diferentes lugares o de estudiar, de acceder a
recursos materiales y hasta de realizar emprendimientos. Pero el
trabajo de ellas está impactado y se desarrolla en un contexto
multiétnico y multicultural, pero a la vez segmentado.
Apoyándose en la hipótesis de que las mujeres ejercitan su
libertad al intercambiar trabajo sexual por salario, en el
capítulo 4 Chin postula que ellas han sabido demostrar su sentido
de agencia al ejercer el poder personal desde su entrada al país,
estableciendo canales alternativos de migración y utilizando su
creatividad apoyándose en redes protectoras (con amigos
compatriotas o malasios, con sus clientes o con facilitadores del
sindicato).
Por último, Chin refuerza el argumento contrario a la
victimización y criminalización de las mujeres que ejercen el
comercio sexual planteado —por ejemplo— por Bernstein (2012) en su
trabajo «Carceral politics as gender justice? The ‹traffic in
women› and neoliberal circuits of crime, sex, and rights» y
anteriormente por Kempadoo (2003) en «Globalizing sex workers’
rights». Chin remarca que la criminalización de las trabajadoras
sexuales transnacionales es contraproducente afirmando que esta
migración surge de condiciones derivadas de la combinación del
poder patriarcal con las economías de libre mercado. Así como se
ha propuesto en la mesa del debate feminista actual, Chin afirma
que el fenómeno seguirá ocurriendo a menos que se aborden de forma
integral las hipocresías en juego, incluyendo las contradicciones
del sistema neoliberal como la expansión de las economías
globales, al tiempo que se establecen condenatorias restricciones
migratorias en el contexto irónico discursivo de las libertades,
las oportunidades y la realización del individuo. Su descripción
impresionista y su análisis perspicaz hacen un libro altamente
recomendable que aporta ingredientes enriquecedores de la
comprensión del trabajo sexual transnacional, fenómeno social
movilizador para la consciencia del estatu quo.