Arturo Santamaría (coord.) (2012)


Las jefas del narco. El ascenso de las mujeres al crimen organizado

México, D.F.: Grijalbo, 229 pp.


Reseñado por Kenya Herrera Bórquez


Universität Potsdam


No hay suficientes libros en México que analicen el papel de las mujeres en el narcotráfico mexicano. En un intento de entender la escalada de violencia en la que el país está inmerso y, además, capitalizar el miedo y el morbo que produce en los lectores, a partir de 2006 aparece un boom editorial de publicaciones sobre narcotráfico en México. En su mayoría, son textos de corte periodístico de calidad desigual. Los mejores de ellos, proveen de ventanas para observar la realidad nacional como Las Fronteras del Narco de Sanjuana Martínez o La Guerra de los Zetas de Diego Osorno, los otros, recurren más sensacionalismo que al ejercicio investigativo.


Muy pocos de estos textos tratan sobre historias femeninas. Quizá una de las excepciones más notorias sea la entrevista de Julio Scherer a Sandra Ávila Beltrán, La Reina del Pacífico: llegó la hora de contar. Sin embargo, aunque la protagonista del texto sea una mujer, no quiere decir que éste tenga una perspectiva de género. Este es el problema también de Las Jefas del Narco.


Para poder explicar por qué asevero esto, parto de la idea de que la perspectiva de género es una categoría analítica que se sostiene en la premisa de que las cualidades atribuidas a los sexos son construcciones sociales y culturales determinadas en términos históricos. Estas cualidades artificiales naturalizan y justifican la inequidad y el poder asimétrico entre sexos en todas las dimensiones de lo social. Un análisis desde esta perspectiva busca desestabilizar las creencias preconcebidas sobre el género y visibilizar las desigualdades y las dinámicas de poder en las interacciones humanas y en las instituciones sociales.


El libro Las jefas del narco. El ascenso de las mujeres al crimen organizado es una compilación de textos coordinado por el Dr. Arturo Santamaría, catedrático de la Universidad Autónoma de Sinaloa [UAS]. Los textos de los nueve capítulos son en su mayoría trabajos derivados de tesis de alumnos y alumnas de la UAS, algunas concluidas, otras en proceso y la colaboración de periodistas como Gabriela Soto y Mayra Arredondo.


Cada texto aborda historias de mujeres que han tomado un papel de fuerza dentro de las redes del narcotráfico. Hay entrevistas a mujeres que tienen roles de mando en las organizaciones, mujeres que han crecido en familias que durante generaciones han participado del mercado ilegal de drogas o de mujeres que están en la cárcel por delitos contra la salud. La premisa del libro, que Santamaría delinea en la introducción, es que los capítulos hablan de una feminidad emergente en la narcocultura, donde las mujeres abandonan la sumisión que caracteriza al estereotipo tradicional de la mujer mexicana y adoptan lugares de mando y conductas enérgicas, incluso violentas, que antes estaban reservadas para los hombres. El coordinador asevera que es un volumen con enfoque de género, esto es, la perspectiva de género es un eje de análisis en todas las contribuciones y que una de las fortalezas principales de los textos es que están fundamentados en trabajo de campo: observación participante, etnografía y entrevistas, nos dan un acercamiento al mundo de estas mujeres que pocos trabajos anteriores pudieron proveer.


Habría que dejar claro que los textos de esta compilación no son académicos. Aunque están basados en investigaciones académicas, cada capítulo se ha editado de tal manera que no incluye citas, quizás con el fin de que se convierta en un texto de divulgación para un público amplio. El asunto es que al editar de esta manera, se opacan los argumentos de los autores y autoras y abre la puerta a especulaciones y confusiones. Por ejemplo, cuando Muñoz y Alvarado en el capitulo Las Buchonas: las mujeres de los narcos aseveran que: «de acuerdo con la neuroplastia, su cerebro no está adaptado para aprender, sino acondicionado para buscar estímulos positivos» (108), no queda claro cuales son las fuentes que presentan evidencia de que estas mujeres no desarrollan las redes neuronales que permiten el aprendizaje. ¿Habrá trabajos en neurociencias al respecto? Leer la sección de fuentes de este capítulo despierta aún más dudas: es una lista de nueve sitios de web, ocho de ellos son blogs fotográficos y ninguno de algún/a neurocientífico/a.


Este ejemplo ilustra los dos problemas fundamentales de este volumen: no tiene perspectiva de género y el trabajo investigativo en varios de los capítulos es débil. Desde el desafortunado prólogo, escrito por Rafael Molina, queda claro que la representación de las mujeres en este libro tiene tintes esencialistas y sexistas. Molina explica el ascenso de las mujeres en las filas del narco gracias a su «coquetería innata» y su «esencialidad carismática» (16). Desde ese texto comienza el trazo de la caricatura de la mujer sinaloense que se reproduce de manera constante a lo largo de los diferentes trabajos. Convendría recordar entonces, que desde una perspectiva de género, habría que aspirar a deconstruir los esencialismos culturales que sostienen los estereotipos masculinos y femeninos, pero ninguno de los textos siquiera lo considera, incluso sus argumentos se sostienen en estereotipos sexistas y regionalistas. En ciertas secciones, los comentarios son claramente misóginos, como cuando Molina usa el término «narcobizcochos» (25), o en el lamentable comentario anterior de Muñoz y Alvarado.


Los textos que conforman el trabajo del doctor Santamaría, tienen el valor de provenir de trabajo de campo, en un ámbito social y cultural muy peligroso y creo que esa podría ser una de sus fortalezas. Conocer de primera mano cómo son las vidas de las mujeres y los hombres que viven y mueren dentro de las redes del narcotráfico es una aportación necesaria para entender el México contemporáneo. Por desgracia, en estos textos en particular, la información que presentan es más que nada anecdótica y descriptiva. Por ejemplo, en el trabajo de José Carlos Cisneros Guzmán Las tres jefas, se reduce a la transcripción de tres entrevistas con preguntas de un alcance muy corto. No hay ningún tipo de discusión, ningún tipo de análisis; en el último, de Jorge Abel Guerrero Velasco, intitulado Territorio Chapo, es la etnografía de una comunidad de la sierra sinaloense donde la mayoría de la población se dedica al tráfico de drogas. Aunque el material que el autor recopiló en su observación tiene elementos ricos, se lee como una crónica y no como un trabajo académico. No hay reflexión, sólo narraciones.


El auge editorial de temas sobre narcotráfico mexicano refleja la necesidad de los lectores de conocer y entender qué está pasando en el país. México vive en la zozobra, en medio de expresiones de violencia inauditas que han rebasado al gobierno y a la sociedad civil. ¿Cómo llegó el país a esto? ¿Cómo se camina hacia otro lado? En este sentido, la academia tiene dos retos fundamentales: producir investigaciones de calidad que puedan dar cuenta de las complejidades de la condición sociocultural de México y producir textos para un público más amplio, que sean amenos e informativos, sin perder el rigor y la claridad. Por desgracia, este tipo de trabajos, ni esclarecen, ni explican, ni ayudan. Al contrario, alimentan los estereotipos y opacan las posibilidades para comprender y reflexionar juntos sobre las mujeres y los hombres que participan del crimen organizado, y para entendernos como ciudadanas y ciudadanos de un país en ruinas.