Traducción de asimetrías en el conocimiento: reflexiones de Hebe Vessuri
Morelia, Michoacán, México. 30 de marzo de 2014. |
Entrevista realizada por Marcela Suárez Estrada y Sabina García
Peter
Instituto de Estudios Latinoamericanos, Freie Universität Berlin
(...) estoy consciente de que la ciencia ha sido el instrumento perfecto para la dominación, de hecho ha servido para eso, pero también puede servir para la subversión de esa dominación, para la crítica y la superación de esa dominación. En ese sentido es una herramienta muy útil y es importante ver quién la controla, por lo cual me parece interesante estudiar cómo se ha desarrollado en el tiempo en distintos contextos sociales (Hebe Vessuri en entrevista exclusiva para CROLAR Vol. 3(2), 2014)
En este número de la revista CROLAR –Critical Review on Latin America Research–, dedicado a la temática de las asimetrías del conocimiento, incluimos una entrevista con Hebe Vessuri, especialista y referencia global en el tema. Hebe Vessuri es antropóloga dedicada al estudio y análisis de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Su trayectoria es un testimonio vivo de movilidad y asimetrías en América Latina. Originalmente nacida en Argentina, partió muy joven a la Universidad de Oxford, en Inglaterra, para realizar estudios de posgrado. Pero decidió no volver a su país debido a un golpe militar ocurrido allí mientras se encontraba en el exterior. Desde entonces su vida ha sido un ir y venir entre disciplinas, instituciones y países, incluyendo el propio, mientras desarrollaba su vida familiar y su trabajo. Se ha desempeñado como investigadora en Argentina, Brasil, Canadá, México y Venezuela. Es también activa participante en foros científicos globales como la United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO) y el International Council of Science (ICSU por sus siglas en inglés).
Dentro del espectro de su obra, Vessuri ha dedicado buena parte de sus preocupaciones científicas a las jerarquías, desigualdades y asimetrías del conocimiento en América Latina. Los debates que la autora ha puesto sobre la mesa de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología están hoy más que nunca vigentes, a saber: las condiciones periféricas de la producción de conocimiento en América Latina, las disputas y jerarquías entre conocimientos y saberes, la rigidez de la matriz disciplinaria en la forma actual de producción de conocimiento, las estrategias de visibilización y reconocimiento de los científicos en países sin tradición científica, las negociaciones interdisciplinarias en el campo empírico, así como las desigualdades y asimetrías, y su respectivas traducciones en el conocimiento.
Hebe Vessuri es una intelectual a la que la igualdad y desigualdad le han intrigado toda la vida. Su interés en dichos temas inicia, como ella misma lo señala, “mitad por interés, mitad por accidente”, mientras realizaba en Argentina la investigación de campo para su doctorado. Su foco de análisis en los procesos de construcción de diferencias, divisiones y estructuración de jerarquías en el conocimiento, es característico en su obra.
A continuación presentamos una selección de fragmentos obtenidos en la conversación que sostuvimos con Hebe Vessuri, la cual se presenta en base a cuatro ejes temáticos. En una primera parte conversamos sobre las conexiones y vínculos establecidos entre su vida personal y trayectoria académica, y la existencia de asimetrías del conocimiento, tanto locales como globales. En una segunda parte la invitamos a conceptualizar en torno a la noción de asimetrías del conocimiento –a la que hacemos referencia en este volumen–, así como a reflexionar sobre los procesos y prácticas a las que estas asimetrías refieren. En este apartado se hace también referencia a los aportes de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología respecto al estudio de las asimetrías del conocimiento en América Latina. En una tercera parte nos comentó sobre su paso por distintos organismos internacionales y el papel de éstos en la disminución de asimetrías. Por último, nos contó sobre su colaboración en el libro “Perspectivas latinoamericanas en el estudio de la ciencia, la tecnología y el conocimiento”, organizado por la Red ESOCITE y a ser publicado durante finales de este año 2014.
Esperamos que a través de esta entrevista el público lector pueda reflexionar sobre estos temas y las implicaciones que tienen para la región de América Latina.
¿Cómo se entrelaza la historia de tu vida personal y académica con la existencia de asimetrías del conocimiento en América Latina?
Me di cuenta bastante temprano de la existencia de diferencias en el mundo real: diferencias genéticas, sociales, económicas, en lo étnico, en el género, en lo ideológico, problemas de clase, problemas de estamento, etc. Y esa constatación es algo que me molestó siempre, me resultó muy incómoda, muy desagradable porque de la maravilla de la constatación de las diferencias y pluralidad de formas culturales pasé rápidamente al reconocimiento de la transformación –también por parte de integrantes de la sociedad– de esas diferencias en objetos de estratificación, valoración y desvalorización. Asimetría, desigualdad y discriminación aparecían asociadas. Yo creo que en mi caso era porque apelaba a un sentimiento de justicia elemental –en la vida personal–, una inquietud medio intuitiva de que había algo que no funcionaba bien en la sociedad, que no era justo. Esa constatación me acompañó siempre. No era que desde un principio percibiera específicamente asimetrías del conocimiento –como se van a ir formulando con el tiempo, en la medida que se van especializando más los temas y las problemáticas en general–, sino que eran asimetrías percibidas en la constitución misma del tejido social, donde tú veías que cierta gente tenía derechos y voz, mientras que había muchos otros que no tenían ni derechos ni voz, no tenían nada, ni siquiera para que se escucharan sus reclamos. Esa fue mi percepción original de la existencia de asimetrías, de la presencia de la desigualdad en un mundo latinoamericano que aspiraba profundamente a la igualdad y donde estaba instalada una retórica de la igualdad de derechos –de oportunidades– moral.
Después de estudiar en Inglaterra –que me marcó mucho por la sensación de libertad del intelecto y la apertura de mi horizonte intelectual a un universo mucho más amplio que el percibía en mi país, Argentina– y de obtener mi maestría en antropología social estudiando sociedades y problemas fundamentalmente africanos y del trópico sudamericano, me fui a Canadá, porque había habido un golpe militar en la Argentina y no quise volver. Mientras estuve en Canadá hice mi tesis de doctorado en Oxford. Y, como las universidades canadienses te ofrecían cinco meses de receso universitario, yo aproveché para hacer mi trabajo de campo en Argentina. En el mundo de la academia canadiense-norteamericana, donde tantas cosas marcaban un mundo “nuevo”, una conciencia de que había una ruptura respecto de las generaciones anteriores (donde pululaban los movimientos estudiantiles “anti-” en los años 60s –eran los años de la guerra de Vietnam, la primera década de la revolución cubana, del flower power, del black power-), tomé conciencia y reconocí que yo no era como ellos, sino que venía de otra región del mundo, de América Latina, donde los problemas eran diferentes.
La igualdad y la desigualdad me han seguido intrigando como problema toda la vida. Con respecto a las asimetrías y a cómo éstas se traducen después en el área del conocimiento, el punto de partida era la constatación de que sí hay diferencias y hay desigualdades. Y son desigualdades que se incrustan y juegan en lo social, lo económico, lo político, incidiendo sobre los derechos básicos de las personas y los pueblos. Y eso me tocó vivirlo de una manera peculiar, en unas décadas de profunda transformación del mundo.
Cuando regresé a Argentina desde Canadá, empecé a trabajar sobre las formas de organización de la producción agrícola: el campesinado, la explotación agrícola familiar, la pequeña explotación agrícola capitalista, la gran explotación capitalista, los trabajadores sin tierra, etc. Ahí aparecía como importante el factor tecnológico, una de cuyas expresiones más poderosas era el factor conocimiento: las diferencias entre lo que son los conocimientos ancestrales que se transmiten por la vía oral o conocimientos técnicos inducidos por el paquete tecnológico dominante, por ejemplo, y quiénes son los que tienen uno u otro tipo de conocimiento.
Esa experiencia fue muy determinante porque pude analizar estrechamente cómo funcionaba el sistema de dominación en el contexto rural del norte de Argentina. Se trataba de ámbitos interrelacionados de la producción algodonera capitalista, la agricultura de subsistencia que servía de colchón protector para la supervivencia de los trabajadores quienes en época de cosecha iban a laborar como cosecheros en las plantaciones cañeras de Tucumán o en las fincas algodoneras de Santiago del Estero, y también de otras formas de producción subalternas como la soya en Burruyacu o el poroto en Salta, que sólo podían entenderse cabalmente cuando se las analizaba en relación con las formas productivas dominantes de la región.
Esos años fueron particularmente conflictivos en Tucumán y naturalmente el trabajo sobre lo técnico, al hacerse íntimamente asociado con el tema de la organización social y las diferencias de poder aparejadas, resultó inconveniente para algunos. Mi esposo, Santiago Bilbao, que era un antropólogo directamente involucrado desde el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), en el trabajo social de aprendizaje organizacional con obreros tucumanos asociados en un programa cooperativo que tuvo mucho impacto en el país –la Cooperativa “Trabajadores Unidos de Campo de Herrera”–, fue tomado preso sin causa, a disposición del Poder Ejecutivo, por razones profesionales, es decir, por hacer su trabajo de investigación-acción. Decidimos entonces exiliarnos, yéndonos a Venezuela.
Allí empecé a trabajar más concretamente en un grupo de Ciencia y Tecnología por primera vez. Comencé a ver estos temas más desde el punto de vista cognitivo en lo tecnológico y empezaron a surgir otros intereses de ver realmente qué es lo que distintos grupos sociales saben y cómo es que se valora diferencialmente y se discrimina lo que esos grupos saben; cómo aparecen diferencias entre los que “saben más y los que saben menos”. Y me empezó a interesar el tema del conocimiento experto; quién lo establece, cómo se legitima, qué valor tiene ese tipo de conocimiento; cómo funciona; cómo también puede ser falseado, es decir refutado, cómo distintas partes en una disputa pueden presentar distintas versiones del conocimiento experto; y qué tanto saber incluyen los “otros” saberes, es decir, cómo se puede validar ese otro saber que cada vez ha quedado más distanciado del conocimiento científico-técnico, evitando poder abordarlos de una manera más conjunta e integral, en las circunstancias en las que eso pudiera ser lo apropiado.
Esa inquietud fue creciendo desde mi lugar de trabajo en un área de Ciencia y Tecnología donde la función que cumplía el conocimiento científico-técnico y la estructura de la ciencia organizada pesaba mucho para el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Coordiné durante diez años un convenio del Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de la Universidad Central de Venezuela con el Conicit (Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología), que fomentaba la formación de cuadros científico-técnicos en el aparato del Estado relacionados con la política y planificación de la ciencia y la tecnología, así como para desarrollar investigación sobre los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en el país. Pero obviamente se trataba de una sociedad con grandes heterogeneidades, donde había campesinos, indígenas y pobres urbanos, junto con nuevas clases medias que estaban envueltas en procesos de intensa movilidad social. Como yo ya había trabajado con campesinos, obreros e indígenas reales –y no simplemente por lecturas–, es decir con gente que tenía otros bagajes culturales, siempre fui sensible a su situación y me hizo ruido el problema de su exclusión de la escena de Ciencia y Tecnología, especialmente cuando eran la mayoría de la población. Qué era lo que había de ideológico ahí, qué era lo que había de especial, o si era inevitable ignorarlos y pensar en el país “moderno” existente o a construir. Obviamente no todos tenemos el mismo bagaje intelectual. Si se trata de decir quién es muy inteligente y quién menos, eso es bastante distinto de distinguir quién sabe y quién no sabe, porque a veces es preciso aclarar de qué, específicamente, se está hablando. El análisis del conocimiento “experto” me ayudó a minar el papel del observador juez, reposicionándolo como un participante activo en la acción colectiva y, de hecho, en un sentido importante, emergente de esa acción. Al hacerlo, era inevitable replantearme todas las cuestiones científicas como cuestiones esencialmente morales, encarando cómo podemos marchar juntos, de buena fe, aquí y ahora.
Es claro que el conocimiento científico es un tipo de conocimiento muy especializado y que ha mostrado una elevada eficacia. Sin embargo, esa eficacia no siempre ha sido incontestable. A lo largo del siglo XX crecieron los cuestionamientos y dudas acerca del valor supremo del conocimiento científico. En los campos agrícola, ambiental, incluso de la salud, se empezó a observar que el menosprecio, descuido o ignorancia del conocimiento de grupos sociales que sufrían los impactos de las acciones derivadas de la aplicación del conocimiento científico, en casos concretos podían empeorar los resultados afectando negativamente a esos grupos. Se fue haciendo cada vez más evidente que cuando se usan las diferencias naturales para establecer jerarquías sociales se está construyendo un sistema de discriminación social con consecuencias graves y moralmente injustas. Y con esto no quiero hacer un argumento en favor de lo políticamente correcto. Por supuesto que hay gente ignorante, por supuesto que hay gente cuyo “saber” no es tal. Por supuesto que hay diferencias entre los seres humanos. Pero no porque seas indígena, pobre, campesino o de una determinada nacionalidad o etnia, eres superior o inferior o lo es tu conocimiento y, por tanto, tu estatus y valor social. Esa cuestión siempre fue para mí una fuente de preocupación y muchas veces de frustración también, el ver cómo se estructuran estas jerarquías de manera bastante artificial y artificiosa.
¿Cómo
entiendes tú el concepto de las asimetrías del conocimiento?
¿A qué procesos y prácticas refieren y cómo se manifiestan?
¿Qué aportes hacen los estudios de la ciencia y la tecnología
en esta dirección?
Antes de hablar de las asimetrías se me hace necesario aclarar que el término “conocimiento” remite a varios procesos diferentes. Porque está el conocimiento científico –al que me referí recién y que está eminentemente institucionalizado–, pero también hay otras múltiples formas o regímenes de conocimiento. Entre los problemas que esta coexistencia ha generado, se da el tema del conocimiento o no conocimiento del otro en el proceso de comunicación, de interacción, de validación, de legitimación, que con frecuencia refiere a una insuficiencia o a una ausencia de reconocimiento del carácter humano o adulto del otro. El otro es considerado como niño o como idiota, o como objeto, como cosa, pero no como interlocutor válido. Desde la ciencia, eso conduce a que uno pueda ignorar, desconocer o desmerecer otras formas de conocimiento por juzgarlas como conocimiento que no es autorizado, que no es conocimiento válido y al cual, por tanto, puedo no prestarle atención. Y eso es muy pernicioso y difícil de superar. Porque usualmente los canales que aceptamos son sólo aquellos que supuestamente están dentro de la estructura oficial del conocimiento científico institucionalizado (la escuela, la universidad, el criterio del médico, etc.), especialmente cuando se relacionan con ámbitos o cuestiones que no son propiamente científicas, sino que se sostienen meramente por el prestigio de la autoridad de la ciencia.
De esto hay una variante que tiene que ver ya no con el sujeto cognoscente, sino con el bagaje del conocimiento mismo; ese saber, esa cosa que de entrada es descartada porque no se lo considera conocimiento, sino un “saber del otro” ilegítimo. Son otros saberes, descartables. Entonces, conocimiento no es sino el conocimiento científico, validado por la comunidad científica y, en el mejor de los casos, se habla de diálogos de saberes. Pero aun así se están separando los saberes de lo que se considera conocimiento. Y ahí nos encontramos con formas que son consideradas diferentes y más o menos incompatibles con el conocimiento. Y aclaro que no es que no reconozca que hay una diferencia en el tiempo y en la realidad con estas formas de conocimiento. (…) Pero creo que sí hay que trabajar con ellas para comprobar, en cada caso específico, si se sostienen por sí mismas o meramente por la corrección política que, hoy en día, con frecuencia se les atribuye. Porque a veces parece también que todo lo que se plantea como saberes de grupos subalternos son buenos porque son otros saberes, ancestrales y originarios, y tampoco es así.
Desde los estudios sociales de la ciencia y tecnología reconocemos que la ciencia ha sido, y sigue siendo, profundamente elitista. Es un conocimiento sofisticado, que requiere largos años de aprendizaje, entrenamiento y socialización; decididamente no es para todos. Pero, aun así, se puede democratizar, y puede ayudar a desmontar esquemas negativos que están muy arraigados en la sociedad. Y como la ciencia tiene un aparato crítico que puede permitir hacer estudios comparativos, desde distintas realidades, puede ser usada para ayudar a desmontar la visión elitista reduccionista de que hay un sólo conocimiento verdadero, pudiendo demostrar que puede haber distintos caminos para lograr conocimiento.
Un aspecto interesante desde los estudios sociales de la ciencia es que se observa en la propia organización social de la ciencia cómo ésta se encuentra profundamente estratificada y reproduce en su propio seno aspectos de las asimetrías, desigualdades e injusticias a las que nos referíamos antes con respecto a conocimientos no científicos. Un apellido latino o una institución de un país latinoamericano o africano en una revista científica despierta, en primera instancia, menos “confianza” que uno proveniente de Estados Unidos o de Alemania. El sistema generalizado de evaluación científica, la estructura de prestigio de la ciencia pone un valor muy alto en los centros mundiales de producción de conocimiento que son también los que ofrecen mejores recompensas de reconocimiento y mayor visibilización. Hay una extensa literatura sobre estos temas, abarcando desde enfoques de la “ciencia central y la periférica”, la movilidad científica, el brain drain, hasta la transferencia y las modalidades de cooperación científica entre países del Norte y países del Sur.
Hay toda una experiencia que se ganó con
los estudios sociales de la ciencia en la desmitificación de
ésta, viéndola como institución social e histórica, con todas
sus bondades y limitaciones, compartiendo un conjunto de
características con otros campos de actividad. Eso ayuda y da un
piso para acercarse a la ciencia como actividad social, como un
asunto complejo mucho más contaminado con la realidad de lo que
podían suponer generaciones anteriores. Permite descifrar lo que
se juega en la ciencia y la tecnología, y en torno a ellas. Hay
diferentes formas de articulación entre ciencia y sociedad
(surgimiento de la ciencia, dinámicas de la innovación,
democracia técnica), y diferentes mecanismos sociales que animan
a la ciencia (institución, organización, intercambios entre
investigadores, construcción de contenidos, prácticas
concretas). Con análisis realistas de la actividad científica,
el estudio social de la ciencia ayuda a abordajes más lúcidos de
los problemas de la ciencia y la técnica (éticos, políticos,
económicos y sociales). ¿Cómo hacer esa crítica desde la ciencia
y no ubicándose fuera de la misma? ¿Cómo mostrar toda su
complejidad y riqueza? Hoy en día más que nunca se ve que la
ciencia no es solamente la del investigador de bata blanca en un
laboratorio, sino que se hace en contextos tan variados, que se
puede ir trabajando mucho más a fondo en esos espacios diversos
y diferenciados de la ciencia y de la actividad científica. Una
de las herramientas de mayor promesa de un futuro de la
humanidad y vida en el planeta pasa por la ciencia –pero
organizada y orientada de una manera diferente.
¿Cuál ha sido tu rol en la disminución de las asimetrías en tu paso como vicepresidente de la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y Tecnológico (COMEST) de la UNESCO, así como por varios comités científicos de programas internacionales, como el de Planificación y Revisión (CSPR) de ICSU?
Mi rol ha sido muy modesto. Obviamente
una aprende mucho en esos organismos, comisiones y programas,
porque ahí palpas cómo se generan y cristalizan las asimetrías
políticas y de conocimiento, cómo se maneja la cosa, los juegos
que están envueltos, la variada gama de prejuicios que
intervienen y sus estructuras. Con frecuencia esas
organizaciones surgen con muy buenas intenciones, de ofrecer una
mayor apertura, de justicia y de participación amplia. Pero
rápidamente son copadas por grupos particulares de intereses.
Hay gente que tiene mucha capacidad retórica, mucha fuerza
política y pueden volcar una situación o bien en favor del
cambio positivo o bien para su propia ventaja, argumentando y
negociando cosas. He conocido personas muy admirables y otras
con unas mentalidades muy cerradas. Sin embargo, todavía creo
que esas plataformas pueden convertirse en algo útil, las más de
las veces sólo por un tiempo, pero suficiente para ayudar a
cambiar algunas reglas del juego. Varios de los comités en que
participé no eran tan políticos, aunque siempre hay política en
estas cosas.
Como no tengo ni talento retórico ni político, siempre me pregunté cómo actuar en esos contextos. Lo que trataba de hacer con mi participación, busqué reflejarlo después en algunos trabajos míos, contando o tratando de mostrar a colegas del Sur global que nosotros, los intelectuales, los profesionales de las ciencias –duras o sociales– tenemos una responsabilidad, debemos tener claridad respecto a quiénes somos como colectivo, de dónde venimos y por qué, y para qué tiene sentido pertenecer a esas plataformas. Porque son lugares difíciles en el sentido que sirven para cooptar cierta opinión y manejar ciertos números. Una parte del por qué te eligen creo que tiene que ver con que eres mujer, de una región del mundo subdesarrollado, en mi caso Latinoamérica, que supuestamente no molestas y hablas inglés. Es un poco así. Pero no es esa la idea de la representatividad en su origen. Entonces, cómo usar esa oportunidad para actuar de cierta manera, con responsabilidad, no votando cosas que son horribles, tratando de evitar que salgan aprobadas y ayudando a que salgan algunas medidas constructivas. Este tema de la representatividad, además, es interesante, porque normalmente uno representa a un país, lo cual no ha sido mi caso, pues en la práctica no he tenido país. Siempre me han elegido por mí, o cuanto más, por ser latinoamericana. De ahí que me resulte más fácil identificarme con la región como un todo más que con un país en particular. Me ha tocado estar metida en varios conflictos tratando de que las partes se entiendan, de llevar un poco de claridad y de reclamar un poco de menos asimetría. Pero soy bastante escéptica respecto al poder de acción colectiva que esos lugares permiten. Creo que es bueno que haya gente del Sur con conciencia y espíritu crítico allí, porque tenemos que aprender a negociar acuerdos menos desfavorables para nuestros países en el presente y para el futuro, y en la medida que tú puedas mantener un espíritu crítico y puedas plasmarlo en acciones o propuestas que tú hagas o que puedas defender, entonces creo que ayuda. Pero no es la panacea ni mucho menos.
Para este año se espera la aparición del libro “Perspectivas latinoamericanas en el estudio social de la ciencia, la tecnología y el conocimiento”, organizado por la Red ESOCITE1, y donde tú participas como una de las editoras y autora. Podrías contarnos qué podemos esperar de dicho libro y de tu capítulo, vinculado al ámbito de las asimetrías del conocimiento en América Latina.
Ha sido una experiencia muy satisfactoria, porque es la primera vez que hacemos un ejercicio de esta naturaleza en la región, después de más de cuarenta años de actividad organizada en el campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. En Venezuela hicimos el primer postgrado en América Latina de CTS, en el Centro de Estudios del Desarrollo, y yo fui la encargada de armarlo, con gente que había estado en Sussex, en el Science Policy Research Unit (SPRU). Fue por allá, en la década de los setenta, si no me equivoco en el año 1978, que empezamos el primer postgrado. Después vinieron Campinas, Quilmes, etc. Y ésta es la primera vez que hacemos esta especie de Handbook latinoamericano. Hicimos una convocatoria lo más amplia posible para ver qué hay, qué voces, qué temas, qué intereses se están manejando en la región. Hicimos una guía para que el libro tuviera una organización. Recibimos unas 120 propuestas y aceptamos alrededor de 40. Así que hay mucha gente que participó, más de cien autores y un número casi igual de evaluadores. De esa manera se movilizó a una buena parte de la comunidad de practicantes de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, y quedó un libro bonito, sólido, donde se ven estos distintos intereses y perspectivas. Algunos temas, como por ejemplo el de las políticas y planificación de la ciencia, persisten como clásicos dentro de América Latina, porque desde siempre han estado ahí. Pero también hay temas emergentes que tienen su público tanto de práctica como de lectores. El libro sale publicado en Siglo XXI, que es una de las casas editoriales con más presencia en la región, así que esperamos que tenga buena distribución.
En el artículo mío que fue aceptado en ese libro, busco mostrar que estamos en una etapa en la cual la investigación tiene una interface muy importante con las políticas públicas. Lo que algunos autores han dado en llamar la investigación integrada, trata de incidir en ese proceso de búsqueda intelectual respondiendo a interrogantes específicos. Eso hace que los proyectos sean más grandes y con participación de gente no solamente de distintas disciplinas científicas, sino también del ámbito de la toma de decisiones y de otros grupos de interés en la sociedad. En ese sentido creo que dadas las características de esta etapa de la ciencia, donde hay tanto reclamo por la relevancia de trabajar con diferentes actores, y en concierto con el ámbito de las políticas públicas, es que cada vez más los problemas se formulan no tanto generados internamente por inquietudes de la propia comunidad de investigación, sino desde el sector político-social. Y ahí lo que me interesa demostrar, entre otras cosas, son los paralelismos de esta modalidad de investigación con los Estudios del Desarrollo que han vuelto a estar en el tapete después de unas décadas de olvido. Durante los primeros doce años de mi estadía en Venezuela me tocó trabajar en el CENDES (Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central), que era uno de los centros más importantes de América Latina, creado por gente de la Cepal y de las instancias institucionales del nuevo estado venezolano surgido con el fin de la dictadura de Pérez Jiménez, cuando se instaura la democracia representativa en ese país. En ese entonces el CENDES tuvo un papel pionero en el desarrollo de la idea de planificación económica y social de América Latina. Ahí entendí cómo funcionaba la concepción del desarrollo, cómo se entendía el desarrollo, la Teoría de la Dependencia como alternativa latinoamericana a la postura desarrollista de la Cepal, los caminos de la planificación económica y social, y el papel de las políticas públicas en el estado democrático. Todo eso lo vivíamos muy, muy directamente. Lo que analizo en el capítulo es de qué manera lo que tenemos ahora es otra generación de Estudios del Desarrollo. En estos últimos veinticinco años, han aparecido teorías que tratan de afinar la idea de que la ciencia es una ciencia post-normal, es decir, una ciencia que está mucho más comprometida con los asuntos de la realidad contemporánea. Creo que estamos en un momento de la historia en que la ciencia se ajusta a las dinámicas de la sociedad de manera más extensiva. Evidentemente la propuesta de la ciencia integrada no es estrictamente hablando una novedad y tampoco es la última Coca Cola del desierto, pero refleja una búsqueda que enfrenta desafíos y que también puede permitir lograr ciertas recompensas en la actual transición; una ciencia que va más allá de la academia y está orientada a la búsqueda de soluciones.
Hebe, muchas gracias por su tiempo y por compartir con nosotras estas interesantes reflexiones en relación a la temática de las asimetrías del conocimiento desde su vida personal y su trayectoria como académica.
1 ESOCITE es la red dedicada a los Estudios Sociales de la Ciencia y Tecnología de América Latina