INTERVENTIONS
Sala Negra de El Faro (eds.) (2013) Crónicas negras. Desde una región que no cuenta Antiguo Cuscatlán: Editorial Santillana, 353 p. |
Reseñado por Sabine Erbrich
Berlin
El género periodístico-literario de la crónica cuenta con una larga tradición en el continente latinoamericano. Con su origen en las crónicas coloniales redactadas por los actores de la conquista, estas producciones textuales experimentaron un renacimiento en el siglo XX con autores como Rodolfo Walsh y Carlos Monsiváis y, recientemente, un auge significativo en el marco de revistas como Gatopardo, Etiqueta Negra, Letras Libres y Granta, en antologías publicadas por editoriales como Alfaguara y Anagrama (2012) y, en Alemania, Suhrkamp y Ullstein (2014), tanto como en las diversas manifestaciones del periodismo digital. Un ejemplo emblemático de este último es el portal salvadoreño de periodismo investigativo El Faro, fundado en el año 1998, que cobró cierta notoriedad por los reportajes y crónicas de su sección Sala Negra. En 2013 le fue otorgado, entre otros, el notable Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación. Llaman la atención la durabilidad, la calidad y la visibilidad del portal salvadoreño con respecto a la presunta insignificancia geopolítica y cultural de la región centroamericana en el entramado latinoamericano y, aparte de esto, con respecto a la carencia de medios periodísticos de alta calidad con presupuestos suficientes para posibilitar investigaciones de profundidad en el istmo.
Dado este contexto, los autores de Sala Negra se destacan una vez más con sus crónicas publicadas en 2013 por la Editorial Santillana en la antología Crónicas negras. Desde una región que no cuenta. A diferencia de otras compilaciones, las crónicas negras de Roberto Valencia, Carlos Martínez, José Luis Sanz, Óscar Martínez, Juan Martínez y Daniel Valencia Caravantes se consagran exclusivamente a personajes y problemáticas marginalizados; tanto dentro de sus propias sociedades como a nivel regional, continental y global. Los textos retratan los destinos de mareros encarcelados, médicos forenses, mujeres y adolescentes violadas, víctimas del narcotráfico o indígenas desplazados en lugares tan diversos como el departamento guatemalteco de Petén, la capital salvadoreña o la costa caribeña de Nicaragua.
“Ir para entender” y “narrar para explicar” son dos de los lemas bajo los que se creó Sala Negra. Con ello, se explica la estructura del libro: aparte de un prólogo escrito por el periodista de The New Yorker Jon Lee Anderson y una sección con las biografías de los autores, el libro consta de cuatro capítulos que se dedican a cuatro países centroamericanos: El Salvador (13-160), Guatemala (161-224), Nicaragua (225-276) y Honduras (277-350). El Salvador es, naturalmente, la nación más retratada, ya que El Faro se fundó en dicho país. Si algún tema común hubiera que encontrar bajo el cual agrupar los diferentes textos, este sería la violencia. O, mejor dicho, la búsqueda de las razones de la violencia. Centroamérica es considerada la región más violenta del mundo. Por consiguiente, abundan los centros de investigación, las instituciones gubernamentales y no gubernamentales, los foros y las conferencias académicas que se ocupan del tema. Más allá de estos análisis, las crónicas de Sala Negra ofrecen una perspectiva directa e inmediata del sujeto afectado. De manera semejante a los métodos del nuevo periodismo estadounidense de los años 70, los cronistas “van para entender”: esto significa que los textos no solamente son enriquecidos por las voces de las víctimas sino que parecen ser contados por ellas mismas; sus voces guían el lector, lo llevan in situ.
El libro abre con la historia de una violación. Una adolescente es violada por “no menos de quince pandilleros durante más de tres horas” (15). Roberto Valencia, un periodista vasco que reside en El Salvador, acompaña a la víctima durante más de un año, y ―fiel al lema “narrar para entender”―, busca comprender su actitud (una sorprendente siquiera forzada serenidad) y las razones que hacen posible semejante violencia desbordada, entrevistándose con la víctima, los profesores de la escuela del barrio, familiares y peritos. Paralelamente, el autor se sirve de estrategias literarias, como por ejemplo una enumeración sin signos de puntuación para ilustrar el crimen y, así, otorgarle un impacto más intenso. Por ende, la violación resulta ser “una hora de dolor rabia sangre impotencia saliva asco tortura vergas resignación” (21). La amalgama de datos (p. ej. tasas de homicidios y violaciones), el estilo directo y las herramientas narrativas como la que hemos visto en el ejemplo, crean un lazo directo y emocional entre texto y lector, de modo que podríamos hablar de un periodismo que afecta a todos los sentidos. Lee Anderson alude a este efecto en el prólogo, refiriéndose a la investigación de la sociedad: “Pues, acá está. Véanlo, huélanlo, saboréenlo, siéntanlo” (12). Considerando la gravedad y la dimensión (in)humana de los temas tratados en las crónicas presentes, este empeño emocional obliga al lector a rebasar sus propios límites para llegar a entender y, por decirlo así, sentir la realidad centroamericana.
Con el propósito de indagar en las raíces de la violencia, los periodistas frecuentemente presentan el transcurso de la vida de diferentes mareros: tanto del Barrio 18 como de la Mara Salvatrucha, tanto de Guatemala como de Honduras o El Salvador (en Nicaragua, la problemática de las pandillas presenta parámetros diferentes, 230-234). Se destacan las mismas desgracias y los mismos golpes del destino, terminan en la misma miseria. Aun así, y lejos de caer en clichés o resignación, estas historias revelan el mecanismo detrás de los actos violentos. Algunos pandilleros mencionan el “momento” violento lleno de rencor y odio (187), o hablan de una “misión” que evoca cierto automatismo situacional. Otros actores violentos ―esta vez narcotraficantes y tumbadores del caribe nicaragüense― subrayan un factor externo: la envidia al éxito económico del otro como motivación al crimen (247). La antología cuenta, por añadidura, con crónicas que analizan la violencia a nivel institucional, sea el policía corrupto, la red policial de secuestradores y sicarios, el alcalde financiado por cárteles mexicanos o la impunidad y corrupción en altos rangos políticos y militares. En cada uno de los textos, los autores se acercan a los temas con una mirada amplia, oscilando entre una perspectiva microscópica y macroscópica, observando y describiendo lugares, dando voz a agresores y víctimas, intercalando las historias en un contexto local y nacional. La característica específica de estas crónicas negras es su falta de cotidianeidad y excepcionalidad; eso sí, desde el punto de vista externo. Un exalcalde de El Paraíso, una comunidad hondureña famosa por sus estrechos nexos con el narcotráfico, lo puntualiza: “Mirá, aquí, las cosas que parecen mentira, invento o exageración, no lo son” (312).
Esta realidad que parece ficción caracteriza el conjunto de los países y sus actores criminales o violentos retratados en la antología. Naturalmente, con estos enfoques los autores alimentan el mercado del llamado “realismo trágico”. Sin embargo, cumplen de manera convincente con la tarea planteada inicialmente, es decir, el “dejar de contar muertos y entender”, con lo cual superan la sensación de un simple voyeurismo. Las crónicas seleccionadas y publicadas en esta compilación exponen personajes y problemáticas marginalizados, ignorados o combatidos por medio de estrategias equivocadas (basta mencionar la notoria “mano dura”). Es más: dejan al descubierto las historias que se esconden detrás del tejido visible. A través de largas investigaciones en el lugar de los hechos, numerosas entrevistas, una especialización temática y la apertura y el enriquecimiento del género periodístico con estrategias literarias, los periodistas de Sala Negra logran retratar una sociedad olvidada de una manera impactante para cualquier lector. Ya sea conocedor del ámbito centroamericano o no, latinoamericano o no, afectado o mero observador, la lectura de estas crónicas genera una reacción poderosa: la indignación.
Bibliografía
Carrión, Jorge (ed.) (2012): Mejor que ficción. Crónicas ejemplares. Barcelona: Anagrama.
Guerriero, Leila (2014): Strange Fruit. Crónicas. Berlin: Ullstein.
Jaramillo Agudelo, Darío (ed.) (2012): Antología de crónica latinoamericana actual. Madrid: Alfaguara.
Pinilla, Carmen/Wegner, Frank (eds.) (2014): Verdammter Süden. Das andere Amerika. Berlin: Suhrkamp.